“Mientras dependa del poderío militar de los Estados imperialistas, la victoria de un bando u otro solo puede significar un nuevo desmembramiento y un vasallaje aún más brutal del pueblo ucraniano. El programa de independencia de Ucrania en la época del imperialismo está directa e indisolublemente ligado al programa de la revolución proletaria”.
León Trotsky, La cuestión ucraniana
Estas palabras, escritas por León Trotsky en 1939, resuenan más actuales que nunca. Como hemos explicado en distintas declaraciones y artículos[1], la guerra que hoy arrasa Ucrania no puede entenderse si cedemos a la propaganda del imperialismo otantista, al mensaje sobre la supuesta “desnazificación” lanzado por Putin y su círculo, o a la apariencia de lucha por la liberación nacional con que se encubre Zelenski.
Este conflicto sangriento, que ya ha segado la vida de decenas de miles de civiles y soldados, que ha arrasado ciudades e infraestructuras vitales, que ha provocado el éxodo de millones de familias, una escalada militarista extraordinaria y que puede precipitar a la economía global a una depresión, esconde objetivos materiales y de gran alcance.
Considerar el carácter de la guerra atendiendo solo a quién disparó primero, sin tratar de penetrar en las contradicciones insuperables que han llevado a este punto y los intereses de clase que están en juego, es un grave error.
La guerra en Ucrania va mucho más allá de la invasión de las tropas rusas iniciada el 24 de febrero: es una contienda imperialista que se inscribe dentro de la pugna global que sostienen EEUU y sus aliados europeos frente al bloque integrado por China y Rusia. La esencia de esta nueva matanza, igual que otras que la han precedido, es el control de mercados, materias primas, rutas comerciales, flujos de capital. Si hay que exhibir un poder militar apabullante en pos de estos objetivos, se hace. Al fin y al cabo la guerra es la continuación de la política por otros medios.
Ocultar que una nueva correlación de fuerzas ha dado al traste con el orden mundial construido por EEUU tras el colapso de la URSS, minimizar la expansión agresiva de la OTAN en estas tres últimas décadas, o insistir en el aislamiento de Rusia tras casi tres meses de guerra, forma parte de la propaganda occidental que llena los medios de información para moldear la opinión pública. A su vez, cuando Putin invoca la defensa de la población rusa del Donbás pero niega la existencia de la nación ucraniana a bombazo limpio, demuestra que lo único que pretende es salvaguardar los intereses del renaciente imperialismo ruso.
EEUU y la OTAN hablan cínicamente de “liberar Ucrania” cuando la han transformado en un Estado títere y utilizan a su pueblo como carne de cañón. Washington arma, financia y dirige el ejército ucraniano y la autodenominada resistencia, cuya espina dorsal está compuesta por una abigarrada mezcolanza de nacionalistas de derechas, neonazis y mercenarios a sueldo.
El objetivo del imperialismo estadounidense es transparente. Como si fuera su última oportunidad para superar los reveses sufridos en Afganistán, Iraq, Siria… y remontar una decadencia económica vertiginosa, no está dispuesto a ceder un palmo de su influencia en el viejo continente. Está poniendo a Europa de rodillas y prolongando una guerra devastadora en Ucrania sin enviar un solo soldado.
Si Putin se empantana en un conflicto largo y desgastante, Washington cree que China tendrá que retroceder en sus aspiraciones hegemónicas. Pero nada de esto es seguro, mientras una crisis militar sin precedentes desde 1945 y una debacle económica mayor que la Gran Recesión de 2008, se dibujan como una perspectiva cada día más probable.
Algunas consideraciones importantes
Subordinarse a cualquiera de los dos bloques en conflicto recurriendo a argumentos como la lucha por la “independencia nacional”, o a la geopolítica barata del “enemigo de mi enemigo es mi amigo”, poco tienen que ver con el programa marxista y leninista sobre el imperialismo y la cuestión nacional.
Desde el siglo XII, los territorios que hoy conforman Ucrania fueron desmembrados y repartidos una y otra vez entre las clases dominantes de Polonia, Rumanía, Rusia, Alemania, Austria-Hungría y Turquía. El resultado fue que, junto a una mayoría étnica y de lengua ucraniana, en muchas zonas del sudeste del país la población dominante era rusa, mientras en otras regiones se consolidaron importantes minorías de origen polaco, bielorruso, húngaro, rumano e incluso griego.
Negar la opresión nacional y el brutal despojo que el pueblo ucraniano ha sufrido a lo largo de la historia por diferentes potencias, pero especialmente bajo el imperio de los zares, es una falsificación histórica. La lucha del pueblo ucraniano por su liberación nacional jugó un papel de primer orden en la Revolución rusa de 1917, y es imposible entender la Ucrania contemporánea sin considerar los esfuerzos de Lenin y los bolcheviques por aplicar el principio de autodeterminación de las nacionalidades oprimidas sobre bases igualitarias. Pero la degeneración estalinista del Estado soviético supuso una completa ruptura con esa política y su sustitución por una nueva forma de chovinismo gran ruso.
Volviendo al momento actual. Putin es la cabeza visible del nuevo imperialismo ruso emergente que niega los derechos nacionales de Ucrania, a la que considera parte integral del territorio ruso regalada por Lenin al nacionalismo ucraniano. ¿Pero acaso Zelenski tiene una posición mejor?
El régimen reaccionario del actual presidente ucraniano ha convertido en política de Estado el nacionalismo supremacista que tuvo su máxima expresión con el movimiento de Stepán Bandera, líder de la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) en los años treinta. La colaboración de esta fracción con las fuerzas militares nazis en el combate contra las tropas del Ejército Rojo y en el exterminio de más de cien mil judíos polacos y ucranianos está sobradamente documentada.
Zelenski tiene un enfoque muy claro sobre los derechos de sus opositores y de las minorías nacionales en Ucrania. Con el respaldo de las “democracias europeas” y del imperialismo estadounidense, aprobó una legislación que discrimina y oprime legalmente a la población étnicamente rusa, persiguiendo su idioma y su cultura, continuando la estrategia que comenzó con el triunfo de las fuerzas chovinistas y de extrema derecha en la revuelta del Euromaidan en 2014.
El desplazamiento del aparato del Estado hacia esas posiciones se concretó en una intervención militar en el Donbás de unidades neonazis, como el Batallón Azov, contra las poblaciones que habían resistido este giro de los acontecimientos. Desde entonces, las incursiones armadas ucranianas en la República Popular de Lugansk y de Donetsk, creadas al comienzo del conflicto y tuteladas actualmente por el Gobierno ruso, se han cobrado la vida de más de 14.000 personas.
Respondiendo a los intereses de la burguesía ucraniana prooccidental y a sus amos imperialistas, Zelenski ha ilegalizado a los partidos comunistas y de izquierda eliminando cualquier tipo de oposición política,[2] ha perseguido a los sindicatos y a los activistas obreros más destacados, fomentado la criminalización de otras minorías nacionales, estigmatizado al medio millón de personas que integran el pueblo gitano, y a la comunidad LGTBI.[3] Este campeón de la “democracia” es en realidad un déspota reaccionario, y cualquier apoyo directo o indirecto a su política no tiene nada de progresista ni “humanitario”.
Conocer el pasado para entender el presente
La lucha por la liberación nacional del pueblo ucraniano se ha fundido y entrelazado a lo largo de la historia con la del campesinado y los trabajadores. Los levantamientos agrarios a finales del siglo XIX y principios del XX contra los terratenientes polacos y rusos, la revolución de 1905 que enfrentó a la clase obrera ucraniana y rusa contra la autocracia zarista, los latifundistas y los burgueses de Kiev, San Petersburgo o Moscú, hizo emerger las aspiraciones democráticas nacionales del pueblo ucraniano, el derecho a que su lengua y su cultura fueran plenamente reconocidas y respetadas, y que Ucrania pudiera convertirse en una nación independiente y soberana.
Pero la mayoría de los movimientos nacionalistas nacidos en aquel periodo, liderados por elementos burgueses y pequeñoburgueses, tenían una actitud extremadamente hostil a las reivindicaciones de los campesinos (reforma agraria y entrega de la tierra) y de los trabajadores (mejora de sus condiciones laborales y económicas). Siempre confiaron en el patrocinio de una u otra potencia imperialista para llevar a cabo su objetivo de independencia, y tras el triunfo de la Revolución de Octubre se convirtieron en el instrumento de Alemania y de Francia e Inglaterra contra el nuevo poder soviético.
Ucrania solo pudo ejercer su derecho a la autodeterminación, conquistar su independencia nacional, y crear las bases para una igualdad real entre las lenguas y pueblos que la integraban, con la llegada al poder de los bolcheviques y la extensión de la revolución. No es casualidad que días antes de su criminal invasión, Putin pronunciase un discurso en el que acusó a Lenin de “inventar Ucrania” por reconocer su derecho a la autodeterminación y defender su integración en la Unión Soviética como una República Socialista independiente y en pie de igualdad con la República Socialista Rusa.
Tampoco es casualidad que Zelenski haya borrado de los libros de historia que fue la revolución socialista de 1917 la que dio la oportunidad de independencia a Ucrania, hecho que supuso un paso de gigante no solo para la liberación social del pueblo, también para preservar su lengua y su cultura.
Los sóviets ucranianos, con el respaldo entusiasta de Lenin, llevaron a cabo una alfabetización masiva en lengua ucraniana y una promoción de la literatura, el arte y las escuelas en ucraniano. La República Socialista Ucraniana declaró oficial el ucraniano por primera vez en la historia, fomentando su aprendizaje y utilización por todos los funcionarios estatales, instituciones y medios de comunicación. En 1919, en medio de las penalidades de la guerra civil, el Estado obrero imprimió 84 millones de libros en ucraniano.
Es un auténtico crimen que los chovinistas reaccionarios a la cabeza del aparato de Gobierno y del Estado en ambas naciones, quieran borrar sistemáticamente la historia que une a los oprimidos de Rusia y Ucrania, que tuvo además una heroica continuidad en la resistencia contra la invasión militar nazi y la victoria sobre Hitler durante la Segunda Guerra Mundial.
La izquierda revolucionaria tiene la obligación de rescatar el auténtico programa de Lenin y los bolcheviques sobre Ucrania si quiere entender lo que está pasando en la actualidad y no ser víctima de las presiones ideológicas de clases ajenas.
Lenin y el derecho de autodeterminación
El punto de partida del programa leninista es la defensa del derecho a la autodeterminación de cada nación y nacionalidad oprimida, lo que obviamente supone ejercer el derecho a la independencia nacional. Se trata de una demanda democrática esencial, que jugó un papel fundamental en las revoluciones burguesas para luchar contra el particularismo feudal y crear el Estado nacional. Pero la cuestión nacional no fue resuelta con el triunfo del régimen burgués. En la época del dominio imperialista la opresión nacional se exacerbó con la política colonial y de anexiones de las grandes potencias.
El enfoque leninista de la defensa del derecho a la autodeterminación no implica, siempre y en toda circunstancia, un apoyo incondicional a la separación, ni la subordinación a la política de la burguesía de la nacionalidad oprimida. Lenin consideraba esta defensa como parte de un programa de independencia de clase e internacionalista, que aboga por la unidad de los trabajadores por encima de las fronteras nacionales, y que debe servir para hacer avanzar la lucha por la transformación socialista de la sociedad.
Lenin insistió en que la primera tarea de los marxistas y los trabajadores avanzados es luchar contra su propia burguesía nacional, educando a las masas de la nación opresora en la defensa del derecho a decidir de la nación oprimida y combatiendo cualquier imposición o forma de represión. Los trabajadores de la nacionalidad oprimida a su vez, deben mantener firme la bandera del internacionalismo y una política de clase completamente diferenciada de la burguesía nacionalista.
En su famoso texto, El derecho de las naciones a la autodeterminación, una respuesta amplia a los postulados de Rosa Luxemburgo (que negaba ningún papel progresivo a la lucha por la autodeterminación porque la consideraba una concesión a los movimientos nacionalistas burgueses), Lenin aborda la cuestión de una forma concreta y dialéctica:
Dado que la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora, nosotros estamos siempre, en todos los casos y con más decisión que nadie, a favor, ya que somos los enemigos más decididos y consecuentes de la opresión. Dado que la burguesía de la nación oprimida está a favor de su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra. Lucha contra los privilegios y la violencia de la nación opresora y ninguna tolerancia con el afán de privilegios de la nación oprimida.
Si en la agitación no lanzamos ni propugnamos la consigna del derecho a la separación, favoreceremos no solo a la burguesía, sino a los feudales y al absolutismo de la nación opresora (…) En su temor de “ayudar” a la burguesía nacionalista polaca, Rosa Luxemburgo niega el derecho a la separación recogido en el programa de los marxistas rusos, y a quien ayuda en realidad es a los centurionegristas rusos[4]. Ayuda en realidad al conformismo oportunista con los privilegios (y con cosas peores que los privilegios) de los rusos.
Apasionada por la lucha contra el nacionalismo en Polonia, Rosa Luxemburgo ha olvidado el nacionalismo ruso, aunque precisamente este nacionalismo es ahora el más temible; es precisamente un nacionalismo menos burgués pero más feudal, es precisamente el mayor freno para la democracia y la lucha proletaria. En todo nacionalismo burgués de una nación oprimida hay un contenido democrático general contra la opresión, y a este contenido le prestamos un apoyo incondicional, apartando rigurosamente la tendencia al exclusivismo nacional, luchando contra la tendencia del burgués polaco a oprimir al judío, etc., etc.
Desde el punto de vista del burgués y del filisteo, esto “no es práctico”. Pero es la única política práctica y fiel a los principios en la cuestión nacional, la única que ayuda de verdad a la democracia, a la libertad y a la unión del proletariado.
Reconocer el derecho a la separación para todos; apreciar cada cuestión concreta sobre la separación desde un punto de vista que elimine toda desigualdad de derechos, todo privilegio, todo exclusivismo.
Tomemos la posición de la nación opresora. ¿Puede acaso ser libre un pueblo que oprime a otros pueblos? No. Los intereses de la libertad de la población rusa exigen que se luche contra tal opresión. La larga historia, la secular historia de represión de los movimientos de las naciones oprimidas, la propaganda sistemática de esta represión por parte de las clases “altas”, han creado prejuicios que son enormes obstáculos a la causa de la libertad del propio pueblo ruso, etc.
Los centurionegristas rusos apoyan conscientemente estos prejuicios y los alientan. La burguesía rusa transige con ellos o se amolda a ellos. El proletariado ruso no puede alcanzar sus fines, no puede desbrozar para sí el camino hacia la libertad, sin luchar sistemáticamente contra esos prejuicios.
Formar un Estado nacional autónomo e independiente en Rusia sigue siendo, por ahora, tan solo privilegio de la nación rusa. Nosotros, los proletarios rusos, no defendemos ningún privilegio, tampoco ese. Luchamos sobre el terreno de un Estado determinado, unificamos a los obreros de todas las naciones de ese Estado, no podemos garantizar tal o cual vía de desarrollo nacional, marchamos hacia nuestro objetivo de clase por todas las vías posibles.
Pero no se puede ir hacia este objetivo sin luchar contra todos los nacionalismos y sin propugnar la igualdad de todas las naciones. Así, por ejemplo, depende de mil factores, desconocidos de antemano, si Ucrania podrá llegar a formar un Estado independiente. Y, como no queremos hacer “conjeturas” vanas, estamos firmemente por lo que es indudable: el derecho de Ucrania a semejante Estado. Respetamos este derecho, no apoyamos los privilegios de los rusos respecto a los ucranianos, educamos a las masas en el espíritu del reconocimiento de este derecho, en el espíritu de la negación de los privilegios estatales de cualquier nación.”[5]
La posición de Lenin siempre partía de lo que ayudaba en la estrategia de derrocamiento del capitalismo. En las naciones y nacionalidades oprimidas, como la historia ha demostrado una y mil veces, la lucha de las masas por su liberación social siempre ha ido de la mano de la lucha por la liberación nacional. Decirles que renuncien a ella, aplazar la reivindicación de sus derechos democrático-nacionales hasta que triunfe el socialismo, significaría arrojarlas en brazos de la burguesía nacionalista. Los marxistas intervienen en el movimiento de liberación nacional presentando su propio programa y luchando por ganar su dirección como parte inseparable del combate por la revolución socialista.
La Revolución de Febrero de 1917 confirmó la perspectiva de Lenin. A la exigencia campesina de reparto de la tierra, a las reivindicaciones económicas y políticas del proletariado, de paz por parte de los soldados extenuados en las trincheras, las masas ucranianas, georgianas, lituanas… agregaron el derecho a expresarse en sus lenguas y a ejercer la autodeterminación nacional. Pero el Gobierno provisional, la coalición de ministros capitalistas y reformistas de los partidos menchevique y socialrevolucionario, respondió a estas aspiraciones con la represión y la reafirmación de los intereses imperialistas de Rusia.
En el caso de Ucrania, la importancia de mantenerla sojuzgada era evidente: representaba una reserva fundamental de carbón, trigo y otros recursos estratégicos. Además, negar la existencia de una identidad nacional ucraniana era un pilar fundacional del nacionalismo gran ruso: Ucrania era denominada la Pequeña Rusia y los planes de rusificación y supresión de la lengua ucraniana habían sido políticas de Estado.
Lo más destacado de ese periodo es que las organizaciones reformistas y nacionalistas pequeñoburguesas que dominaban la Rada ucraniana (Parlamento), pospusieron todas sus reivindicaciones nacionales para no contrariar a las potencias imperialistas aliadas (Francia e Inglaterra) que influían determinantemente en la posición del Gobierno Provisional de Moscú.
La llegada de Lenin a Petrogrado, en abril de 1917, supuso un cambio trascendental en la orientación del Partido Bolchevique. El apoyo “crítico” al Gobierno provisional que Kámenev, Stalin y Molotov, habían mantenido desde la Revolución de Febrero, fue objeto de una durísima crítica. Frente a la colaboración con la burguesía, Lenin explicó la necesidad de ganar pacientemente a las masas para el programa de la revolución socialista y la toma del poder. Sus ideas fueron sistematizadas en sus famosas Tesis de Abril.
En lo que se refiere a la cuestión nacional, y concretamente a Ucrania, su postura carecía de cualquier ambigüedad:
“Ningún demócrata podrá negar el derecho de Ucrania a separarse libremente de Rusia. Solo el reconocimiento absoluto de este derecho nos permite abogar (...) por la asociación voluntaria de los dos pueblos en un solo Estado (…) Defendemos la más estrecha unión de los trabajadores del mundo contra los capitalistas «propios» y de todos los demás países, pero para que tal unión sea voluntaria, el obrero ruso, que no confía ni por un minuto en la burguesía rusa ni en la ucraniana, defiende hoy el derecho de los ucranianos a la separación, sin imponer su amistad, sino esforzándose por ganar su amistad al tratarlos como iguales”[6]
Esta actitud sería determinante para la victoria de la revolución socialista en Ucrania. Cuando los bolcheviques ganaron la mayoría de los sóviets en las principales ciudades rusas, en Ucrania estos se encontraban paralizados por la política de los reformistas conciliadores. Los agitadores bolcheviques ucranianos hicieron una labor incansable dando a conocer su programa e impulsando la formación de sóviets campesinos que se extendieron bajo la consigna de paz, pan y tierra.
En poco tiempo ganaron a los campesinos pobres (mujik) separándolos de los kulaks (campesinos ricos), y crearon las condiciones para la unificación de las masas oprimidas del campo y las ciudades con un programa que incluía la lucha por la liberación nacional de Ucrania. Este aspecto fue determinante para que el ala izquierda del movimiento independentista, representada por los seguidores del periódico Borotba (La Lucha), viera en el bolchevismo su aliado más confiable y se unieran al partido de Lenin.
La República Socialista de Ucrania
Tras la toma del poder en Octubre, una política correcta respecto a la cuestión nacional era aún más decisiva que antes. El Estado obrero levantado por los trabajadores y campesinos rusos, ucranianos y de las diferentes nacionalidades tuvo que enfrentar una brutal guerra civil contra la burguesía y los terratenientes, respaldados por la intervención de 22 ejércitos imperialistas. Ucrania fue uno de los principales objetivos de la contrarrevolución armada.
Los mismos reformistas y nacionalistas burgueses y pequeñoburgueses de la Rada que habían renunciado a la autodeterminación entre febrero y octubre, se apresuraron a declarar una Ucrania capitalista independiente contra los sóviets. Era la mejor táctica para encubrir su servilismo ante la burguesía ucraniana y los aliados imperialistas: disfrazar sus intereses de clase con la bandera de la independencia.
Pero la autodenominada “República Popular Ucraniana” acabó dirigida por Gobiernos extremadamente reaccionarios que se dedicaron a liquidar todas las conquistas revolucionarias, devolviendo las tierras ocupadas por los campesinos a los terratenientes, entregando las fábricas a sus antiguos propietarios, recuperando viejas leyes zaristas, prohibiendo el ruso y masacrando a centenares de miles de obreros y campesinos judíos, rusos y ucranianos. Esta república independiente, proclamada contra voluntad de las masas, se convirtió en un protectorado imperialista al servicio de las guardias blancas contrarrevolucionarias.
Devastada por la guerra, la Ucrania soviética estuvo sometida a tensiones extremas que provocaron polémicas entre los propios bolcheviques. No era fácil orientarse en unas circunstancias en que el nacionalismo ucraniano había servido de trampolín a la contrarrevolución. Los debates dentro del Partido Bolchevique, y en el seno de los comunistas ucranianos, fueron intensos. Eran tiempos en que la libertad de expresión y las diferencias internas estaban garantizadas por el régimen partidario.
Las posiciones eran fundamentalmente tres: un sector defendía una República Socialista de Ucrania independiente, otro la fusión de Ucrania con Rusia en una misma República y, una tercera fracción, se inclinaba por una federación entre ambas repúblicas. Los tres principales sóviets ucranianos (Kiev, Odesa y Donetsk) adoptaron posiciones diferentes. El sóviet de Donetsk, por ejemplo, llegó a proclamar una república separada de la Ucrania soviética que pidió incorporarse a Rusia, argumentando una mayor funcionalidad económica y la tradición de lucha común con los mineros rusos de las regiones fronterizas.
La postura de Lenin en ese momento complejo y difícil, mostró claramente la fortaleza de su método flexible, democrático y clasista. Merece la pena citar en su totalidad la carta que envió a los obreros y campesinos de Ucrania en diciembre de 1919[7]:
Camaradas, hace cuatro meses, a fines de agosto de 1919, tuve oportunidad de dirigir una carta a los obreros y campesinos con motivo de la victoria sobre Kolchak.[8]
Ahora haré imprimir esa carta íntegramente para los obreros y campesinos de Ucrania, con motivo de las victorias sobre Denikin[9].
Las tropas rojas han ocupado Kiev, Poltava y Járkov, y avanzan victoriosamente hacia Rostov. En Ucrania fermenta la insurrección contra Denikin. Es preciso reunir todas las fuerzas para la derrota definitiva del ejército de Denikin, que trató de restablecer el poder de los terratenientes y capitalistas. Tenemos que destruir a Denikin para ponernos a salvo de la más mínima posibilidad de una nueva invasión.
Los obreros y campesinos de Ucrania deben conocer las enseñanzas que todos los obreros y campesinos rusos han extraído de la conquista de Siberia por Kolchak y de su liberación por las tropas rojas, después de largos meses de tiranía terrateniente y capitalista.
La dominación de Denikin en Ucrania fue una prueba tan dura como la dominación de Kolchak en Siberia. No cabe duda de que las lecciones de esta dura prueba harán comprender con claridad a los obreros y campesinos de Ucrania —como sucedió con los obreros y campesinos de los Urales y Siberia— las tareas del poder soviético, y los inducirán a defenderlo con mayor firmeza.
En la Gran Rusia ha quedado totalmente abolida la propiedad terrateniente. Lo mismo hay que hacer en Ucrania; y el poder soviético de los obreros y campesinos ucranianos debe liquidar totalmente la propiedad terrateniente, liberar por completo a los obreros y campesinos ucranianos de la opresión de los propios terratenientes.
Pero además de esta tarea y de otras que se les plantearon y aún se les plantean, tanto a las masas trabajadoras de la Gran Rusia, como a las de Ucrania, el poder soviético en Ucrania tiene sus propias tareas específicas. Una de estas tareas específicas merece, en la actualidad, la mayor atención. Es el problema nacional o, en otras palabras, el problema de si Ucrania será una República Socialista Soviética Ucraniana separada e independiente, ligada por una alianza (federación) a la República Socialista Federativa Soviética Rusa (RSFSR), o si Ucrania se fusionará con Rusia formando una República Soviética única. Todos los bolcheviques, todos los obreros y campesinos políticamente conscientes, deben analizar atentamente este problema.
La independencia de Ucrania ha sido reconocida, tanto por el Comité Ejecutivo Central de la RSFSR como por el Partido Comunista de los bolcheviques de Rusia. Es, por lo tanto, evidente y por todos reconocido que solo los propios obreros y campesinos de Ucrania pueden decidir y decidirán en su Congreso de Sóviets de Ucrania, si Ucrania se fusionará con Rusia o si será una república separada e independiente, y en este último caso, qué vínculos federativos habrán de establecerse entre esa República y Rusia.
¿Cómo debe resolverse este problema en lo que atañe a los intereses de los trabajadores y al éxito de su lucha por la total emancipación del trabajo del yugo del capital?
En primer lugar, los intereses del trabajo exigen la confianza más absoluta y la unión más estrecha entre los trabajadores de los diferentes países y diferentes naciones. Los partidarios de los terratenientes y capitalistas, de la burguesía, se esfuerzan por dividir a los obreros, por avivar las discordias y antagonismos nacionales, con el fin de debilitar a los obreros y fortalecer el poder del capital.
El capital es una fuerza internacional. Para vencerlo hace falta una unión internacional de obreros, una fraternidad internacional de obreros.
Nosotros somos enemigos de los antagonismos y las discordias nacionales, del aislamiento nacional. Somos internacionalistas. Estamos por la unión estrecha y la fusión completa de los obreros y campesinos de todas las naciones del mundo en una República Soviética mundial única.
En segundo lugar, los trabajadores no deben olvidar que el capitalismo ha dividido a las naciones en un pequeño número de grandes potencias opresoras (imperialistas), naciones libres y soberanas, y una inmensa mayoría de naciones oprimidas, dependientes y semidependientes, no soberanas. La archicriminal y archirreaccionaria guerra de 1914-1918 acentuó esta división, enconando con ello los odios y rencores. Durante siglos se fue acumulando la indignación y la desconfianza de las naciones no soberanas y dependientes hacia las naciones dominantes y opresoras, tal como Ucrania hacia naciones como la Gran Rusia.
Queremos una unión voluntaria de naciones —una unión que excluya toda coerción de una nación sobre otra—, una unión que se base en la más plena confianza, en un claro reconocimiento de unidad fraternal, en un consentimiento absolutamente voluntario. Una unión así no puede realizarse de golpe; para llegar a ella debemos actuar con suma paciencia y el mayor cuidado, para no malograr las cosas y no despertar desconfianza, y para que la desconfianza dejada por siglos de opresión terrateniente y capitalista, de propiedad privada y los antagonismos provocados por su distribución y redistribución puedan desaparecer.
Debemos, por lo tanto, empeñarnos firmemente en lograr la unidad de las naciones y oponernos implacablemente a todo lo que tienda a dividirlas, y al hacerlo, debemos ser muy prudentes y pacientes, y hacer concesiones a las supervivencias de la desconfianza nacional. Debemos ser firmes e inexorables ante todo lo que afecte a los intereses fundamentales del trabajo en su lucha por sacudirse el yugo del capital.
El problema de la demarcación de fronteras, ahora, por el momento —pues nosotros aspiramos a la completa abolición de las fronteras— no es un problema fundamental, importante, sino secundario. Con respecto a este asunto podemos esperar, y debemos esperar, pues la desconfianza nacional suele ser muy tenaz en las amplias masas de campesinos y pequeños propietarios, y toda precipitación puede acentuarla, en otras palabras, comprometer la causa de la unidad total y definitiva.
La experiencia de la revolución obrera y campesina de Rusia, la Revolución de Octubre de 1917 y de los dos años de lucha victoriosa contra la agresión de los capitalistas internacionales y rusos, ha demostrado con claridad meridiana que los capitalistas lograron, por un tiempo, explotar la desconfianza nacional de los campesinos y pequeños propietarios polacos, letones, estonios y finlandeses hacia los gran rusos; que lograron, por un tiempo, sembrar discordia entre ellos y nosotros apoyándose en esa desconfianza. La experiencia demostró que esa desconfianza se desvanece y desaparece muy lentamente, y que cuanto más cuidado y paciencia tengan los gran rusos, que durante tanto tiempo fueron una nación opresora, con tanta mayor seguridad se disipará esa desconfianza.
Fue precisamente por haber reconocido la independencia de los Estados polaco, letón, lituano, estonio y finlandés, que nos estamos ganando, lenta pero firmemente, la confianza de las masas trabajadoras de los pequeños Estados vecinos, más atrasadas y más engañadas y oprimidas por los capitalistas. Éste es el camino más seguro para arrancarlas de la influencia de “sus” capitalistas nacionales y conducirlas con plena confianza hacia la futura República Soviética internacional unida.
Mientras Ucrania no se libere completamente de Denikin y no se reúna el Congreso de Sóviets de toda Ucrania, su Gobierno es el Comité Militar Revolucionario de Ucrania. Además de los comunistas bolcheviques ucranianos, están los comunistas borotbistas ucranianos, que trabajan en ese Comité Revolucionario como miembros del Gobierno. Los borotbistas se distinguen de los bolcheviques, entre otras cosas, porque defienden la independencia incondicional de Ucrania. Los bolcheviques no harán de esto un objeto de divergencias y desunión, no consideran que esto sea obstáculo para un trabajo proletario armónico. Debe haber unidad en la lucha contra el yugo del capital y por la dictadura del proletariado, y no debe haber rompimiento entre comunistas por el problema de las fronteras nacionales o de si los vínculos entre los Estados deben ser federativos u otros. Entre los bolcheviques hay partidarios de la independencia total de Ucrania, partidarios de una unión federativa más o menos estrecha y partidarios de la fusión total de Ucrania con Rusia.
No debe haber divergencias por estos problemas. El Congreso de Sóviets de Ucrania los resolverá.
Si un comunista gran ruso insiste en la fusión de Ucrania con Rusia, los ucranianos pueden muy bien sospechar que defiende esa política, no por tener en cuenta la unidad de los proletarios en la lucha contra el capital, sino por los prejuicios del viejo nacionalismo gran ruso imperialista. Esa desconfianza es natural y hasta cierto punto inevitable y legítima, ya que los gran rusos, bajo el yugo de los terratenientes y capitalistas, infundieron durante siglos el infame y odioso prejuicio del chovinismo gran ruso.
Si un comunista ucraniano insiste en la independencia nacional incondicional de Ucrania, se presta a que se sospeche que él defiende esa política, no en función de los intereses temporales de los obreros y campesinos ucranianos en su lucha contra el yugo del capital, sino a causa de los prejuicios nacionales pequeñoburgueses del pequeño propietario. La experiencia ha suministrado centenares de ejemplos de “socialistas” pequeñoburgueses de diferentes países —todos los diversos seudosocialistas polacos, letones y lituanos, los mencheviques georgianos, los eseristas, etc.— que se disfrazaban de partidarios del proletariado con el único fin de promover de forma fraudulenta una política de conciliación con “su” burguesía nacional en contra de los obreros revolucionarios. Hemos visto esto en el caso del Gobierno de Kerenski en Rusia, en febrero-octubre de 1917; lo hemos visto y lo seguimos viendo en todos los demás países.
Así, pues, es muy fácil que surja la desconfianza mutua entre los comunistas gran rusos y ucranianos. ¿Cómo combatir esa desconfianza? ¿Cómo vencerla y establecer una confianza mutua?
El mejor modo de lograrlo es trabajando en común para defender la dictadura del proletariado y el poder soviético en la lucha contra los terratenientes y capitalistas de todos los países y contra sus intentos de restablecer su dominación. Esa lucha común demostrará claramente en la práctica que cualquiera que sea la solución que se dé al problema de la independencia nacional o de las fronteras, debe existir una estrecha alianza militar y económica entre los obreros gran rusos y ucranianos, pues de otro modo los capitalistas de la “Entente”, es decir, la “alianza” de los países capitalistas más ricos: Inglaterra, Francia, Norteamérica, Japón e Italia, nos aplastará y estrangulará por separado. Nuestra lucha contra Kolchak y Denikin, a quienes estos capitalistas proporcionaron dinero y armas, es un claro ejemplo de este peligro.
Quien socava la unidad y la alianza más estrecha entre los obreros y campesinos gran rusos y ucranianos, ayuda a los Kolchak, a los Denikin, a los bandidos capitalistas de todos los países.
Por ello, nosotros, los comunistas gran rusos, debemos reprimir rigurosamente la menor manifestación de nacionalismo gran ruso que surja entre nosotros, pues esas manifestaciones, que son en general una traición al comunismo, causan un daño enorme al separarnos de los camaradas ucranianos, y con ello hacen el juego a Denikin y a su régimen.
Por ello nosotros, los comunistas gran rusos, debemos hacer concesiones cuando existen diferencias con los comunistas bolcheviques y borotbistas ucranianos, y cuando esas diferencias se refieren a la independencia nacional de Ucrania, a las formas de su alianza con Rusia y, en general, al problema nacional. Pero todos nosotros, los comunistas gran rusos, los comunistas ucranianos y los comunistas de cualquier otra nación, debemos ser inflexibles e intransigentes en las cuestiones básicas y fundamentales, que son las mismas para todas las naciones, en las cuestiones de la lucha del proletariado, de la dictadura del proletariado; no podemos admitir compromisos con la burguesía ni la menor división de las fuerzas que nos defienden contra Denikin.
Denikin tiene que ser vencido, aniquilado, y debe impedirse la repetición de invasiones como las suyas. Ese es el interés fundamental tanto de los obreros y campesinos gran rusos como de los ucranianos. La lucha será larga y difícil, pues los capitalistas del mundo entero ayudan a Denikin y ayudarán a los Denikin de todo género.
En esta lucha larga y difícil, nosotros, los obreros gran rusos y ucranianos, debemos marchar estrechamente unidos, pues separados no podremos ciertamente hacer frente a nuestra tarea. Sean cuales fueren las fronteras de Ucrania y Rusia, sean cuales fueren las formas de sus relaciones estatales mutuas, ello no es tan importante; es un problema en el que se puede y se debe hacer concesiones, en el que se puede ensayar esto, aquello y lo otro; la causa de los obreros y campesinos, de la victoria sobre el capitalismo, no sucumbirá por culpa de ello.
Pero si no sabemos marchar estrechamente unidos, unidos contra Denikin, unidos contra los capitalistas y los kulaks de nuestros países y de todos los países, la causa de los trabajadores sucumbirá ciertamente, por largos años, en el sentido de que los capitalistas podrán aplastar y estrangular tanto a la Ucrania soviética como a la Rusia soviética.
Y lo que la burguesía de todos los países, y toda suerte de partidos pequeñoburgueses —es decir, partidos “conciliadores” que se alían con la burguesía contra los obreros— más se han esforzado en conseguir, es la división de los obreros de las diferentes nacionalidades, suscitar la desconfianza y desbaratar la estrecha unión internacional y la fraternidad internacional de los obreros. Si la burguesía llega a conseguirlo, la causa de los obreros está perdida. Los comunistas de Rusia y Ucrania, por lo tanto, deben, mediante un esfuerzo colectivo, paciente, perseverante y tenaz, frustrar las maquinaciones nacionalistas de la burguesía y vencer los prejuicios nacionalistas de toda índole, y dar a los trabajadores del mundo entero un ejemplo de alianza verdaderamente firme entre los obreros y campesinos de diferentes naciones en la lucha por el poder soviético, por el derrocamiento del yugo de los terratenientes y capitalistas y por la República Soviética Federativa mundial.
El estalinismo y la vuelta al nacionalismo gran ruso
La carta de Lenin concentra la teoría del marxismo respecto a la cuestión nacional en un momento de máxima complicación y tensión, expone su método dialéctico e incide en el carácter principista del que parte: la máxima unidad de la clase trabajadora de cualquier nación contra sus enemigos comunes, la burguesía y el imperialismo.
Esta política fue la que propició el gran triunfo del Ejército Rojo en la guerra civil, y la que permitió la fundación de la URSS en 1922. Como se encargó de señalar Trotsky, “en la Constitución de la URSS se inscribe el derecho de las naciones a la separación completa, indicando de este modo que no considera resuelta de una vez y para siempre la cuestión nacional”.[10]
El máximo respeto y la máxima sensibilidad por los derechos democráticos de las naciones oprimidas por el zarismo fue lo que siempre guio a Lenin. Y fue precisamente la forma en como Stalin y sus partidarios quisieron zanjar el problema nacional durante el debate de la Constitución de la URSS, lo que provocó la oposición airada de Lenin y la ruptura política posterior con aquel.
Stalin, que ocupaba el cargo de Comisario del Pueblo para las Nacionalidades, presentó en septiembre de 1922 su proyecto de Federación Soviética, en la que se concedía una especie de autonomía imprecisa a las repúblicas “hermanas” de Rusia. El día 15 de ese mes, el Comité Central del Partido Comunista georgiano se opuso a la fórmula de Stalin, postura que este último denunció como “desviacionismo nacional” ante el propio Lenin, que solo fue parcialmente informado de la discusión.
Cuando el 25 de septiembre, tras una pausa prolongada por la enfermedad, Lenin estuvo en condiciones de leer los materiales elaborados por Stalin, no dudó en corregirlos a fondo y convocar a numerosos dirigentes bolcheviques para tratar el asunto. A finales de ese mismo mes Lenin escribió una carta al Buró Político en la que proponía que las distintas repúblicas formaran parte de la Unión Soviética en pie de igualdad con Rusia, y se reunió con los dirigentes comunistas georgianos para asegurarles su apoyo contra las pretensiones de Stalin.
El 6 de octubre, el Comité Central aprobó el proyecto modificado por Lenin que daría lugar al nacimiento de la URSS el 30 de diciembre de 1922. Al calor de esta intensa discusión, Lenin escribiría a Kámenev: “Declaro una guerra no para siempre, sino a muerte al chovinismo ruso…”.[11]
En respuesta a la “osadía” de los comunistas georgianos y el apoyo que Lenin les brindó, Stalin decidió organizar su propia venganza política enviando a su “procónsul” Ordzhonikidze para meter en vereda a los dirigentes del partido en Georgia. Pero el delegado se excedió en su violencia y llegó a golpear a unos de sus interlocutores. El incidente y la manera brutal, “gran rusa”, con la que se condujo el lugarteniente de Stalin, provocó la dimisión en bloque del Comité Central del partido georgiano el 22 de noviembre.
Lenin todavía tardaría en conocer los detalles de estos hechos, pero finalmente fue informado, y encendió todas las alarmas ante este crecimiento de un aparato insensible que concentraba cada día más poder en sus manos. En el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista, 20 noviembre-5 de diciembre 1922, advirtió en el que sería su último discurso público: “Tomamos posesión de la vieja maquinaria estatal y ésa fue nuestra mala suerte. Tenemos un amplio ejército de empleados gubernamentales. Pero nos faltan las fuerzas para ejercer un control real sobre ellos (...) En la cúspide tenemos no sé cuántos, pero en cualquier caso no menos de unos cuantos miles (...) Por abajo hay cientos de miles de viejos funcionarios que recibimos del zar y de la sociedad burguesa”.
En otro escrito remachó la misma idea: “Echamos a los viejos burócratas, pero han vuelto (...) llevan una cinta roja en sus ojales sin botones y se arrastran por los rincones calientes. ¿Qué hacemos con ellos? Tenemos que combatir a esta escoria una y otra vez, y si la escoria vuelve arrastrándose, tenemos que limpiarla una y otra vez, perseguirla, mantenerla bajo la supervisión de obreros y campesinos comunistas a los que conozcamos por más de un mes y un día.”[12]
A finales de diciembre de 1922, Lenin sufrió nuevos ataques y, aunque su capacidad de trabajo quedó muy mermada, fue capaz de reunir las fuerzas para dictar a sus secretarias una serie de cartas dirigidas al XIII Congreso del Partido que se suceden interrumpidamente hasta el 7 de febrero de 1923.
Esta correspondencia ha pasado a la historia como el Testamento de Lenin.
En la carta que dicta el 26 de diciembre vuelve a reflexionar sobre el tipo de Estado que hay en la URSS, calificándolo como “una herencia del antiguo régimen” y seis días más tarde vuelve sobre el mismo asunto: “Llamamos ‘nuestro’ a un aparato que en realidad nos es completamente ajeno, un amasijo burgués y zarista que era absolutamente imposible transformar en cinco años estando privados de la ayuda de los otros países y cuando nuestras preocupaciones fundamentales eran la guerra y la lucha contra el hambre”.[13]
En las cartas del 29 y 31 de diciembre, Lenin amplió su ataque a Stalin al que denuncia por encarnar el chovinismo gran ruso y negarse “a admitir la necesidad de que ‘la nación opresora’ reconozca el derecho de la ‘nación oprimida’ a la autodeterminación”. Finalmente, condena “al georgiano que acusa con desdén a otros de ‘socialnacionalismo’, cuando él mismo es no solo un verdadero y genuino ‘nacionalsocialista’ sino un grosero polizonte gran ruso”.
El 4 de enero de 1923 continúa su denuncia: “el camarada Stalin, al convertirse en secretario general, ha concentrado en sus manos un poder ilimitado y no estoy convencido de que sabrá siempre utilizarlo con suficiente circunspección (…) Es demasiado rudo, y este defecto aunque del todo tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, comunistas, se hace intolerable en las funciones de secretario general”, motivo por el cual propone a los delegados que “piensen la manera de relevar a Stalin de ese cargo y designar en su lugar a otra persona que en todos los aspectos tenga sobre el camarada Stalin una sola ventaja, a saber: la de ser más tolerante, más leal, más educado y más considerado con los camaradas, que tenga un humor menos caprichoso”.[14]
A principios de marzo de 1923 se suceden dos hechos de gran relevancia. Por un lado, Lenin propuso a Trotsky defender en el inminente XIII Congreso del partido una posición común respecto a la cuestión nacional y, por otro, escribe una breve carta a los camaradas georgianos que es toda una declaración de principios: “Sigo la causa de ustedes con todo mi ánimo. Estoy impresionado por la grosería de Ordzhonikizde y la connivencia de Stalin y Dzerzhinski. Preparo notas y un discurso a favor de ustedes”.
Pero Lenin volvió a enfermar el 6 de marzo de 1923 y cuatro días más tarde sufrió una apoplejía casi total que lo condenó al silencio. Tras diez meses de completa postración, murió el 24 de enero de 1924.
Toda esta correspondencia quedaría oculta hasta que Nikita Khrushchev la reveló parcialmente en el XX Congreso del PCUS en 1956.
La burocracia estalinista, tras la muerte de Lenin, dio la espalda a los principios del bolchevismo sobre la cuestión nacional. La centralización, la represión y el resurgimiento del chovinismo gran ruso, fueron la consecuencia inevitable del aplastamiento de la democracia obrera y de su sustitución por el poder despótico de una casta privilegiada. La teorización del “socialismo en un solo país” confirmó el abandono del internacionalismo leninista con consecuencias nefastas para la revolución mundial.
En el seno del partido se suprimió cualquier vestigio de la anterior democracia interna, y la lucha de ideas fue reemplazada por un régimen cuartelario. A partir de 1923, la Oposición de Izquierda intentó enderezar el rumbo de los acontecimientos y mantuvo vivo el programa leninista. Pero las fuerzas objetivas que alimentaban la reacción burocrática eran muy poderosas y se reforzaban con el aislamiento de la URSS tras el fracaso de la revolución en Alemania y el resto de Europa.
Pero el régimen bonapartista de Stalin no era estable. Presa de graves contradicciones, de sus concesiones políticas y económicas a la pequeña burguesía del campo y la ciudad, creó las condiciones para un empobrecimiento de amplios sectores de la población campesina y trabajadora, que solo podía contener mediante la represión más brutal. La política de zigs zags del aparato dirigente se convirtió en pánico. En 1928, conscientes del grado de enriquecimiento del Kulak y del descontento de los obreros en las ciudades, y temerosos de una restauración capitalista, dieron un volantazo.
Tomando prestadas muchas de las ideas de la Oposición de Izquierda, Stalin y su camarilla inició un ambicioso plan de industrialización y de colectivización forzosa de la propiedad campesina, pero lo llevaron a cabo con métodos terroristas. El resultado fue que una parte importante del campesinado se negó a aceptar la colectivización, y respondió a la violencia burocrática con un boicot de la siembra, el sacrifico del ganado y el rechazo a la requisa. El hambre se extendió por Ucrania y otras repúblicas, y millones murieron a causa de la ineptitud de Stalin y sus secuaces.
En ese contexto de reflujo obrero y reacción burocrática, que se prolongó por más de una década, el descontento social en la Ucrania soviética se manifestó en un apoyo creciente a la idea de una República Socialista Ucraniana independiente de la URSS. En el caso de la Ucrania occidental bajo dominio polaco, la crisis capitalista y la opresión nacional habían impulsado un giro a la izquierda entre amplias capas de la sociedad atraídas por las conquistas en el terreno social y nacional de la Ucrania soviética. Pero las políticas represivas de Stalin neutralizaron este sentimiento, permitiendo a los fascistas ucranianos ganar audiencia.
El régimen estalinista había aplastado a la Oposición de Izquierda, encarcelado a decenas de miles de comunistas y preparaba ya las grandes purgas de 1936-1939 que eliminaron físicamente a la vieja guardia leninista. Fue en ese momento cuando Trotsky desde el exilio planteó la consigna “por una Ucrania obrera unida, independiente y socialista”. La lucha por esta reivindicación, dirigida por el proletariado de la Ucrania soviética que todavía mantenía frescas en su memoria las lecciones de 1917 y la guerra civil, podría impulsar la revolución política contra la burocracia estalinista y ganar a las masas de la Ucrania occidental, frenando a los fascistas. Un movimiento revolucionario en estas líneas animaría la revolución política en el resto de la URSS y la revolución socialista en Europa.
Esta posición de Trotsky fue falsificada por el estalinismo, como tantas otras, que lo acusó de apoyar a los nacionalistas reaccionarios ucranianos. El propio fundador del Ejército Rojo advertía indignado en 1939: “Solo cadáveres políticos pueden seguir depositando esperanzas en cualquier fracción de la burguesía ucraniana como líder de la lucha nacional por la emancipación (…) ¡Ni el más mínimo compromiso con el imperialismo, sea fascista o democrático! ¡Ni la más mínima concesión a los nacionalistas ucranianos, sean clerical-reaccionarios o liberal-pacifistas! ¡No al “frente popular”![15]
La restauración capitalista y la “independencia” de Ucrania
La perspectiva de Trotsky de que el malestar acumulado en ambas Ucranias estallaría, creando las condiciones para unificar su lucha, se cumplió tras la invasión nazi de Polonia y la URSS. Tanto el régimen implantado por el nazi ucraniano Stepán Bandera en la Galitzia polaco-ucraniana, como el de los ocupantes alemanes en las zonas de la Ucrania soviética, fueron una cruel pesadilla para todos los oprimidos: judíos, gitanos, rusos, polacos, ucranianos sufrieron un exterminio salvaje a manos de los fascistas, pero todos ellos se movilizarían unidos para combatirlos.
Entre 4,5 y 7 millones de ucranianos lucharon en el Ejército Rojo. El 50% de los 500.000 partisanos que combatieron en 1944 en Ucrania eran de origen ucraniano, mientras las milicias fascistas de Bandera solo lograron movilizar entre 15.000 y 100.000 efectivos. La victoria del Ejército Rojo significó la reunificación de los territorios y pueblos que nutrían el cuerpo vivo de Ucrania. Pero Stalin no les permitió jamás decidir sobre su integración en la URSS ni sobre ningún otro aspecto.
El estalinismo colapsó definitivamente en 1991 propiciando la implosión de la URSS y la restauración del capitalismo en todas las repúblicas que la integraban y en el resto de los Estados obreros deformados de Europa del Este. La crisis devastadora de estos regímenes hundió las condiciones de vida de cientos de millones de personas, acabó con la economía planificada y propició el surgimiento de una nueva burguesía de las entrañas de la burocracia. También provocó una espiral de levantamientos nacionales que fue aprovechada por el imperialismo occidental para hacerse con posiciones fundamentales y extender la OTAN. El caso de la Federación Socialista de Yugoslavia y la guerra que la arrasó, alentada por Alemania y EEUU, es un ejemplo destacado.
La desaparición de la URSS implicó la inmediata proclamación de independencia de Ucrania. El movimiento pro independencia cosechó un apoyo masivo, como no podía ser menos, especialmente en la zona occidental incorporada a la URSS tras la Segunda Guerra Mundial, pero también en el Donbás y Crimea, donde aparecía como una opción para salir del marasmo que se vivía en ese momento. Como Lenin había señalado, “la cuestión nacional es una cuestión de pan.”
En un contexto de descomposición económica, y tras décadas de totalitarismo burocrático que asfixiaron cualquier iniciativa y organización independiente de la clase obrera, esta se encontraba profundamente desmoralizada, atomizada y sin dirección. La independencia en líneas capitalistas que pilotaron los viejos burócratas estalinistas convertidos en la nueva clase propietaria, propició una economía muy dependiente de las exportaciones y la inversión extranjera. En el este, los oligarcas ucranianos desarrollaron preferentemente negocios e intereses comunes con los capitalistas rusos. La zona occidental emprendió una colaboración cada vez más estrecha con los imperialistas europeos y estadounidenses.
Ucrania aportaba el 23% de la producción agrícola de la URSS, el 25% del carbón y el 35% del acero, importando de ella el 60% de la energía y casi la mitad de los bienes de consumo.[16] A medida que bajo el régimen de Putin se fortalecía un capitalismo ruso con sus propios intereses y objetivos imperialistas, Washington recurría a una estrategia cada vez más agresiva. Ucrania se convirtió en un peón clave en su lucha contra Rusia.
Aunque la ultraderecha ucraniana intentó estimular el sentimiento antirruso desde los primeros momentos de la independencia, hubo una resistencia poderosa contra este chovinismo reaccionario: el instinto de unidad de los trabajadores ucranianos, rusos y del resto de minorías, resultado de la mezcla entre distintas comunidades, el pasado común de lucha antifascista y el recuerdo de las conquistas de la economía planificada, era todavía muy importante.
Este instinto de unidad se expresó en diferentes huelgas y movilizaciones contra cierres de empresas, reivindicando su nacionalización[17] o en el apoyo electoral que recibió el Partido Comunista de Ucrania (PCU), la fuerza más votada en todas las elecciones hasta 2002, con apoyos superiores al 20%. En las elecciones legislativas de 1998, 2006 y 2007 los fascistas ucranianos de Svoboda (solos o coaligados con otras fuerzas ultraderechistas) no pasaron del 0,16 %, 0,36 y 0,76% de los votos, quedando fuera de la Rada.
No sería hasta 2009 y 2010, aprovechando la desesperación y el empobrecimiento que generó la Gran Recesión de 2008 y la ausencia de una política antifascista consecuente de los dirigentes de la izquierda rusa y ucraniana, cuando la ultraderecha chovinista consiguió avanzar en las elecciones locales del Oeste. En las legislativas de 2012 obtuvieron representación nacional por primera vez, con un 10,04 % de los votos y 37 escaños en la Rada. Incluso en ese momento, sectores importantes de las masas se movilizaron contra el fascismo votando al PCU, que tras desplomarse al 3% en 2004 por su colaboración con los Gobiernos oligárquicos pro Moscú, superó a Svodoba con un 13,2% y 2.687.246 votos en 2012.
Con una política leninista de independencia de clase, combatiendo tanto a la oligarquía prorrusa de Yanukóvich como a la proestadounidense y a los fascistas, el PCU podría haber evitado el giro reaccionario que han tomado los acontecimientos. Pero sus dirigentes estalinistas eran un freno objetivo para levantar la alternativa revolucionaria que se necesitaba.
Revolución y contrarrevolución en Ucrania
Como es sabido, las iniciales protestas populares del Euromaidan a finales de 2013 fueron usurpadas por la ultraderecha que copó el movimiento y lo dirigió, hasta lograr un triunfo completo de la contrarrevolución. Fue también un gran éxito del imperialismo norteamericano y europeo, que financiaron a toda la miríada de organizaciones fascistas que protagonizaron estos hechos. La dimisión del presidente Yanukóvich en febrero de 2014 dio paso a un Gobierno bajo control occidental con los fascistas de Svodoba y otros grupos ultraderechistas ocupando posiciones clave en el aparato del Estado y el ejército.[18] El nuevo Ejecutivo impuso un rabioso programa de privatizaciones y cierres de empresas. Pero no fue el único aspecto.
Stepan Bandera fue declarado héroe nacional en el marco de una campaña chovinista antirrusa de enormes proporciones, que incluyó la persecución del ruso y numerosos pogromos contra las comunidades étnicamente rusas. En respuesta, una insurrección de masas se desató con epicentro en las regiones industriales del Donbás y ciudades como Odesa y Járkov.[19]
Miles de personas ocuparon edificios gubernamentales, comisarías y sedes de la policía en una ciudad tras otra, requisando armamento y proclamando repúblicas populares dirigidas por consejos de representantes elegidos en asambleas masivas en Crimea, Donetsk, Járkov, Odesa o Mariupol. El Gobierno ultraderechista de Kiev reconoció haber perdido el control del sudeste ucraniano.
Estalló una situación con elementos claros de doble poder. Las fuerzas contrarrevolucionarias de Kiev controlaban el oeste. Los Consejos de las repúblicas populares dominaban el este y sur. Reflejando la presión revolucionaria de las masas, la República Popular de Járkov, segunda ciudad del país, proclamó “el fin de la explotación del trabajo y la priorización de las formas colectivas de propiedad”. La República Popular de Donetsk “el control popular de la distribución de la riqueza creada por la población de Donbás”.
El potencial para extender la revolución a toda Ucrania era real. Aunque la represión gubernamental y de los fascistas fue constante contra la población, como quedó resaltado en el bestial asesinato de 48 personas en la sede de los sindicatos de Odesa, las manifestaciones también se sucedieron en Kiev y el 1º de Mayo el PCU movilizó a varios miles en la capital. El dato más significativo es que cada ofensiva del ejército ucraniano contra los insurrectos terminaba con centenares de soldados confraternizando, desertando o integrándose en las milicias populares. Este factor llevaría al régimen ucraniano y a sus patrocinadores estadounidenses a llenar el ejército de fascistas y mercenarios.[20]
Una vez más, la falta de una organización revolucionaria de masas fue decisiva. Algunas agrupaciones locales del PCU impulsaron milicias de autodefensa, pero la dirección nacional renunció a movilizar masivamente a los trabajadores del oeste ucraniano contra el gobierno de Kiev.
Putin y la oligarquía rusa entendían perfectamente lo que estaba sucediendo, y bajo ningún concepto querían un levantamiento socialista triunfante en la cuenca del Donbás y en ciudades tan emblemáticas como Járkov y Odessa. El peligro de que este movimiento revolucionario pudiese contagiar a los trabajadores rusos era evidente. Por eso intervino con audacia y lo más rápido posible para sofocar la revolución en marcha, apoyándose en sectores ultranacionalistas rusos de derecha y ultraderecha. Los dirigentes más a la izquierda del movimiento fueron eliminados y su discurso comunista e internacionalista borrado.[21]
Como explicámos en aquel momento en un artículo publicado en nuestra web: “El régimen capitalista ruso no dudará en manipular el derecho a decidir su propio destino de la población de Donestk y Lugansk, si con ello protege (…) los intereses de los grandes oligarcas que han saqueado Rusia, como los ucranianos Ucrania (…) El movimiento revolucionario de los trabajadores del Sudeste de Ucrania sólo puede triunfar si se extiende al Oeste. Es necesario defender la unidad de todos los trabajadores de Ucrania en un programa que combine las demandas revolucionarias y democráticas con la expropiación de los oligarcas”.[22]
Derrotado el proceso revolucionario en el este de Ucrania, la consolidación de sucesivos Gobiernos reaccionarios y las maniobras de los capitalistas ucranianos y de los imperialistas occidentales han conducido al actual escenario. La humillante derrota estadounidense en Afganistán, que confirmó ante todo el mundo su decadencia, aceleró sus planes para estrechar el cerco contra Rusia y cortar el avance de Pekín en Europa, incluida la propia Ucrania. Biden utilizó a su marioneta Zelenski para desafiar a Putin, que respondió con una intervención militar contundente.
¡Acabar con la guerra y la opresión nacional! ¡Luchar por el socialismo!
La guerra actual es una nueva y dramática confirmación de que bajo la tutela imperialista es imposible una Ucrania unida, soberana y en paz. La victoria de cualquiera de los dos bandos en pugna solo generará nuevos odios nacionales, más chovinismo y reacción, más prejuicios venenosos en detrimento del pueblo ucraniano y ruso.
En este momento las masas ucranianas (sin importar de la etnia o comunidad lingüística que sean) están en shock, huyendo de las bombas e intentando sobrevivir al infierno creado por Biden, Putin, Zelenski y el resto de criminales imperialistas. Eso que algunos llaman “guerra de liberación nacional del pueblo ucraniano” no es más que una farsa dirigida por la CIA y el Departamento de Estado en beneficio de sus intereses. ¿Podemos creer de verdad que el imperialismo estadounidense arma hasta los dientes a una supuesta resistencia antimperialista?
EEUU, promotor del nacionalismo supremacista ucraniano durante décadas, está dispuesto a todo en su lucha contra Rusia y China. El apoyo militar permanente a Zelenski aprobado por Biden significa prolongar la guerra el tiempo que consideren necesario. Por otra parte, una victoria de Putin, dominando el Donbás, alimentará aún más los odios nacionales, enquistando igualmente el conflicto. Si finalmente, obligados por el desgaste de la guerra, se llegará a un acuerdo diplomático (algo que EEUU ha frenado hasta ahora), la lucha global entre los bloques imperialistas lo convertirá en el preludio de nuevos enfrentamientos.
El ansia de beneficios, mercados, materias primas y dominio de los capitalistas e imperialistas es el motor de la guerra. El único modo de luchar consecuentemente por la paz en Ucrania, Rusia y en el resto del mundo, es que la clase obrera y la juventud levantemos nuestra propia política de clase, revolucionaria e internacionalista, combatiendo todas las formas de opresión, chovinismo y militarismo. Derrocar al capitalismo y unir a la clase obrera mundial con el programa y los métodos de la revolución socialista, es la alternativa para poner fin a esta catástrofe.
Notas:
[1]La invasión rusa de Ucrania y la lucha imperialista por la hegemonía mundial
[3] “La política lingüística de Ucrania alarma a las minorías” (El País 16/02/2019). “Ucrania: Informe de Amnistía Internacional 2020 sobre derechos humanos” (www.lasafueras.info, 13/03/2022). “Gitanos de Ucrania: marginados antes y durante la guerra” (La Vanguardia 25/03/2022)
[4] Movimiento antisemita ultrarreaccionario, promovido por el Estado zarista, que instigaba pogromos contra la población judía. Enemigo declarado de las organizaciones revolucionarias.
[5] El derecho de las naciones a la autodeterminación, en Lenin, Escritos sobre la cuestión nacional, FFE, 2014. pp 96-97
[6]Ucrania, Pravda nº 82, 15 de junio de 1917
[7] Lenin, Carta a los obreros y campesinos de Ucrania a propósito de las victorias sobre Denikin, 18 de diciembre de 1919. Obras Completas, Tomo 40, Editorial Progreso, Moscú 1973, pp. 41-47.
[8] General contrarrevolucionario que combatió a los bolcheviques en Siberia.
[9] Comandante de las fuerzas contrarrevolucionarias del sur, tomó las ciudades ucranianas de Kiev y Járkov. Durante su incursión en Ucrania cometieron todo tipo de atrocidades, ejecuciones masivas, saqueos y pogromos contra judíos.
[10] León Trotsky, La independencia de Ucrania y la confusión de los sectarios, en Sobre la liberación nacional, Ed. Pluma, p.142
[11] Ibíd, p 360
[12] Ibíd., pp. 109-110.
[13] Ibíd., p. 371.
[14] La última lucha de Lenin. Discursos y escritos, Pathfinder Press, New York, 1997. p.210
[15] León Trotsky, La independencia de Ucrania y la confusión de los sectarios, en Sobre la liberación nacional, Ed. Pluma, p.125
[16] J.M.Cheauvier, Signos de fractura en Ucrania (“Para entender Ucrania”, Le Monde Diplomatique 2009, p.27)
[17] M. Goanec, La crisis económica vista desde Ucrania, (“Para entender Ucrania”, Le Monde Diplomatique 2009, p.82)”
[18] Las maniobras imperialistas colocan a Ucrania en un callejón sin salida
[19] El “gran juego” en Ucrania. Rebelión popular contra el gobierno derechista de Kiev y las intrigas imperialistas
[20] “Para compensar la falta de soldados, el gobierno ucraniano recurrió a las milicias paramilitares. Están compuestos esencialmente por mercenarios extranjeros, a menudo militantes de extrema derecha. En 2020, constituían alrededor del 40% de las fuerzas ucranianas y contaban con unos 102.000 hombres (…) Fueron armados, financiados y entrenados por los Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá y Francia.” La situación militar en Ucrania – The Postil Magazine.
[21] Mención aparte merece Crimea. Un 67,9% de la población es étnicamente rusa, con fuertes lazos materiales con Rusia después de décadas albergando la flota soviética del Mar Negro. Temerosos de la ultraderecha supremacista ucraniana, la mayoría apoyó la anexión a Rusia promovida por Putin en 2014.
[22] Los planes del imperialismo occidental sufren un duro revés. Situación revolucionaria en el Este de Ucrania