El FMI en su informe del pasado mes de junio revisaba al alza las previsiones anuales de crecimiento para EEUU, de 2,3% a 2,6%. A la vez, advertía sobre los “problemáticos” indicadores sociales del gigante americano, como la tasa de pobreza que afecta a 45 millones de personas, un 13,7% de la población.

El deterioro de las condiciones de vida de la clase obrera norteamericana y de la población en general, agravado por las consecuencias de la política de Trump después de tres años en la Casa Blanca, contrasta con la acumulación obscena de riqueza en una ínfima minoría de multimillonarios y es el combustible de la polarización política que sacude la sociedad norteamericana.

Oleada de huelgas, la clase obrera pasa a la acción

 “Al menos el 40% de las personas a las que servimos están trabajando, tienen entre dos y tres empleos, tienen hijos, pueden estar tratando de acabar en el sofá de alguien, algunos viven en edificios abandonados, en sus automóviles, vienen aquí a comer y se van a trabajar”. Estos son los testimonios de responsables de comedores para gente sin hogar en Atlanta, y es que 46 millones de estadounidenses dependen de los bancos de alimentos, un 30% más que en 2007. El empleo creado ha incrementado la precariedad, disparado el “subempleo” y el número de trabajadores pobres.

Debido a la necesidad de recurrir a préstamos para sobrevivir, la deuda de los hogares ha alcanzado cifras históricas: 13,7 billones de dólares, superando el pico registrado en 2008, según el Banco de la Reserva Federal de Nueva York.

Golpeados por esta realidad, sectores cada vez más amplios de la clase obrera norteamericana están protagonizando luchas importantes. De hecho, el pasado año el número de jornadas de huelga fue el más alto desde 1968.

El pistoletazo de salida lo dieron en febrero los profesores de West Virginia. Desafiando la ley que ilegalizaba las huelgas en el sector público y tras nueve días de paro lograban una subida salarial del 5%. Inspirados por esta victoria, les siguieron los profesores de Arizona, Colorado, Carolina del Norte, Oklahoma, California o Chicago.

Los trabajadores también se han tenido que enfrentar en numerosas ocasiones a la dirección de los sindicatos, que en muchos casos han intentado llegar rápidamente a un compromiso con la administración o la patronal. Por ejemplo, el sindicato de profesores de Chicago, CTU, llegaba a un acuerdo y desconvocaba una huelga, que duraba ya dos semanas, con la oposición del 40% de los profesores.

Lo mismo hemos podido ver con la histórica huelga de General Motors iniciada el 16 de septiembre. Seis semanas de huelga en las que casi 50.000 trabajadores han paralizado la producción en 33 fábricas y 22 centros de distribución. La dirección del sindicato, UAW, defendió levantar la huelga tras conseguir algunas mejoras en el convenio para una capa de los trabajadores a cambio de aceptar, entre otras cosas, cierres de plantas. El 57% de la plantilla votaba a favor en ausencia de otro plan de lucha, pero la oposición a abandonar la huelga ha sido fuerte, sobre todo entre los trabajadores de las categorías inferiores que votaron no, o los de la planta de Lordstown (Ohio), una de las que cerrarán, donde el no fue superior al 80%.

Estos ejemplos son un buen reflejo del incremento de la radicalización de capas importantes de la clase obrera y del crecimiento de la confianza en sus propias fuerzas.

El fenómeno de Bernie Sanders sigue creciendo

Este empuje muestra la profunda convulsión que se está desarrollando en los cimientos de la sociedad norteamericana, y es la fuerza que impulsa a Bernie Sanders, el único candidato que se ha implicado en las huelgas defendiendo a los trabajadores. Este proceso también se ve en el movimiento sindical, con multitud de sindicatos locales o nacionales (trabajadores de maquinaria, electricidad, radio...) que apoyan la candidatura de Sanders; así como dirigentes sindicales, como la presidenta de la Asociación de Asistentes de Vuelo, Sara Nelson, que goza de una gran autoridad entre los trabajadores y que jugó un papel clave en el fin del cierre del Gobierno que durante cinco semanas impuso Trump, con el llamamiento que hizo a la huelga general a principios de este año.

El movimiento que aúpa a Sanders provoca pánico en la clase dominante de Estados Unidos, empezando por los dirigentes del propio Partido Demócrata, que ahora intentan canalizar el descontento social a través del impeachment contra Trump.

La irrupción de Sanders en 2016 —consiguiendo 13 millones de votos en las primarias y venciendo al aparato demócrata en 22 estados— marcó un punto de inflexión para el surgimiento de nuevos candidatos a la izquierda, dentro y fuera del Partido Demócrata, vinculados a las luchas sociales. Un ejemplo fue el de Alexandria Ocasio-Cortez, entre otras, que llegó al Congreso tumbando en las primarias al candidato del aparato. Es relevante el caso Kshama Sawant, miembro de Socialist Alternative, que acaba de ser reelegida concejala al Ayuntamiento de Seattle, derrotando a Egan Orion, candidato respaldado por el gigante Amazon, en cuya campaña la compañía ha invertido cientos de miles de dólares. Sawant lideró en 2018 una potente campaña para imponer un impuesto a las grandes empresas instaladas en la ciudad y destinar esos recursos a servicios sociales.

De cara a las primarias demócratas que se desarrollarán entre febrero y julio de 2020, la dirección del Partido Demócrata y los grandes medios de comunicación afines apuestan decididamente por Joe Biden —exvicepresidente de Obama y claro candidato del aparato— y Elisabeth Warren —capitalista declarada y autoproclamada como la opción “feminista, progresista y razonable”— en contraposición al “radical” Sanders. Las últimas encuestas oficiales sitúan a Warren con el 27% de apoyos, por delante de Biden (25%) y con Sanders en tercer lugar (16%).

Pero estos datos contrastan con el espectacular apoyo que está recibiendo la campaña de Bernie Sanders. Cuando en febrero de 2019 anunció su candidatura recaudó en 24 horas 5,9 millones de dólares de 225.000 donantes. Desde entonces ha celebrado multitud de mítines masivos, como el que tuvo lugar en octubre en Queens con 25.000 personas.

La clase trabajadora necesita construir su propio partido

El gran mérito de Sanders es haber situado las reivindicaciones de la clase trabajadora en el primer punto del debate político; sus límites fundamentales son, por un lado, presentar un programa que no plantea la ruptura con el capitalismo y, por otro, negarse a romper definitivamente con el Partido Demócrata, a pesar de la experiencia de las anteriores primarias cuando sufrió numerosas maniobras burocráticas para no salir elegido como candidato.

El 43% de los norteamericanos considera que el socialismo “sería algo bueno para el país”; toda la experiencia está demostrando que existe un enorme potencial para la formación de un partido de los trabajadores dotado de un genuino programa socialista. La profundización de la crisis capitalista y de lucha de clases en los Estados Unidos hará que capas cada vez más amplias de la clase obrera asuman esta tarea como prioritaria.


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