LAS CONVERSACIONES DEL FLACO BETO Y EL CAMARADA ROGELIO:
“LA CATÁSTROFE QUE NOS AMENAZA”


por Rogelio De Los Santos


Apenas han transcurrido unas pocas horas desde que el CNE dio su primer boletín confirmando lo que ya todos sabíamos: el arrollador triunfo del presidente Chávez, sólo faltaba ponerle números a la certeza. En la noche iluminada por los cohetes el pueblo continúa festejando, en un acto que ya se ha vuelto rutinario por las tantas veces en que se ha repetido desde que Chávez llegó al poder. La silueta desgarbada del flaco Beto se recorta en la ventana desde donde observa ensimismado las explosiones multicolores que incendian el cielo. En algún momento se voltea y camina hacia la pequeña mesa de la cocina donde me hallo disfrutando de una cerveza bien helada. El flaco tiene una amplia y tranquila sonrisa que deja ver sus dientes grandes y desparejos. Va hasta la nevera y se sirve un vaso de leche.

-¡Coño, Beto! –le digo –Deja esa leche, chico, tómate una cerveza, hoy es un día de fiesta.

-¿Y que me mate la gastritis? Déjame con mi leche –me contesta el flaco mientras termina de servirse y cierra la puerta de la nevera.

Después regresa a la mesa y se sienta. Bebe un trago corto y se queda con la mirada perdida en algún punto de la oscuridad que entra por la puerta que se abre al patio.

-¿Y ahora qué te pasa? –le pregunto –Te quedaste pensativo.

-Preocupado, más bien... –hace una pausa y me mira con sus grandes ojos negros –Ya ganamos, y por paliza, ¿y ahora?

-¿Ahora?

-Sí, ¿qué va a pasar ahora con la revolución? ¿Todo va a seguir igual? Mira que hay problemas, todos lo sabemos, el proceso ya lleva más de siete años y hay muchos problemas que parecen no tener solución: la falta de viviendas, la inseguridad, el desempleo. Cada dos por tres hay escasez de algún producto alimenticio, de materiales de construcción, les suben de precio…

-Estás hablando como un escuálido –lo interrumpo.

El flaco hizo un gesto de fastidio.

-No, camarada, no es eso. Tú sabes mejor que nadie que yo estoy resteado con el comandante, y que si tengo que dar la vida por la revolución no lo pensaría dos veces. No es eso, pero tampoco soy gafo y hay muchas cosas que no me gustan. Yo oigo al pueblo en la calle, la gente se está cansando de ver a tanto zamuro disfrazado de cardenal. Hay mucho falso chavista enquistado en el gobierno saboteando el proceso y llenándose los bolsillos, ya ni lo disimulan, uno los ve por ahí haciendo ostentación de sus camionetotas mientras el pueblo sigue haciendo colas para comprar un kilo de azúcar. Dígame esa burocracia que aísla al presidente del pueblo, le mienten, le dicen que todo está chévere y eso no es verdad, los trabajadores que están tratando de poner a funcionar las fábricas abandonadas por los capitalistas no reciben apoyo, o peor aún, los sabotean, les ponen trabas legales; ni qué decir de los campesinos, no sólo no les dan tierras sino que los terratenientes los mandan a matar cada vez que les da la gana. ¿Y así quieren construir el socialismo estos carajos? –el flaco hace una pausa para beber un sorbo de leche -¿Sabe una cosa, camarita? Estoy preocupado y mucho. Siento que, a pesar del triunfo contundente que hemos obtenido hoy, se cierne un gran peligro sobre la revolución, que estamos caminando por el borde de un abismo, que si no se terminan de tomar ciertas medidas necesarias este proceso se va para el carajo. Porque no es cómo dicen esos funcionarios que salen entalcaditos por televisión, que la revolución es irreversible, que el enemigo ya está muerto. ¿Muerto?, ¡yo te aviso chirulí! Los gringos y sus lacayos no descansan, están todos los días conspirando, buscándole la caída al comandante, y si no hacemos nada un día de estos lo terminarán logrando.

-Tú sabes que tus reflexiones me traen a la memoria un trabajo que escribió Lenin hace casi 90 años: “La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla”.

El flaco Beto abre muy grande sus ojos oscuros.

-¿Si? ¿Y qué tiene que ver lo que escribió Lenin en Rusia hace tanto tiempo con lo que está ocurriendo en Venezuela ahorita?

-Mucho –le contesto –Para empezar, también en Rusia se estaba dando una revolución en la cual el pueblo, guiado por la clase obrera, había acabado con la monarquía zarista, un régimen corrupto y parásito, que había arrastrado a Rusia a una guerra imperialista, la Primera Guerra Mundial, donde los trabajadores y campesinos de Europa, convertidos en soldados, ponían la sangre en una disputa entre capitalistas por conquistar nuevos mercados para sus productos. El pueblo ruso cansado de esta monarquía sanguinaria se había alzado y la había derrocado. Esto ocurrió en febrero del año 1917. En ese momento los trabajadores rusos apoyaban, en su mayoría, al ala reformista del partido Obrero Socialdemócrata Ruso, mejor conocida como menchevique, la cual junto con otro partido reformista: el Social Revolucionario, eserista, se unieron a la burguesía y a sectores de la monarquía zarista para constituir un gobierno provisional de transición cuyo objetivo era la convocatoria de una asamblea constituyente. Los mencheviques y los eseristas controlaban, además, las estructuras de doble poder, o poder paralelo al del Estado, que había establecido el pueblo ruso: los soviets o asambleas de obreros, campesinos y soldados, es decir, que estos partidos que se proclamaban socialistas tenían un control casi absoluto de los órganos de poder en Rusia, además de contar con el apoyo mayoritario del pueblo. Sin embargo, sus políticas tenían muy poco de socialistas...

-Me hacen acordar a algunos partidos de aquí que también se dicen socialistas pero que le tienen terror a cualquier participación del pueblo en la toma de decisiones.

-Algo así le ocurría a mencheviques y eseristas –continúo –En vez de gobernar en función de los intereses de las masas se unieron con la burguesía y terminaron defendiendo los intereses de los capitalistas. Como dijera un teórico marxista galés, ese es el gran drama de los reformistas: es mayor el miedo que le tienen a las masas que el odio que sienten por la burguesía y por eso siempre terminan traicionando las revoluciones donde participan. En Rusia no fue la excepción: primero trataron de entregar el poder a la burguesía y como ésta no fue capaz de gobernar porque no tenía ningún apoyo en las masas, entraron al gobierno para apuntalarlo; una vez allí se olvidaron de los deseos de paz del pueblo y continuaron apoyando la guerra imperialista, y como si esto fuera poco, en su empeño por no lesionar los intereses de capitalistas y terratenientes, no hicieron ninguna de las tareas que exigía la revolución para consolidarse y cumplir con los objetivos que habían hecho levantarse a las masas.

-Me parece estar oyendo una historia conocida –interviene nuevamente el flaco.

-Los empresarios se preocupaban más por especular con la guerra y sabotear la economía que por producir racionalmente para satisfacer las necesidades del pueblo, y algo similar estaba ocurriendo en el campo donde los terratenientes continuaban manteniendo ociosas grandes extensiones de tierras mientras millones de campesinos no contaban ni con un conuco para sembrar. Es en medio de esta situación terrible, agravada por la guerra, y donde la sombra de una hambruna descomunal comienza a cubrir la extensa geografía rusa, que Lenin, el gran dirigente bolchevique, escribe el trabajo que hacíamos referencia antes. La catástrofe que amenazaba a Rusia era esa hambruna de la que todos hablaban, sobre todo los reformistas, pero que nadie hacía nada para evitarla. Decía Lenin: “Los capitalistas sabotean (dañan, interrumpen, minan, frenan) deliberada y tenazmente la producción, confiando en que una catástrofe inaudita originará la bancarrota de la república y de la democracia, de los soviets y, en general, de las asociaciones proletarias y campesinas, facilitando así el retorno a la monarquía y la restauración de la omnipotencia de la burguesía y de los terratenientes”, y agregaba más adelante “Todo el mundo lo dice. Todo el mundo lo reconoce. Todo el mundo lo hace constar. Pero no se toma ninguna medida”.

-Creo que ahora te entiendo –interrumpe otra vez el flaco –También a nuestra revolución la amenaza una “catástrofe” y nadie hace nada.

-Algo así –continúo –Creo que muchos compartimos tu preocupación por el futuro de la revolución, sobre todo el pueblo de a pie, y por eso sus quejas y reclamos contra la ineficiencia burocrática de un Estado de estructura capitalista que no da respuestas porque no fue diseñado para servir al pueblo sino para dominarlo. Aprovechándose de esa vieja estructura están los capitalistas, que fueron quienes la crearon, los cuales mantienen intacto su poder económico, incluso incrementándolo día a día a través de los negocios que realizan con el propio Estado y a costa de la explotación de los trabajadores. También especulan con sus productos: bajan la producción o acaparan mercancías, o ambas cosas a la vez, y generan desabastecimiento con lo cual logran aumentos de precio y ayudan a que crezca la inflación. Quien paga estos aumentos que hacen a los capitalistas más ricos es el pueblo. Estos empresarios capitalistas son los peores enemigos de la revolución bolivariana porque no sólo continúan explotando a los trabajadores y robando al pueblo, sino que utilizan estas riquezas mal habidas para conspirar contra ella, para financiar a la contrarrevolución. Algo similar ocurría en la Rusia de 1917 entre febrero y octubre de ese año: en medio de una revolución hecha por las masas buscando la justicia social quienes tomaron el poder en nombre de esas masas terminaron pactando con los mismos a quienes el pueblo había desplazado del poder, dejando intacto el poderío económico de la burguesía. Por eso Lenin identificaba el origen de la catástrofe que amenazaba a la revolución rusa de la siguiente manera: “se observa por doquier un sabotaje sistemático e incesante de todo control, fiscalización y contabilidad, de cuantas tentativas emprende el Estado para organizarlos. Y hace falta ser increíblemente ingenuo para no comprender (o profundamente hipócrita para aparentar que no se comprende) de dónde parte ese sabotaje y qué recursos emplea. Porque ese sabotaje de los banqueros y los capitalistas, ese torpedeamiento por ellos de todo control, fiscalización y contabilidad, se adapta a las formas estatales de la república democrática, se adapta a la existencia de las instituciones “democráticas revolucionarias”. Los señores capitalistas han asimilado a la perfección una verdad que reconocen de palabra todos los adeptos del socialismo científico, pero que los mencheviques y los eseristas procuraron olvidar en cuanto sus amigos ocuparon los lucrativos puestos de ministros, viceministros, etc. Esa verdad consiste en que la esencia económica de la explotación capitalista no experimenta el menor cambio por el hecho de que las formas monárquicas de gobierno sean sustituidas con las formas democráticas republicanas, y en que, por consiguiente, ocurre también lo contrario: basta con cambiar la forma de lucha por la intangibilidad y la santidad de las ganancias capitalistas para salvaguardarlas en la república democrática con la misma eficacia que en la monarquía absoluta”. Los capitalistas, haciendo gala de su gran pragmatismo, con la complicidad, o la ingenuidad, de los reformistas se adaptaron a la nueva situación política que se vivía en Rusia y continuaron con sus negocios a la vez que se mantenían en un permanente sabotaje hacia la revolución.

-¿Qué le pasa a esta gente que está en el gobierno? –pregunta el flaco -¿No se dan cuenta de lo qué está ocurriendo? Porque yo los veo todo el tiempo abrazándose con los empresarios, dándoles incentivos y ayudas económicas, y diciendo que el socialismo del siglo XXI se construye con los empresarios capitalistas. ¿Será que no se han leído a Lenin? Esto me extraña porque muchos de ellos se dicen marxistas y comunistas?

-Mira, querido amigo –le contesto –No basta con decirse marxista, hay que hacer buenas las palabras con la práctica. Muchos de estos autodenominados marxistas no tienen la menor idea de lo qué es el marxismo o tienen una idea errónea producto de su formación stalinista, o sería mejor decir deformación, que tergiversó todo el ideario marxista para adaptarlo a su proyecto de dictadura burocrática. Estos sujetos, que en la realidad no son más que unos reformistas, unidos con otros reformistas, que por lo menos tienen la honestidad de no decirse marxistas, pretenden hacer el socialismo sin tocar la estructura del Estado capitalista y sin tocar las relaciones de producción, como dijera el mismo teórico marxista galés que te citaba antes, querer transformar a un empresario capitalista en socialista es como querer enseñar a un tigre a comer lechuga, lo más probable es que quien lo intente termine en la barriga del tigre o del capitalista. El único socialismo válido, el verdadero socialismo, sea del siglo XX, del siglo XXI o del siglo XXX, es el socialismo científico, el socialismo de Marx, de Engels, de Lenin, de Trotsky, porque está basado en la realidad y no en buenos deseos, todo lo demás son cuentos de caminos.

El flaco Beto se queda un momento pensativo.

-Me dejaste más preocupado que antes –dice luego -¿En ese libro, Lenin da alguna solución a la “catástrofe” que amenazaba en ese momento a la revolución rusa?

-Sí, Lenin, como buen marxista que era, no sólo planteaba el problema sino que analizaba sus causas y luego proponía las soluciones. Estas soluciones eran por lo demás sencillas y de fácil aplicación, como toda buena solución, y como él mismo lo decía, y pasaban por la nacionalización de los bancos y la fusión de todos ellos en uno solo bajo control del Estado; la nacionalización de los medios de producción capitalistas; la abolición del secreto comercial; la sindicalización obligatoria de industriales, comerciantes y patronos en general; y la agrupación obligatoria de la población en sociedades de consumo o fomento; y todo esto bajo control directo de los obreros y campesinos. Esto último es fundamental, ese control no lo puede ejercer la burocracia gubernamental porque terminaría generando más burocracia y corrupción, ese control lo debe ejercer el pueblo bajo la dirección de su componente más consciente: el proletariado. En pocas palabras, la solución era sumamente sencilla: quitarles el poder económico a los capitalistas y ponerlos a éstos bajo el control de los trabajadores. Por supuesto que estas medidas nunca fueron aplicadas por los reformistas, fue necesario que los bolcheviques de Lenin tomaran el poder en octubre de 1917 para que las mismas se hicieran realidad.

-Bueno, quizás estas soluciones eran buenas para los rusos de hace un siglo atrás, pero ¿tú crees que se podrían aplicar en la Venezuela del siglo XXI?

-¿Y por qué no? Con la nacionalización de la banca y de los grandes medios de producción, y puestos éstos bajo el control de sus trabajadores, unido a la expropiación de los terratenientes, se le estaría dando un golpe mortal a los capitalistas porque se les estaría quitando su mayor fuerza que es su poder económico, a la vez que se le daría un impulso formidable a la construcción del socialismo. Con los medios de producción en manos del Estado se podría empezar a planificar la economía en función de las necesidades de todo el pueblo y no de unos pocos privilegiados, se acabaría la escasez de alimentos y de otros bienes de consumo, que, no sólo no subirían de precio sino que los mismos bajarían. Se solucionaría en poco tiempo el problema de la falta de viviendas, entre otros. Y también se estarían dando los primeros pasos para la transformación de la estructura del Estado capitalista, ya que estas medidas no serían efectivas sin un control real de los trabajadores sobre los medios de producción y de los campesinos sobre la tierra. Los trabajadores y campesinos deberían organizarse y coordinarse para llevar adelante este control, y la forma natural que ellos tienen de hacerlo es a través de las asambleas de trabajadores y campesinos, base de la democracia obrera, base del Estado obrero y del verdadero Estado socialista.

-Eso sí sería bueno –dice el flaco con una sonrisa en los labios –Sería muy bueno, ¿te lo imaginas? Todos nosotros los trabajadores dirigiendo las empresas y el Estado.

-Ese es el socialismo hacia el que debemos ir y por el cual debemos luchar, y aunque tú no lo creas puede que esté más cerca de lo que te imaginas...

El flaco se me queda viendo y sonríe con sus grandes dientes, como teclas de piano. A lo lejos los cohetes parecen estallar con más fuerza ahora, como si el cielo todo hubiese explotado de una sola vez.

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