La crisis económica, social e institucional en los EE.UU. no tiene fin. Tras casi dos años de mandato de Biden, ninguno de los problemas que atenazan al capitalismo norteamericano y a sus instituciones se ha resuelto.
A pesar de que el Congreso ha dictaminado que el asalto del “6 de enero fue la culminación de un intento de golpe de Trump”, no ha habido consecuencia alguna. El expresidente no solo no ha sido juzgado y apartado, sino que sigue a la ofensiva, imponiendo a sus candidatos de extrema derecha para las elecciones de medio mandato, y preparándose para intentar volver a la Casa Blanca en el año 2024.

Una estrategia en la que cuenta con el apoyo de importantes sectores de la clase dominante y, sobre todo, de amplios sectores del aparato del Estado, tal y como se está viendo con las decisiones del ultrarreaccionario Tribunal Supremo respecto al aborto o las armas, el cambio climático, o en los próximos meses sobre los derechos de la comunidad LGTBI o los derechos electorales de las minorías.

Una ofensiva de la extrema derecha frente a la que Biden y el Partido Demócrata se están mostrando completamente impotentes, pero que sí está siendo respondida por las masas desde abajo, con movilizaciones masivas y contundentes. Así se ha visto con la derogación del derecho al aborto.

A pesar de los intentos de Biden y los demócratas por volver a unir a la sociedad norteamericana, la realidad es que la polarización social, fruto de una irreversible decadencia económica y de una grave crisis social alimentada durante décadas, no ha dejado de profundizarse amenazando con una dura lucha de clases en el próximo periodo.

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La ofensiva de la extrema derecha está siendo respondida por las masas desde abajo, con movilizaciones masivas y contundentes. Así se ha visto respecto a la derogación del derecho al aborto.

Inflación, guerra y nacionalismo económico

Más allá de los discursos, si algo define a la Administración Biden es su furibundo nacionalismo económico y su belicismo entusiasta. La bandera del nacionalismo ondeada por Donald Trump está siendo agitada aún con más fuerza por los demócratas. Pero la guerra comercial con China, las sanciones a Rusia y todas las medidas proteccionistas para evitar la decadencia del imperio norteamericano siguen mostrándose completamente impotentes.
La guerra en Ucrania está suponiendo un completo fracaso para Biden y sus aliados occidentales. No solo están perdiendo la guerra sino que la ingente cantidad de recursos dedicados a financiarla –más de 54.000 millones de dólares entre ayuda humanitaria, económica y militar y 11.700 millones más que acaban de solicitar al Congreso –, en un contexto de crisis económica e inflación desbocada, está agrietando aún más a la sociedad norteamericana.

La situación económica es cada vez más desesperada. Así lo confesaba el presidente de la Reserva Federall,Jerome Powell, advirtiendo de malos augurios para la economía norteamericana. El descomunal aumento del coste de la vida, actualmente la inflación alcanza el 8,5%, está provocando verdaderos estragos e incrementado exponencialmente el malestar social. Pero lo peor es que esta tendencia puede empeorar aún más. De ahí la drástica subida de los tipos de interés, que golpea duramente a las familias de clase trabajadora, y las advertencias de Powell sobre la necesidad de tomar medidas que supondrán “cierto dolor para los hogares y empresas”. Una realidad a la que son completamente ajenos Wall Street y los grandes monopolios capitalistas norteamericanos, que no dejan de enriquecerse.

El problema es que llueve sobre mojado. El malestar social acumulado y la extrema polarización son un síntoma más de la descomposición social que azota al país. Un auténtico volcán que provoca verdadera preocupación en el seno de la clase dominante, y que está detrás de las profundas divisiones que la atenazan y que recorren el aparato del Estado. ¿Cómo imponer “sacrificios” a la clase trabajadora en su guerra capitalista por la supremacía mundial sin provocar un levantamiento social generalizado?

La reacción trumpista y el Tribunal Supremo en guerra contra los oprimidos

La propaganda de Biden sobre su papel de “nuevo Roosevelt”, sus planes para “reconstruir mejor” el país o garantizar derechos a los trabajadores, y sus supuestas políticas feministas o ecologistas, no han pasado de las palabras. No ha hecho falta mucho tiempo para que toda su verborrea se deshiciese ante los hechos.

No solo ha dejado impune a Trump por su intentona golpista, sino que además su Gobierno ha permanecido impasible ante el grave recorte de derechos y los ataques contra las mujeres y la comunidad LGTBI, la comunidad negra y los inmigrantes, y el conjunto de la clase obrera que la reacción está impulsando estado tras estado. Tras la derogación del derecho al aborto por el Tribunal Supremo, 16 estados ya lo han prohibido y 11 han eliminado por completo el acceso al mismo.

Trump por su parte, no ha perdido el tiempo. Ha utilizado la inoperancia demócrata para pasar a la ofensiva en todos los frentes posibles, jaleando y cohesionando a su ejército, y depurando el Partido Republicano con candidatos fieles. Solo hay dos candidatos republicanos a las elecciones de medio mandato que hayan condenado el asalto al Capitolio y aceptado los resultados electorales. El Partido Republicano, frente a lo que algunos proclamaron, se ha convertido en el partido de Donald Trump.

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Trump por su parte, no ha perdido el tiempo. Ha utilizado la inoperancia demócrata para pasar a la ofensiva en todos los frentes posibles, jaleando y cohesionando a su ejército.

Y en esta ofensiva, cuenta plenamente con el Tribunal Supremo que él mismo designó. La misma semana que derogaban el derecho al aborto, aprobaban también una ampliación del derecho a portar armas y vetaban al organismo regulador de medio ambiente de cara a fijar límites en las emisiones de CO2, beneficiando a las grandes petroleras.

Todo ante los lamentos impotentes de Biden y los demócratas que no han tomado una sola medida para frenar esta nueva ofensiva de la reacción. ¿Para qué sirve entonces estar en el Gobierno? Y sobre todo, ¿quién gobierna? ¿Biden o Trump y el Tribunal Supremo?

Elecciones de medio mandato. La amenaza del trumpismo y cómo combatirla

A pesar de la creciente impopularidad de Biden, que alcanzó un récord histórico superando incluso la de Trump, la creciente conciencia de que es urgente frenar al trumpismo está permitiendo al Partido Demócrata remontar algo de cara a las elecciones de medio mandato del próximo 8 de noviembre, en las que su mayoría tanto en la Cámara de representantes como en el Senado están amenazadas.

Con este objetivo, Biden se dirigía a la nación hace unos días en un discurso solemne, televisado, en el que hablaba abiertamente de “semifascismo” señalando a Trump como una “amenaza a la democracia”. En este mismo sentido se puede interpretar el registro de la mansión de Trump en Mar-a-Lago por parte del FBI o la sonada condena a diez años de prisión a un policía, exmarine, implicado en el asalto al Capitolio. Sin embargo, ni el FBI, ni los jueces, ni el aparato del Estado, ni el ejército, plagados de reaccionarios y ultraderechistas, combatirán seriamente a Trump y a la extrema derecha llegado el momento.

La realidad es que Trump se siente completamente impune. De ahí que continué con sus denuncias sobre el fraude electoral o que ataque al FBI sin pestañear calificando su intervención de montaje y exigiendo que se le corte toda financiación, contando siempre con el aplauso fervoroso de su base social. Así ocurrió en el primer mitin ante 8000 personas entregadas en cuerpo y alma al Führer neoyorkino.

A pesar de todo, la ventaja que daban las encuestas a los republicanos hace unos meses está en duda. La cada vez más agresiva ofensiva trumpista, la percepción de una amenaza cada vez más real del fascismo, el recorte de derechos que se creían conquistados para siempre, como el del aborto, está suponiendo un salto en la conciencia para millones de mujeres, jóvenes y trabajadores. Un salto en la conciencia que cuando se convierte en movilización militante demuestra su capacidad para derrotar a la reacción, incluso allí donde parecía inexpugnable.

Así ha ocurrido en el estado de Kansas el pasado agosto, un estado tradicionalmente conservador dominado por los republicanos. Los republicanos convocaron un referéndum para eliminar de su constitución la libertad para interrumpir el embarazo y lo perdieron con un 60% de los votos a favor de que este derecho siguiera blindado en la constitución. Una derrota fruto de una amplia campaña militante impulsada por el movimiento feminista y la izquierda.
Y no ha sido la única sorpresa. Las elecciones en el estado de Alaska, un estado republicano donde los demócratas no ganan unas presidenciales desde los 70, se saldaron recientemente con la sonada derrota de Sarah Pallin (antigua dirigente del Tea Party apoyada por Trump), alzándose con la victoria la candidata demócrata: una mujer de ascendencia aborigen que aboga por los servicios públicos y que será la primera en representar a Alaska en la Cámara de representantes.

Pase lo que pase, lo que está claro es que a diferencia de la impasibilidad demócrata ante los ataques de la reacción, quienes sufren sus consecuencias no se han quedado cruzados de brazos, demostrando que solo mediante la lucha en las calles puede hacerse frente al trumpismo. Millones de jóvenes, mujeres, migrantes y trabajadores mostraron una fuerza arrolladora en las movilizaciones tras el asesinato de George Floyd y derrotaron a Trump en las urnas. La naturaleza aborrece el vacío y mientras esa alternativa revolucionaria no ocupe ese espacio, el movimiento utilizará los canales de los que dispone, por más precarios y limitados que estos sean, para defenderse.

Lo que sí existe y está más que maduro son las bases para levantar esa alternativa revolucionaria a la que los dirigentes de la nueva izquierda reformista como Bernie Sanders o AOC han renunciado. Necesitamos levantar un partido de masas, con un programa socialista e internacionalista, que pueda dar un cauce efectivo a todo ese potencial revolucionario. La joven generación que está protagonizando una revolución en la lucha sindical en Amazon o Starbucks así lo demuestra. Los miles que se han echado a las calles en defensa de los derechos de las mujeres en todo el país también. Levantar esa alternativa es la tarea crucial de las y los revolucionarios en EEUU hoy.


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