Como ocurrió anteriormente en Iowa, la participación fue la más alta en décadas y, una vez más, Sanders arrasó entre los menores de 30 años con el 85% de los votos, y entre los votantes de la clase obrera, con un 65%. La irrupción de Bernie Sanders es mucho más que un accidente. Refleja el proceso de polarización social y la radicalización hacia la izquierda de millones de trabajadores y jóvenes estadounidenses.

¿Quién es Bernie Sanders?

La campaña de Sanders ha convulsionado todo el escenario político estadounidense. Hasta hace poco era un político desconocido fuera de EEUU, pero allí no es un extraño. Precisamente su trayectoria, como en el caso de Corbyn en Gran Bretaña, ha sido un factor importante de su éxito. En su juventud fue un destacado activista por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam. Candidato al senado en 1972 y 1975 de Liberty Union, un partido formado por pacifistas de izquierdas que se oponían a la guerra, en 1981 fue elegido alcalde de Burlington, la capital del estado de Vermont, y en 1990 se convirtió en el primero senador independiente en cuarenta años. Defendió la revolución sandinista y denunció la guerra sucia de la administración Reagan en Centroamérica durante los años ochenta, y más tarde manifestó públicamente su oposición a la intervención imperialista en Iraq. En numerosas ocasiones ha votado en contra de los recortes sociales y los ataques a los derechos democráticos que se han realizado estos últimos años en nombre de la lucha contra el terrorismo yihadista, como es la Patriot Act.

Sanders se define como un “socialista democrático”, admirador del histórico dirigente socialista norteamericano Eugene V. Debs, quien en 1920 se presentó a las elecciones presidenciales mientras estaba en prisión acusado de sedición por su oposición a la Primera Guerra Mundial y que consiguió casi un millón de votos. Precisamente muchos pensaban que aparecer con la etiqueta de “socialista” le cerraría muchas puertas, porque durante décadas la clase dominante norteamericana ha recurrido al anticomunismo más agresivo para intentar desacreditar y criminalizar a cualquier oposición de izquierdas (apoyándose en el ejemplo negativo de los regímenes estalinistas de Europa del Este). Pero la realidad ha sido muy diferente.

La campaña de Sanders ha sabido traducir en un lenguaje comprensible las aspiraciones de millones de trabajadores y jóvenes estadounidenses, atacando frontalmente a la oligarquía financiera que controla los resortes del poder político con puño de hierro. La formula que ha sintetizado todo ese conjunto de anhelos es el llamamiento de Sanders a una “revolución política” para EEUU: “La forma de conseguirla”, afirmó Sanders el 3 de febrero en un mitin en Des Moines (Iowa), “es que millones de norteamericanos se pongan en pie y digan ¡Basta ya! (…) una revolución contra los multimillonarios y oligarcas que han secuestrado el sistema político (…) Lo que decimos a Wall Street es que la clase obrera de este país está enferma y cansada de trabajar largas jornadas a cambio de bajos salarios”.

Bernie Sanders está haciendo una campaña muy diferente a Hyllary Clinton. Lejos de abstracciones a favor del bien común, Sanders defiende el aumento del salario mínimo federal a 15$ hora, el establecimiento de un sistema médico público digno y universal, o que la regulación de la baja médica, permisos de maternidad y vacaciones, no la decidan las empresas. También ha sido explicitó en demandar una enseñanza universitaria gratuita, poniendo fin a un sistema perverso que obliga a los estudiantes a endeudarse con los bancos de por vida y que excluye a millones de jóvenes provenientes de familias trabajadoras; ha abogado por la recuperación de los derechos laborales y sindicales perdidos estos últimos años, por el incremento de las pensiones y el aumento de los impuestos a los más ricos y las grandes empresas. Defiende el derecho al aborto y poner fin a la impunidad de la violencia policial y el reguero de asesinatos de jóvenes afroamericanos en las calles, una auténtica matanza legalizada por el sistema judicial. No es casualidad que este programa se haya convertido en el principal activo de su campaña: por primera vez alguien escucha a la mayoría, a ese 99%, y ofrece medidas concretas.

No a la financiación de las empresas, sí al apoyo de la población

Desde el principio, Sanders ha rechazado las donaciones millonarias de grandes empresas y lobbys que llenan las arcas de Hilary Clinton y el resto de los candidatos. Sanders anunció que sólo se financiaría con pequeñas donaciones: hasta ahora ha recaudado 73 millones de dólares, más que cualquier otro candidato a excepción de Clinton, que ha logrado 108,9 millones de dólares. La diferencia fundamental es que casi tres cuartas partes de lo conseguido por Sanders son aportaciones de 200 dólares o menos, con un donativo medio de 47 dólares. Por ejemplo, ha obtenido 16 millones de dólares procedentes de más de 235.000 parados o jubilados. Los trabajadores de Google han contribuido con 95.000 dólares, los de Microsoft con 27.000 dólares y los empleados de la Universidad de California han aportado 40.000 dólares, y así se podrían poner cientos de ejemplos.

No menos impresionante son las decenas de miles de personas que colaboran de manera voluntaria en la organización de la campaña. Se han creado miles de comités de apoyo a Sanders por todo el país, abarcando especialmente a jóvenes, mujeres, afroamericanos, inmigrantes, activistas sociales y comunitarios o sindicalistas. El 23 de enero, una semana antes del inicio del proceso de primarias, estos comités movilizaron a decenas de miles de personas en las calles de todo el país para pedir el voto a Sanders, algo que se repite en cada uno de los Estados el día previo a las primarias. Muchas ciudades nunca antes habían visto mítines tan masivos como los que ha convocado Sanders: 5.500 personas asistieron a su mitin en Denver; 11.000 en Phoenix; 13.000 en Tucson; 10.000 en Madison; 13.000 en Dallas; 15.000 en Seattle; 24.000 en Boston; 27.000 en Los Ángeles; 28.000 en Portland, y miles más en otras localidades. En total ya han asistido a sus actos públicos más de 400.000 personas, que han tenido que aguantar durante dos y tres horas en largas colas, incluso bajo la nieve y el frío, para poder escucharlo.

El movimiento obrero y los sindicatos

La campaña de Bernie Sanders ha provocado un terremoto en el movimiento sindical. Los dirigentes de los principales sindicatos, igual que sucede en Europa o el Estado español, son ardientes defensores de la política de paz social y colaboración de clases, y no son pocas las federaciones sindicales que están controladas por camarillas corruptas vinculadas estrechamente a la patronal. Desde hace décadas el AFL-CIO apoya a uno u otro candidato demócrata en las primarias, apoyo que se traduce en millones de dólares de ayuda financiera para la campaña. En esta ocasión el posicionamiento entre Sanders y Clinton ha dividido a los sindicatos: Hillary es la preferida del aparato mientras que Bernie lo es de la base y los activistas. Pero el clamor entre decenas de miles de afiliados ha sido tan grande que en las últimas semanas se han producido cambios muy importantes.

Sanders cuenta ya con el apoyo de cuatro sindicatos nacionales: CWA (trabajadores de las telecomunicaciones), uno de los más importantes y que cuenta con 700.000 afiliados; del APWU (sindicato de trabajadores postales), NNU (sindicato de enfermeras) y UEW el (sindicato de electricistas). También le respaldan al menos 40 sindicatos de los diferentes Estados de la Unión, y cientos de organizaciones de izquierda, entidades civiles, asociaciones feministas y de todo tipo, como Labor for Bernie Sanders (Trabajadores por Bernie Sanders), que agrupa a más de 10.000 sindicalistas, Working Families Party, una coalición de sindicatos y organizaciones comunitarias bastante conocida en EEUU, o MoveON, que cuenta con 8 millones de afiliados dedicada a la defensa de los derechos democráticos.

¿Un fenómeno exclusivamente norteamericano?

La base objetiva de este terremoto político es la misma que llevó a Syriza al gobierno, que provocó la irrupción de Podemos en el Estado español o la victoria de Jeremy Corbyn en las primarias laboristas en Gran Bretaña. Es la crisis del capitalismo mundial, la radicalización a la izquierda de los trabajadores y la juventud, y el descrédito de las organizaciones tradicionales de la burguesía,

La austeridad, los recortes sociales, los bajos salarios, el desempleo, el rescate billonario a los bancos privados con el dinero público, la criminalización de la protesta social, la desigualdad que se extiende como la gangrena, es lo que explica el auge de la lucha de clases en EEUU. Desde las grandes luchas obreras de Wisconsin hasta el movimiento Ocupa Wall Street; desde las revueltas contra los asesinatos policiales de jóvenes afroamericanos hasta las protestas estudiantiles y de profesores; desde las huelgas del sector de la comida rápida, a la oposición combativa de los trabajadores del automóvil contra el convenio firmado por la burocracia sindical. Los ejemplos son innumerables. EEUU vive una situación de convulsión social y el terremoto Sanders es la expresión política que ha adoptado en estos momentos.

La posición de los marxistas

La llamada de Sanders ha tenido un impacto formidable entre la juventud. Como bien explicaba una columnista en The Washington Post el pasado 5 de febrero: “la juventud ama a Sanders no a pesar de su socialismo, sino debido a él… Muchos de nosotros entramos en el mercado laboral cuando un capitalismo desbocado parecía hacer avanzar la economía mundial. Quizá por esta razón, los millenials parece que prefieren el socialismo al capitalismo”. Esta reflexión encierra en si misma un cambio histórico.

Algunos doctrinarios, y sectarios, descalifican a Sanders porque defiende un programa de “reformas” y no de expropiación de los grandes monopolios, le acusan de ser una variante más de la socialdemocracia, negándose “rotundamente” a darle cualquier apoyo. En fin, Trotsky ya se refirió a este tipo de personas, para quienes la lucha de clases real es un cofre cerrado con siete llaves: “Aunque nombre a Marx en cada frase, el sectario es la negación directa del materialismo dialéctico, que siempre toma la experiencia como punto de partida para luego volver a ella. El sectario no comprende la acción y reacción dialéctica entre un programa acabado y la lucha viva —es decir, imperfecta y no acabada— de las masas. El sectario es enemigo de la dialéctica (no en palabras, pero sí en la acción) porque vuelve la espalda al verdadero proceso que vive la clase obrera. El sectario vive en un mundo de fórmulas prefabricadas. En general, la vida pasa a su lado sin que se percate de su presencia…”.

Por supuesto, Sanders no es un marxista y no habla de revolución socialista, pero aunque no defienda el control obrero de la economía ni el socialismo como lo concibe Marx, sus palabras, sus discursos y sus acciones están revelando el funcionamiento del sistema y señalando con el dedo a los culpables de la situación que viven millones de jóvenes y trabajadores. Lo verdaderamente importante es el efecto que está teniendo el discurso de Sanders en el proceso de toma de conciencia de las masas, el paso de gigante que representa y la ruptura que supone con todo el modelo político elaborado por la clase dominante norteamericana durante décadas. Ha conseguido que millones de personas se interesen por primera vez en el socialismo, y aunque la mayoría no lo identifica con el control democrático de los medios de producción, ven en él un modelo de sociedad más justo. El movimiento que ha desatado encierra un gran potencial revolucionario y supone una seria amenaza para la clase dominante. ¿Qué debemos hacer en estas circunstancias? Sería completamente estúpido darle la espalda. La obligación de los marxistas —como en cualquier acontecimiento político que expresa el deseo ardiente de los oprimidos para ajustar cuentas con el capitalismo— es intervenir enérgicamente en los comités de apoyo a Sanders, defendiendo el programa del socialismo de una manera paciente y fraternal.

Millones ven hoy en Sanders la posibilidad de asestar un golpe decisivo a la burocracia corrupta del Partido Demócrata, que no es más que una de las patas en las que se apoya la burguesía estadounidense, y barrer a la derecha republicana, la otra pata. Los marxistas, dentro del movimiento de apoyo a Sanders, deben contribuir sin reservas a lograr este objetivo, y basándonos en él explicar sin rodeos que para llevar a cabo el programa de Sanders, sus medidas de reforma y mejora de las condiciones de vida de la mayoría del pueblo, hay que enfrentarse directamente al poder de los grandes monopolios, la gran banca y el conjunto de la clase dominante estadounidense. No basta con denunciar a Wall Strret. La “revolución política” por la que aboga Sanders no puede triunfar sin una revolución social que arrebate el control de las grandes palancas de la economía a esta minoría de parásitos, colocándolas bajo el control democrático de la población. En definitiva, traducir el programa del socialismo a la realidad concreta de la lucha de clases, conectando con las aspiraciones de millones de trabajadores y jóvenes, acompañándolos en su experiencia, organizando a los sectores más avanzados en la tendencia marxista de este movimiento y, por supuesto, señalando la necesidad de romper amarras con el aparato corrompido del Partido Demócrata y utilizar toda esta fuerza en la creación de un partido de los trabajadores independiente de la burguesía.

La última encuesta publicada por Reuters el 23 de febrero daba un apoyo a nivel nacional para Sanders del 41,7% frente al 35,5% de Clinton, una diferencia de seis puntos. La perspectiva de que Sanders pueda ganar las primarias aterroriza a la clase dominante que según se acerca la fecha redobla sus ataques y sus sucias maniobras. Aunque finalmente ganara la mayoría de delegados, el aparato demócrata cuenta con un mecanismo que le permitiría arrebatarle la nominación: son los llamados superdelegados, unos 800 mandos locales, estatales y nacionales del partido que conforman el 20% del total de delegados a la convención y que respaldarán a Clinton.

Sanders ha dicho en más de una ocasión que si finalmente no es elegido candidato del Partido Demócrata daría su apoyo a Hillary Clinton, lo que sería un error. Pero está por ver lo que sucederá en los próximos meses. La campaña tiene su propia dinámica, y la posibilidad de que roben a Sanders la nominación también podría alterar el desenlace, incluso empujarle a una ruptura con el aparato demócrata. Nada está decidido en este momento. Lo fundamental es entender que los signos de pánico entre la clase dominante no son tanto porque Bernie Sanders, como individuo, sea una amenaza para el dominio político del poder financiero; lo que realmente temen son las fuerzas que ha liberado y el despertar de ese gigante dormido que es el proletariado norteamericano.


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