Atacar Iraq, ocupar el país, instaurar un gobierno servil a sus intereses y hacerse con el control directo de las segundas reservas de petróleo del mundo. Este es el objetivo inequívoco de la guerra que Bush está preparando y que puede desencadenarsePara el imperialismo la cuestión de la guerra es algo muy serio. En Iraq no sólo está en juego el control de una materia prima vital para los intereses de la burguesía estadounidense, sino el fortalecimiento de su imagen como poder indiscutible en un mundo cada vez más revuelto y con países metidos en una dinámica clara de revolución, como el caso de Venezuela. Esta guerra encierra intereses económicos, geoestratégicos y políticos fundamentales.

La guerra en Iraq es algo inminente. El momento de la intervención está determinado por el momento en que las tropas y los preparativos militares estén listos para el ataque. Ciertamente las semanas que están precediendo el estallido de la guerra han estado salpicadas de complicaciones que el imperialismo hubiese querido evitar. A diferencia de la guerra de 1991 no han conseguido conformar la “gran coalición” por la democracia. Francia y Alemania están, por el momento, oponiéndose a la guerra. La negativa del Parlamento turco a la entrada de tropas norteamericanas en el país no estaba en las previsiones. Con todo, ninguno de estos inconvenientes tienen la fuerza suficiente como para detener la guerra. Todos los gobiernos de los países que se oponen a la guerra saben que no pueden detenerla y que al final su “no” o su “sí” a la guerra sólo es moneda de cambio para hacerse con una parte del botín, para cubrirse las espaldas ante una opinión pública hostil a los planes de EEUU o para tratar de situarse en la mejor posición posible en un escenario internacional sin duda mucho más inestable tras la guerra.

Ni siquiera el hecho de que no haya un respaldo de la ONU va a detener la guerra. Como ha dicho Bush, en esa hipótesis, ese organismo —que tantas veces ha jugado el papel de dar un barniz democrático y humanitario a las guerras imperialista—, corre el riesgo de convertirse en “irrelevante”. Por la vía de la negación, el propio imperialismo está poniendo en evidencia un hecho que los marxistas siempre hemos denunciado: la ONU no es ninguna entidad imparcial que esté por encima de los poderosos intereses que llevan los países imperialistas a una guerra.

El único factor que puede desbaratar los planes del imperialismo estadounidense es un fuerte movimiento de la clase obrera a escala internacional y particularmente en EEUU. Como hemos explicado otras veces, las causas de la derrota del imperialismo en Vietnam hay que buscarlas fundamentalmente en el fortísimo movimiento que se generó dentro de EEUU, al complicarse la guerra contra el pueblo vietnamita en lucha.

La guerra, una cuestión de clase

Las manifestaciones multitudinarias del 15 de febrero constituyeron el mejor punto de partida en la lucha contra la guerra. Nunca se había producido un movimiento tan fuerte antes de que se desatara un conflicto bélico. En muchos casos, como en el Estado español, las movilizaciones han demostrado de forma gráfica el aislamiento del gobierno y su debilidad, sacando a la superficie el enorme descontento social acumulado. El gobierno de Aznar está en una situación muy delicada, sin apenas respaldo social.

Estamos en un momento crucial en el que hay que avanzar en la lucha contra la guerra dando un paso más contundente, con una intervención más decidida del movimiento obrero. Los maquinistas escoceses han anunciado su negativa al transporte de material militar para la guerra, recientemente el sindicato de Transporte de la CGIL italiana ha decidido hacer lo mismo en Italia, también el sindicato del Metal de la CGIL ha anunciado huelga general del sector el día que empiece la guerra. Ese es el camino que hay que seguir.

Después de las históricas manifestaciones del día 15 en el Estado español los dirigentes sindicales deberían convocar una huelga general de 24 horas contra la guerra, que sin duda tendría un seguimiento masivo y podría al Gobierno del PP en una situación aún más insostenible. En el actual contexto sería perfectamente factible la convocatoria de una huelga general a escala europea. En todo caso, la convocatoria de una huelga en el Estado español, donde el movimiento contra la guerra ha destacado por su carácter multitudinario, sería un ejemplo para los trabajadores de todo el mundo, marcando el camino que hay que seguir en la lucha para detener la masacre imperialista.

Pero tan importante cómo los métodos de lucha contra la guerra, y totalmente vinculado a ellos, es la posición política que deberían mantener los dirigentes políticos de los partidos de la izquierda y de los sindicatos.

Tanto Zapatero como Llamazares han dejado clara su oposición a la guerra e incluso han dejado clara su oposición a la misma si acaba teniendo el aval de la ONU. Eso es un gran paso adelante. Sin embargo, no es suficiente. Zapatero sigue insistiendo en el respeto “a la legalidad internacional y a la Carta de Naciones Unidas”. Alineándose con la posición de Francia y Alemania, pone el énfasis en “dejar que los inspectores de la ONU hagan su trabajo”. ¿Pero acaso no está claro ya, a estas alturas, que lo que motiva esta guerra es el control del petróleo, que es una guerra imperialista, y no el hecho de que Sadam tenga o no armas de destrucción masiva? Zapatero, con este tipo de declaraciones, lo único que puede conseguir es restaurar el maltrecho prestigio de una institución dominada por los intereses de los distintos países imperialistas, además de desviar la cuestión fundamental que se ventila en esta guerra, que no es el desarme de dictaduras, ni la consecución de la democracia, sino el control del petróleo.

Poner el foco en la labor de los inspectores, como si estos actuasen al margen de los intereses y las presiones del imperialismo, puede acarrear desagradables sorpresas. Además, nuestra reivindicación no puede ser “más tiempo para los inspectores”, no reivindicamos que los iraquíes sobrevivan unos meses más mientras los imperialistas acaban de ponerse de acuerdo en cómo se reparte el pastel. Por otro lado ¿qué interpretación puede tener una “solución pacífica del conflicto”? ¿Que Sadam Husein se desarme completamente? ¿Qué se vaya del país por su propia cuenta? Pero eso no lo hará ni Sadam Husein ni ningún régimen del mundo y, como hemos insistido desde estas páginas, la labor de derrocar la dictadura iraquí e instaurar un régimen verdaderamente democrático y que ponga al servicio de la mayoría de la sociedad los inmensos recursos de este país, sólo puede ser realizada por el pueblo iraquí.

Contra el pacifismo burgués

Por otro lado, Llamazares, en una entrevista que publicamos en este periódico, defiende “alianzas no socialistas” con Francia y Alemania tanto en el frente de la guerra como en el modelo europeo, lo que podría llamarse como una “posición europeísta” en el frente internacional, opuesto a una posición “americanista”. En vez de eso, lo que desde la izquierda se debería dejar bien claro es que la postura del imperialismo francés y alemán está determinada por sus propios intereses económicos, políticos y geoestratégicos. A Francia, particularmente, no le hace ninguna gracia esta guerra porque echa por tierra todos los contratos petroleros que tenía con el régimen iraquí y que se iban a materializar en cuantiosos beneficios tras el esperado fin del embargo a Iraq. Por tanto, la posición de Francia y otras potencias de oponerse a la guerra, por el momento, no es por su apego a la democracia y a la libertad de los pueblos. No está claro que mantengan su posición hasta el final. Teniendo en cuenta que, hagan lo que hagan, EEUU no va a detener sus planes de guerra, pueden acabar apoyando, más o menos discretamente, la intervención norteamericana a cambio de una renegociación más favorable del reparto del botín. En todo caso, aunque mantengan su oposición, ésta no tendrá ningún efecto de cara a la guerra y se limitará a una cuestión formal. Ni en sus sueños más delirantes se le ocurrirá a la burguesía francesa o alemana oponerse militarmente a EEUU.

Resulta tremendamente negativo que desde los dirigentes de la izquierda se presente a estos buitres menores, en relación al imperialismo de EEUU, como los “aliados tácticos” de la clase trabajadora y de la juventud en su lucha contra la guerra. Mantener esa posición en relación a la guerra sólo introduce confusión y se convierte en un obstáculo para que los trabajadores comprendan que la lucha contra la guerra tiene que hacerse con sus propios métodos. El coste de una alianza de ese tipo, efectivamente, “no socialista”, es que es la burguesía y su falso pacifismo —bajo el que encubren sus propios intereses, también imperialistas— la que pone el sello en el movimiento de oposición contra la guerra. Del imperialismo francés y alemán sólo podemos esperar enredos diplomáticos con el fin de beneficiarse en lo posible de la situación, pero no podemos esperar que impulsen el movimiento obrero, las huelgas generales y la formación de comités contra la guerra en fábricas y centros de estudio. Y es el punto al que deberían estar dedicando todos sus esfuerzos las organizaciones de la izquierda.

Llamazares habla del carácter “coyuntural “ de la alianza. Pero una guerra no es cualquier coyuntura. Precisamente, una coyuntura bélica pone mucho más al desnudo el funcionamiento real del sistema capitalista y el papel de sus bonitas instituciones “imparciales”, “democráticas”, etc.

La guerra pone en el orden del día la necesidad de explicar la relación directa entre la guerra y el sistema capitalista y por tanto la necesidad de luchar por la transformación socialista de la sociedad, en la que nuestros únicas aliados son los oprimidos del mundo entero.

En la lucha contra la guerra sólo hay dos caminos a elegir: o caer en la trampa del pacifismo burgués o impulsar la lucha de la clase obrera contra el imperialismo, contra la burguesía que tenemos enfrente en cada país y el contra el sistema que la sostiene como minoría privilegiada, amenazando desde esa posición con arrastrar a toda la humanidad a la barbarie.


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