Una cólera cada vez más intensa recorre las calles de Francia. Las movilizaciones masivas y las huelgas generales de los últimos dos meses han dejado claro que una aplastante mayoría de los trabajadores y la ciudadanía francesa rechaza tajantemente la reforma de las pensiones propuesta por el presidente Macron. Pero la presión de la calle es tan fuerte que el régimen político ha entrado en una crisis existencial, transformada en un levantamiento que adquiere los mismos tintes revolucionarios que en Mayo del 68. La fuerza de la clase obrera en acción es tan grande, que la cuestión del poder, de quién manda realmente en la sociedad, se ha puesto encima de la mesa con toda la crudeza. Es el momento de la audacia: no solo hay que barrer la contrarreforma de las pensiones, sino derrocar a Macron y pelear por el socialismo, de conquistar la democracia de los trabajadores.

La situación hace aguas para la clase dominante. Incluso diputados macronistas y de otros grupos de derecha, ante el riesgo de perder sus escaños en las próximas elecciones, se tuvieron que pronunciar contra la reforma y empujar al Gobierno a adoptar la línea bonapartista de puentear a la Asamblea Nacional y aprobarla por decreto. Con su decisión, Macron y su grupo, La República en Marcha, han sido cristalinos: esta llamada “derecha” moderada, despreciando la opinión de la mayoría trabajadora, ha confirmado que no son más que los lacayos de sus amos, los oligarcas del capital financiero. Pero su “solución” solo ha servido para arrojar más leña al fuego de la rebelión.

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Las movilizaciones masivas y las huelgas generales de los últimos dos meses han dejado claro que una aplastante mayoría de los trabajadores y la ciudadanía francesa rechaza la reforma de las pensiones propuesta por el presidente Macron.


Macron supera por la mínima la moción de censura parlamentaria, pero está siendo derrotado en las calles

En la tarde del lunes 20 de marzo se votaron en la Asamblea Nacional francesa dos mociones de censura contra el Gobierno de la primera ministra, Élisabeth Borne. Una fue presentada por el fascista Reagrupamiento Nacional y solo obtuvo sus propios votos. La segunda, presentada por un pequeño grupo centrista, y apoyada por La Francia Insumisa, se quedó a 9 votos de la victoria.

La moción de censura es el único mecanismo que la constitución francesa prevé para echar atrás un decreto gubernamental. Asociando el rechazo del decreto a la inevitable caída del Gobierno, Macron estaba seguro de que conseguiría sacar adelante la reforma de las pensiones. Así ha sido, pero la victoria institucional de Macron no ha tenido efecto alguno en parar el desarrollo de las movilizaciones. Si él y la burguesía francesa se imaginaban que su triunfo en la moción de censura iba a provocar un reflujo de la rebelión obrera, se han llevado un buen chasco.

La clase trabajadora francesa ha vivido en estos últimos años sobradas experiencias que le han ayudado a comprender la verdadera naturaleza del Estado capitalista y sus instituciones. Las grandes movilizaciones y olas de huelgas surgidas a raíz de la crisis de 2008, las luchas estudiantiles de 2016 contra la reforma laboral promovida por el Gobierno socialista, o el levantamiento de los Chalecos Amarillos dos años después, no consiguieron sus objetivos, pero sirvieron para educar a grandes masas.

La reforma laboral de 2016, que sentó las bases de la precarización del empleo de los jóvenes, también fue aprobada por decreto gubernamental, igual que ahora la reforma de las pensiones de Macron. Los sindicatos mayoritarios, CGT, CFDT y FO, mantuvieron sus movilizaciones algunas semanas más, pero rápidamente plantearon que, puesto que el decreto de la reforma ya estaba aprobado, la batalla tenía que plantearse en el ámbito judicial. Poco a poco aflojaron la presión hasta que el desánimo se extendió en el movimiento.

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Macron ha superado las mociones de censura pero esto no ha tenido efecto alguno en parar el desarrollo de las movilizaciones. 


Siete años después, esos mismos sindicatos, con los mismos dirigentes, ya no pueden predicar la resignación ante el decreto gubernamental: se ven obligados por la presión insoportable del movimiento a aceptar la extensión de las huelgas indefinidas y llaman a regañadientes a mantener la lucha y paralizar el país hasta que la reforma sea retirada. Que haya sido aprobada por decreto, que las mociones de censura hayan fracasado, eso, según la CGT, “no cambia nada”. Esta es la dialéctica de la situación: la lucha de clases también se filtra en los grandes sindicatos, y se convierte en un terreno en el que los revolucionarios tienen mucho que decir. Despreciar estos hechos adoptando una actitud sectaria ante ellos, solo lleva a la marginalidad más estéril.

Como en mayo de 1968, las cúpulas sindicales francesas están actuando obligadas por el vendaval que se vive en las calles y se han dado cuenta de que un intento de retirarse para maniobrar con acciones legales e institucionales, en este momento, conduciría inevitablemente a verse desbordados por la inmensa magnitud del movimiento, expresada enérgicamente en multitud de manifestaciones y huelgas espontáneas que ya se están produciendo con o sin su concurso. El levantamiento obrero y juvenil es cada vez más extenso, más decidido y más consciente.

La clase trabajadora y la juventud francesas ha aprendido que tras la máscara parlamentaria, democrática y republicana se oculta la descarnada dictadura del capital financiero. Pero también han aprendido que solo contando con sus propias fuerzas, con su acción directa, bloqueando la producción, los transportes y toda la vida productiva del país, se colocarán en la senda de la victoria. Este es el impulso que ha obligado a los dirigentes sindicales más reformistas a llegar mucho más lejos de lo que hubieran querido y de lo que jamás se hubieran imaginado.

El próximo jueves Francia vivirá su novena huelga general, aunque en estos días previos las huelgas indefinidas no solo no han cesado sino que se han endurecido. La huelga de las refinerías y la de limpieza urbana de París señalan el camino hacia la derrota de Macron, enfrentando con éxito todas las presiones para que sean desconvocadas. Sin duda, este jueves será una jornada histórica en la que la clase obrera francesa desafiará abiertamente el poder del Estado capitalista. He aquí una lección inolvidable para todos los escépticos y charlatanes, muchos de ellos autodenominados marxistas, que cuestionan el poder de la huelga general y su papel central a la hora de elevar la conciencia socialista de las masas.

Un programa y una estrategia revolucionaria para alcanzar la victoria

Ante la imposibilidad de apaciguar las calles, Macron y su Gobierno han recurrido a la represión policial más salvaje, una opción de alto riesgo, y que hasta el momento el único papel que está jugando es enardecer la voluntad de combate y la indignación de la población.

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El próximo jueves Francia vivirá su novena huelga general, aunque en estos días previos las huelgas indefinidas no solo no han cesado sino que se han endurecido. 


La lucha contra la reforma de las pensiones ha llegado a un punto crucial. Si los grandes estallidos revolucionarios de la clase obrera francesa tras la Primera Guerra Mundial, en 1936 o en 1968 pudieron ser neutralizados mediante concesiones y acuerdos con las direcciones reformistas del movimiento obrero, que no dudaron en traicionar y sabotear la revolución, la actual situación es algo más compleja: no existe un partido estalinista con autoridad entre las masas, el PCF no es ni sombra de lo que fue y su patéticos llamamientos a “recomponer la república” caen en saco roto, el PSF está destruido, y la profunda crisis del capitalismo francés y europeo augura una fuerte resistencia a realizar concesiones a la clase trabajadora. La debacle financiera que acaba de hacer su entrada en escena prepara una nueva oleada de recortes y de políticas de austeridad para financiar un nuevo rescate de los beneficios de la élite capitalista.

La dinámica de la batalla también se está reflejando en los llamamientos de la Francia Insumisa y de su dirigente Jean-Luc Mélenchon. Con una raíz reformista, la agrupación de izquierdas está siendo el cauce por el que se está expresando buena parte de las aspiraciones de las masas en lucha. Las llamadas de Mélenchon a llevar la moción de censura a las calles mediante la movilización, su decisión de organizar una caja de resistencia que ya se acerca al medio millón de euros, que su organización juvenil aliente las ocupaciones de facultades y sus parlamentarios se sitúen en primera línea de los piquetes, no es ningún detalle. Es evidente que estas acciones animan al movimiento y le ayudan a confiar en sus fuerzas. Ahora de lo que se trata es que los miles de activistas sindicales y juveniles, y los militantes de la FI, actúen con la máxima audacia y propongan un camino para transformarlo todo de raíz. No se trata de aceptar migajas, ni de limitar la lucha a la reforma de las pensiones como insiste la burocracia sindical. El responsable del sufrimiento del pueblo francés es la dictadura del capital financiero que se esconde tras la “democracia parlamentaria”. Es el momento de hacer avanzar la lucha en la única dirección posible: hacia la transformación socialista de Francia.

Apoyándose en las asambleas de los centros de trabajo, de los centros de estudio, de los barrios obreros, apoyándose en la movilización activa en todos los lugares en los que se desarrolla la vida cotidiana, ha llegado el momento de ocupar las fábricas y las empresas, las universidades y los liceos, y establecer una red de comités de acción, elegidos democráticamente y revocables en todo momento, y que se coordinen a escala de todo el país para dirigir y organizar la huelga general indefinida, imprescindible para echar a Macron y sus políticas, y establecer las bases para una genuina democracia de los trabajadores.

Las instituciones del Estado capitalista se han demostrado inservibles para defender los derechos de la mayoría trabajadora y del pueblo, y ahora se deben crear las instituciones de una verdadera democracia obrera, que rompa la espina dorsal del poder financiero, y pelee por expropiar la banca y los monopolios para ponerlos al servicio del bienestar de todas y todos. Un Gobierno del pueblo trabajador constituido a partir de los comités de acción y que responda ante ellos de todas sus decisiones, es la alternativa al caos que vivimos en Francia y en todo el mundo.

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Las instituciones del Estado capitalista se han demostrado inservibles para defender los derechos de la mayoría trabajadora y del pueblo. Hay que hacer avanzar la lucha en la única dirección posible: hacia la transformación socialista de Francia. 


La lucha contra la contrarreforma de las pensiones nos vuelve a recordar que no existe una muralla china entre las demandas económicas y las políticas, que las huelgas laborales se pueden transformar con rapidez en huelgas políticas que coloquen contra las cuerdas el orden de la burguesía. Nos recuerdan precisamente los principios del marxismo revolucionario, la vigencia de las ideas de los grandes pensadores del comunismo, como Rosa Luxemburgo, Lenin y Trotsky, además del gran valor de la huelga general como instrumento revolucionario.

En Francia se juega hoy la causa de los obreros de todo el mundo. Un triunfo de sus trabajadores y trabajadoras, de la juventud francesa, abrirá el camino a las masas de toda Europa, de todos los continentes, para acabar con este sistema infame y despiadado.

¡Viva la solidaridad internacionalista con la clase obrera y la juventud francesa!

¡Abajo Macron, abajo la represión policial, libertad para todos los detenidos!

¡Por la huelga indefinida y la ocupación de los centros de trabajo y estudio!

¡Por el poder obrero y socialista!


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