Apenas un año después de la histórica victoria electoral de Syriza en Grecia y tras cortar en seco las expectativas de una transformación social profunda con su claudicación vergonzosa y vertiginosa ante los grandes poderes económicos, Tsipras se ha encontrado con la fuerza, la determinación y la movilización de los trabajadores, la juventud y los oprimidos griegos, que no están dispuestos a resignarse y aceptar sin más las mismas políticas de empobrecimiento masivo que aplicaron el PASOK y la derecha durante los últimos seis años.

El 4 de febrero, coincidiendo con la visita de los representantes de la Troika a Atenas para supervisar las medidas tomadas para hacer efectivo el tercer “rescate”, tuvo lugar la tercera huelga general contra el gobierno de Syriza. Entre las nuevas medidas se encuentran el enésimo recorte de las pensiones, el aumento de la edad de jubilación, la bajada del subsidio del gasóleo a los agricultores, el aumento de los intereses del 3 al 5% para la población con deudas, o la privatización y entrega al capital extranjero de prácticamente todos los bienes del Estado, empezando por el principal puerto comercial del país, El Pireo, que ya está en manos del grupo chino Cosco Limited con el 51% de las acciones. El acuerdo con la troika obliga a Grecia a crear un fondo de privatizaciones cuyos ingresos solo podrán ser utilizados para hacer frente al pago de la deuda. Pero, por si fuera poco, el gobierno de Syriza ha aprobado los desahucios de primera vivienda para quien no pueda pagar la hipoteca.

La reivindicación central de esta huelga ha sido el rechazo a la durísima reforma de las pensiones. De llevarse a cabo significaría una subida de las cotizaciones de los trabajadores y un nuevo recorte de 1.800 millones de euros en esta partida (el equivalente al 1% del PIB), tras once recortes consecutivos desde 2010 que las han hecho caer un 40%. Todo ello en un país donde la fuente principal de ingresos del 51,8% de las familias son las pensiones.

La huelga ha sido un completo éxito, incorporando a nuevos sectores y con un seguimiento masivo: parálisis total del transporte, apoyo del 95% en el sector privado, e incorporación masiva del pequeño comercio con una participación del 90%, que no se movilizaba desde hacía años. También han parado los taxistas, abogados, médicos, agricultores, profesores, portuarios,... La Federación de Marinos amplió la huelga a 48 horas. Los agricultores llevan semanas realizando cortes de carretas y anuncian una marcha a Atenas para los próximos días. El descontento social y la capacidad de lucha de los trabajadores se han puesto también de relieve en las enormes manifestaciones celebradas en las principales ciudades, siendo la más masiva la de Atenas con cerca de 100.000 personas, según los sindicatos. Entre las consignas y gritos coreados en las calles y recogidos por los medios de comunicación se encontraban: “tenéis que retirar la reforma de pensiones o marcharos”, “os votamos para salvarnos, no para que acabéis con nosotros” o “pensiones de 300 euros a los 80 años, ¡eso es el capitalismo!”.

Y todo ello en un clima de efervescencia y movilizaciones sectoriales que no ha cesado desde que se convocara la primera huelga general el pasado 12 noviembre, con un fuerte impacto especialmente en el sector público, y que ya reunió a 40.000 manifestantes en Atenas.

La voluntad de la clase obrera por transformar la sociedad

Los resultados electorales del 25 de enero de 2015 en Grecia fueron un triunfo inapelable de la clase obrera y los oprimidos. Syriza logró un apoyo histórico (36,34% de los votos), inédito en la Europa de los últimos setenta años para una formación a la izquierda de la socialdemocracia. La burguesía sintió que sus intereses estaban en peligro. Era muy consciente de que esta victoria era producto de una voluntad de cambio social profundo. Hacer cualquier concesión al gobierno de Tsipras implicaría una inyección de confianza a la clase obrera griega y —lo que sería aún peor para sus intereses— desatar una nueva oleada de luchas en toda Europa con graves consecuencias para la estabilidad del propio sistema capitalista. Por eso, desde el primer momento, la actuación de la burguesía ha buscado aplastar a Syriza, humillarla, enfrentarla de forma directa a su base social y así tratar de desmoralizar y sumir en la parálisis al movimiento obrero. Todo lo demás se ha supeditado a este objetivo principal.

En contraste con la actitud decidida de los capitalistas, el gobierno de Tsipras dio señales de debilidad desde el principio. Con la ilusa expectativa de “convencer” a los acreedores de que aflojaran la cuerda, el 20 de febrero firma un acuerdo con la Troika renunciando al programa de Salónica (con el que se movilizó a la población y se ganaron las elecciones) y comprometiéndose a pagar puntualmente los compromisos de la deuda. En vez de “ganar tiempo”, tal como trató de justificarse, esta táctica solo contribuía a enfriar el movimiento y envalentonar aún más a la Troika.

A finales de junio —coincidiendo con el fin de la prórroga del segundo programa de rescate— el chantaje se redobló poniéndose sobre la mesa más exigencias. Tsipras, puesto en una situación límite y sin una voluntad real de basarse en la fuerza de la movilización y de romper con el capitalismo, se descolgó con la convocatoria del referéndum del 5 de julio, que sometería a votación la última propuesta de la Troika. No había ninguna necesidad de legitimar la negativa a esta nueva extorsión: la voluntad del pueblo griego ya se había expresado en las movilizaciones y huelgas masivas de los últimos años, y en las elecciones de enero. La idea de Tsipras era salir del impasse con una victoria ajustada del no que le permitiese justificar la aceptación de una versión más suavizada de los recortes (aunque era evidente que la Troika no tenía la más mínima intención de hacerlo). En el caso de una eventual victoria del sí, le permitiría descargar en la “voluntad popular” la responsabilidad de nuevos recortes.

La respuesta de la Troika fue suspender las negociaciones y poner punto y final a la prórroga del segundo rescate. Tanto la burguesía europea como la griega trataron de convertir el referéndum en una decisión entre el orden y el caos, atizando la asfixia financiera y la parálisis económica. La campaña del miedo, que ya había sido empleada en las elecciones de enero y en otras ocasiones, llegó a su punto álgido. Ante la amenaza de la expulsión inmediata de Grecia del euro, que sin duda iba en serio, se desató la fuga de depósitos bancarios, obligando al gobierno a establecer medidas de control de capitales y a realizar un corralito cerrando los bancos en la semana de la votación.

A pesar de todo, el 5 de julio la clase obrera y la juventud dieron una lección histórica. Desafiando la campaña de terror, superando las mentiras de los medios de comunicación y la santa alianza de la socialdemocracia y la derecha para imponer un resultado positivo en las urnas, superando las propia vacilaciones del gobierno que, en medio de la campaña ofreció concesiones a los acreedores, la movilización del pueblo griego dio un abultado triunfo al OXI (62%), y un revés contundente a la troika. Esta victoria fue vista como propia por los trabajadores y la juventud de Europa. La posibilidad de revertir los planes de austeridad se abría paso una vez más gracias al impulso y la participación masiva de los trabajadores. La diferencia en las urnas, más de 22 puntos a favor del OXI, era la mejor prueba de la voluntad de los oprimidos por llevar la lucha hasta el final, rompiendo con las recetas capitalistas y colocando la transformación socialista de la sociedad en el orden día. Una voluntad que contrastó vivamente con la actitud de Tsipras y el aparato dirigente de Syriza.

La traición de Tsipras

No pasaron ni 48 horas desde el cierre de las urnas para que el primer ministro griego demostrara una disposición servil a la capitulación, acordando con la Troika un tercer rescate, más lesivo que el sometido a referéndum. La deriva de la dirección de Syriza hacia la derecha fue vertiginosa. Traicionando todos los acuerdos aprobados en el congreso fundacional del partido y del programa de Salónica, Tsipras sacó adelante todas las medidas gracias al apoyo parlamentario de Nueva Democracia y el PASOK. En un auténtico frente único con los partidos de la burguesía, el aparato de Syriza se ha colocado abiertamente contra los intereses de la mayoría, en el mismo terreno que la socialdemocracia de derechas, actuando como testaferro de la austeridad y los recortes.

La oposición dentro de Syriza era lo suficientemente significativa como para entorpecer esta nueva acometida contra las masas. De entrada, un tercio de los diputados de Syriza se opuso a los planes del gobierno, en cientos de agrupaciones y comités locales hubo pronunciamientos contra el nuevo plan de rescate y la mayoría del CC firmó una declaración contra el acuerdo. Por eso la burguesía necesitaba que Tsipras rematara el trabajo sucio acabando con cualquier disidencia interna, empezando por su grupo parlamentario, convirtiendo a Syriza en una maquinaria socialdemócrata fiable. Solo así podría tener las manos libres para seguir en la senda de la traición. La manera de deshacerse de la oposición interna fue con la convocatoria de elecciones, y era necesario hacerlo cuanto antes a fin de evitar que los efectos sociales de los nuevos recortes se dejaran sentir con más fuerza.

En las elecciones anticipadas del 20 de septiembre Syriza consiguió una victoria indiscutible (35,47%), más de siete puntos por encima de Nueva Democracia. Ahora bien, muy relevante fue la abstención sin precedentes (rozando el 44%), la pérdida de 325.000 votos de Syriza respecto a enero —el 14,5% de su electorado— y que a diferencia del triunfo obtenido nueves meses antes, festejado con entusiasmo dentro y fuera de Grecia, el 20S predominó una atmósfera de desencanto.

La dirección de Syriza ha utilizado este resultado como una legitimación de su política. Pero interpretar esta victoria como un respaldo a su brutal giro a la derecha poco tiene que ver con la realidad. Un amplio sector de la clase trabajadora ha optado por el mal menor, en unas circunstancias críticas en las que no ha visto una alternativa mejor. Syriza ha ganado a pesar de esta traición histórica, no gracias a ella.

De los resultados obtenidos por Unidad Popular (la escisión de Syriza encabezada por la Plataforma de Izquierdas), que quedó fuera del parlamento con menos del 3%, tampoco se puede concluir que no exista una mayoría dispuesta a romper con el capitalismo. Muchas de las medidas propuestas por los dirigentes de Unidad Popular eran positivas (no al Memorándum, no al pago de la deuda ilegítima...) pero estaban desligadas de una estrategia clara de ruptura con el capitalismo, de una alternativa socialista para Grecia y para Europa, y de un plan de organización y movilización que lo acompañara. Además, los principales dirigentes han formado parte del gobierno hasta agosto, cuando el giro a la derecha era evidente, sin diferenciarse con la nitidez y contundencia necesaria y sin apelar en ningún caso a la movilización de los trabajadores con un plan concreto de lucha. Estas carencias les han restado coherencia y credibilidad.

Por su parte, el KKE, mantiene sus resultados anteriores (5,5%) pero la dirección del Partido Comunista sigue siendo incapaz de atraer a centenares de miles de desencantados con Tsipras. ¿Por qué no avanzan en unas circunstancias objetivamente favorables? Porque confunden lo que es una política leninista, basada en el Frente Único de la izquierda que lucha, con un planteamiento extremadamente sectario hacia la base de Syriza y de las organizaciones a su izquierda. Su posición ultraizquierdista ante el referéndum, llamando al voto nulo, es un modelo de cómo cerrar los oídos de las masas en un contexto en el que millones de personas están buscando una alternativa revolucionaria. Pero incluso cuando se mantiene una posición formalmente correcta, llamando a la lucha por el socialismo o a un gobierno revolucionario, eso no basta: hay que ganar a las masas de la población a ese programa, sin ultimatismos, con tácticas que permitan penetrar en sus filas, levantando organismos de lucha que sólo podrán tener un carácter de masas si son lo más unitarios posibles.

La frustración de la perspectiva de un cambio social profundo (el 85% de la población está insatisfecha y el 71% de los votantes de Syriza, decepcionados) favorece las condiciones políticas para que en el medio plazo la derecha y la ultraderecha aumenten su apoyo (encuestas de enero dan por primera vez ventaja a ND sobre Syriza). El hecho de que los neonazis de Amanecer Dorado se afiancen como tercera fuerza política (7%) es una seria advertencia. Si continúa el hundimiento de la economía, el crecimiento del desempleo y la miseria; si las clases medias empobrecidas que han apoyado a Syriza viven la frustración de sus expectativas, y la crisis de los refugiados continúa sin solución en una sociedad duramente golpeada; en definitiva, si no se produce una salida revolucionaria a esta situación de descomposición la reacción puede ampliar su base social. Pero hoy por hoy la correlación de fuerzas sigue siendo claramente favorable a la clase obrera y a la transformación socialista de la sociedad. Como estamos viendo el movimiento obrero y la juventud no está dispuesto a dejarse vencer por la desmoralización y el escepticismo. Tampoco los acontecimientos van a dar tregua, la posibilidad de estabilizar el capitalismo griego está muy lejos de ser una realidad a corto plazo: la economía se contrajo un 25% en los últimos seis años, la inversión se ha desplomado un 67% desde 2007, y los ingresos disponibles lo han hecho también un 25% solo en el último año, el control de capitales continúa y solo se puede sacar del cajero 60 euros al día por persona. La previsión para 2016 es de una nueva recesión (entre -0,7 y -1,3% del PIB), el paro continúa en el 25,8% y la deuda alcanzará máximos, rozando el 200%.

Es difícil encontrar en la historia reciente un ejemplo más claro de la voluntad de los trabajadores para romper con las recetas capitalistas, expresado en decenas de huelgas generales, en manifestaciones de masas y ocupaciones de empresas, en las urnas. Esta es la auténtica correlación de fuerzas de la sociedad. La lección de Grecia demuestra, una vez más, que para enfrentarse al enemigo de clase no valen ni el oportunismo ni la charlatanería, sino la acción contundente de las masas con medidas revolucionarias audaces y una dirección política a la altura.


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