Una polarización a izquierda y a derecha recorre la sociedad de la primera potencia mundial. Este fenómeno, basado en los profundos efectos de la crisis económica y que trajo consigo la victoria de Donald Trump, sigue su curso. La lucha de clases ha entrado en una nueva fase en EEUU con huelgas masivas e ilegales que logran victorias. La realidad reivindica como nunca la necesidad de desempolvar los métodos y tradiciones de una clase trabajadora poderosa que comienza a poner su sello en los acontecimientos.

El ascensor social roto y la clase media en peligro de extinción

Estados Unidos: del sueño a la pesadilla americana, así titulaba el diario El País un artículo en el que analizaba el brutal avance de la desigualdad en la sociedad norteamericana, aportando datos impactantes: “El salario medio estadounidense lleva estancado casi 50 años y cada vez menos jóvenes piensan que les irá mejor que a sus progenitores”. Tal y como explicaba el último informe de la OCDE, un estadounidense tarda unos 150 años en pasar de una situación de pobreza a obtener los ingresos medios, es decir la distancia que existe entre 4 y 5 generaciones.

Conscientes de las consecuencias sociales que esto arroja, los capitalistas están muy preocupados. Por supuesto, no por el sufrimiento que provoca la extensión en masa del fenómeno de los “trabajadores pobres” —gente con uno o varios trabajos que no logra llegar a fin de mes— sino por la desaparición de una sólida clase media, uno de los garantes de la estabilidad y la cohesión social, motivo de esperanza para los más humildes, símbolo de la posibilidad de prosperar económicamente y razón de ser del famoso sueño americano. La clase media era la prueba de que el capitalismo funcionaba. Ahora eso ha cambiado, y la deslegitimación del sistema y sus instituciones ante los ojos de cada vez más capas de la sociedad es una seria advertencia de los procesos que vamos a vivir en la lucha de clases en los próximos meses y años.

Los efectos del Gobierno Trump

Donald Trump llegó al despacho oval prometiendo la vuelta de los tiempos dorados. “América primero” sonó a prosperidad en la cabeza de muchos trabajadores golpeados por la crisis y el desempleo. El hecho de que la oposición electoral a Trump fuera Hillary Clinton, una reconocida representante del establishment, terminó de poner los ingredientes para la victoria. Pero las promesas del presidente hacen aguas por todas partes y los saltos en la conciencia, incluso de sectores atrasados, marcan los acontecimientos cada vez con más fuerza.

Dos años después de la victoria del magnate la prometida prosperidad está cada vez más lejos. Los datos económicos son alarmantes. El déficit comercial alcanza récords históricos y la situación del déficit presupuestario sólo encuentra precedentes en situaciones de guerra o tras una gran crisis económica. Incluso los economistas burgueses aceptan que la reforma fiscal de Trump —que supuso la mayor rebaja de impuestos a los ricos desde la era Reagan, hace más de 30 años— ha tenido efectos catastróficos en las arcas públicas y no ha atraído la prometida inversión en nuevas fábricas, puestos de trabajo o aumento de la productividad, más bien un aumento de la especulación que sólo ha beneficiado a un puñado de ricos inversores. William Gale, codirector del Centro de Política Fiscal, señalaba el enorme crecimiento de la desigualdad que las políticas de Trump han recrudecido: “Entre 1975 y 2015 la renta de los hogares del 1% más rico subió un 233%”.

David Green es el presidente de la rama local del sindicato nacional de trabajadores del automóvil en Lordstown, al norte de Ohio, donde se encuentra desde 1966 una de las mayores plantas de General Motors del país y que llegó a emplear a 4.500 trabajadores, más que habitantes tiene el pueblo. Trump ganó en esta zona tradicionalmente demócrata. “Creo que muchos votaron por Trump pensando en que iba a proteger los trabajos americanos, porque básicamente es todo de lo que dijo en la campaña. Como no lo hemos visto, creo que algunos de esos votantes se están empezando a dar cuenta de que fueron  estafados”, explica Green. Dos años después de la victoria de electoral sólo el 43% de los votantes aprobaba la gestión del presidente.

Pero este sentimiento se ha extendido como una mancha de aceite por todo el país. Así lo muestra la revuelta de los profesores que comenzó en West Virginia y ha contagiado ya a más de siete estados. Estados que votaron a Trump, que cuentan con leyes antisindicales que hacen de la huelga de los funcionarios una práctica ilegal, pero que han protagonizado huelgas explosivas superando a las antiguas direcciones sindicales, logrando importantes victorias y, sobre todo, han sido un ejemplo poderosísimo que ha cautivado e inspirado a trabajadores de todo el país.

La rebelión de los profesores marca un punto de inflexión

La imparable revuelta de los profesores ha puesto sobre la mesa la realidad de una clase trabajadora precaria y empobrecida a niveles dramáticos. Muchos han sido los reportajes que retrataban las condiciones de los docentes: sueldos estancados desde los años 90, combinando este empleo con otros dos o tres en gasolineras, como guardias de seguridad, etc. para poder afrontar los gastos corrientes. Afectados además por el aumento del coste del seguro médico y el abrumador proceso de privatización de las escuelas públicas se han convertido en un símbolo de lucha y un ejemplo de que “Sí se puede”, contagiando a padres, estudiantes y al conjunto de los trabajadores.

Kentucky, Oklahoma o California han sido algunos de los estados que se han unido a esta rebelión que comenzó en febrero de 2018 y que cerró más de 680 escuelas durante los paros. Esto marcó un antes y un después. Fue el pistoletazo de salida de la entrada en acción de la clase trabajadora como no ocurría en mucho tiempo. Sólo en 2018, según la Oficina de Estadísticas Laborales, 485.000 trabajadores participaron en huelgas, siendo la mayor subida en el número de huelguistas desde hace tres décadas. De estos 379.000 eran profesores, un 78%. Especialmente reveladoras son las cifras de trabajadores en huelga el año anterior, que se contabilizaban en 25.000.

Este fenómeno, que ha tenido un enorme impacto, se da a la par que las cifras de afiliación sindical están en mínimos históricos: un 50% por debajo de los datos existentes en 1983. La reactivación del movimiento obrero es un hecho, y también es significativo que estas luchas han servido de revulsivo para la situación interna de los sindicatos, impulsando la renovación de direcciones sindicales con un carácter más a la izquierda, con métodos mucho más combativos y democráticos de lo que venían siendo habituales. Así ha sido en la Oakland Education Association (OEA), que dirigió la lucha el pasado mes de marzo y logró, entre otras cosas, la subida salarial de un 11% en tres años.

El cierre de la Administración: un ejemplo de cómo vencer a Trump

La reactivación de las luchas es un fenómeno en expansión. Al mismo tiempo que los profesores ponían todo patas arriba, otros sectores pasaban también a la acción: trabajadores sanitarios, de la comida rápida, de hoteles o estudiantes universitarios. Y es muy importante no infravalorar el efecto que todo esto ha tenido. Un ejemplo que encierra grandes lecciones ha sido la forma en la que se ha logrado poner fin al cierre de la Administración que tuvo lugar a principios de este año.

El cierre parcial de la Administración ha ocurrido ya en muchas ocasiones, pero nunca antes había durado tanto, 35 días, ni había reflejado la enorme polarización política que vive la primera potencia mundial. Este shutdown —que afectó a 800.000 trabajadores públicos, incluyendo la suspensión de pagos— se producía por la incapacidad de llegar a un acuerdo para la financiación del famoso muro que Trump pretende construir en la frontera con México, entre otras medidas de recorte y ataques a la mayoría.

A pesar de la propaganda en la prensa burguesa que trata de adjudicar esta victoria a los demócratas, lo cierto es que las cosas fueron muy distintas. Fue la enorme presión social y las incipientes huelgas —pero sobre todo el potencial de que éstas se extendieran al conjunto de los trabajadores públicos— lo que llevó al final de este cierre de Gobierno.  Fueron los controladores aéreos, que dijeron que no trabajarían hasta que se les pagase y paralizaron cuatro de los más importantes aeropuertos de EEUU, como el de La Guardia en Nueva York; fue el personal de cabinas y la asociación de personal de vuelos, que representa a 50.000 trabajadores en más de 20 aerolíneas, llamando a la huelga general, a sentadas y a movilizaciones masivas hasta que el cierre terminase.

La presión social fue tan fuerte que llevó a que incluso casi una cuarta parte de los congresistas republicanos votase contra Trump, reflejando la fuerza de los trabajadores cuando nos ponemos en marcha. Ha sido una seria advertencia para el jefe de la Casa Blanca que, aunque ha encontrado otra fórmula, la declaración de emergencia nacional, para lograr los recursos para su muro, se ha encontrado cara a cara con otro muro más poderoso: el de la clase trabajadora con confianza en sus propias fuerzas.

Vuelve el fenómeno Bernie Sanders.

¡Por un programa socialista y una campaña independiente de los trabajadores y la juventud!

En este explosivo contexto ha arrancado la campaña de primarias para las presidenciales de 2020. En 2015 la candidatura de Bernie Sanders en el Partido Demócrata fue un auténtico terremoto político y sacó a la luz el tremendo giro a la izquierda que vive la sociedad norteamericana. Este proceso no ha retrocedido, ha avanzado enormemente. La experiencia del movimiento no ha pasado en balde y lo que hace unos años era una rareza, como declararse socialista, ahora ya no lo es tanto. Así lo han reflejado los resultados de las candidaturas más a la izquierda en el seno del PD en las elecciones de medio mandato del pasado noviembre, así como las candidaturas independientes que se presentaron. Victorias como la de Alexandria Ocasio-Cortez haciéndose eco de un programa contra la clase multimillonaria, en defensa de educación y sanidad públicas y gratuitas y de subir un 70% los impuestos a los ricos son buena muestra de ello.

Ahora Bernie Sanders vuelve a la carga. A pesar de las lecciones de lo ocurrido en las anteriores primarias, cuando fue excluido burocráticamente y por medio de maniobras para no ser el candidato, sigue presentándose en el seno del Partido Demócrata. Sanders cuenta con un enorme apoyo y autoridad. Se ha convertido en un símbolo y una referencia para la izquierda. Sólo en 24 horas desde que anunció su candidatura recaudó 5,9 millones de dólares en donaciones y está protagonizando mítines masivos. No obstante, ya sabemos que el aparato del Partido Demócrata hará todo lo que sea necesario para evitar que llegue a ser el candidato. Lo que revelan estos datos es el enorme potencial que existe para el lanzamiento de una candidatura independiente por parte de Bernie Sanders, para la formación de un partido de los jóvenes y los trabajadores con un genuino programa socialista que se convierta en una herramienta para derrotar a los capitalistas y dar un paso al frente en la revolución política y social que se prepara en EEUU. Eso es lo que defendemos desde Izquierda Revolucionaria. ¡Ahora es el momento!


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