Hace cien años, exactamente el 21 de enero de 1924, Vladimir Ilich Lenin, el gran teórico marxista, dirigente del Partido Bolchevique, del Octubre Rojo de 1917 y de la Internacional Comunista, moría en la ciudad de Gorki, muy cerca de Moscú.
Es harto complicado escribir sobre la figura de Lenin en un espacio tan limitado como un artículo. En primer lugar, porque el conocimiento de sus ideas y de su trayectoria, para un amplio sector de la opinión pública, ha sido moldeado por una campaña permanente de difamación política a la que se han dedicado vastos recursos.
Las mentiras y tergiversaciones vertidas desde las tribunas académicas, en biografías aberrantes, en bodrios periodísticos que presentan a Lenin como el precursor de una dictadura sanguinaria son el pan de cada día. Este catálogo de manipulación y descalificaciones en el que la clase dominante siempre ha insistido, se reforzó por el trabajo concienzudo del estalinismo a la hora de falsificar las ideas y la trayectoria de Lenin.
Después del colapso de la URSS eran muchos los que consideraban enterrado para siempre su legado. Una gran mayoría de los partidos comunistas estalinizados renegaron de su figura, abandonaron el leninismo y se convirtieron en parte del orden establecido. Muchos de sus dirigentes acabaron en las filas de la socialdemocracia o más a la derecha incluso, apoyando entusiastamente la restauración capitalista en la tierra de Octubre.
Pero a pesar de todo, pocas décadas después, la crisis del capitalismo mundial y la extraordinaria lucha de clases que se está librando en todos los rincones del mundo, la destrucción de las guerras imperialistas, el holocausto contra el pueblo palestino en Gaza, el ascenso de la extrema derecha, de la desigualdad lacerante y el empobrecimiento, y la hecatombe medio ambiental que amenaza nuestra supervivencia, vuelven a plantear interrogantes y desafíos estratégicos para miles de revolucionarios y para una nueva generación que se acerca a las ideas del comunismo. El pensamiento de Lenin y su acción práctica vuelven a proyectar una potente luz en la batalla que libramos contra la barbarie.
Hay un interés por conocer y saber de Lenin, del militante al que nada de lo humano le era ajeno, parafraseando a Marx, y cuyo compromiso con los humillados y los explotados le llevó a abrazar una ética que ha mostrado su superioridad moral: la de los que luchan incansablemente contra toda opresión de clase, nacional, de género o raza, que defienden el internacionalismo proletario genuino y combaten a la burguesía imperialista y a la socialdemocracia militarista.
Lenin se granjeó el odio fanático de los capitalistas y sus lugartenientes en las filas del movimiento obrero. Nunca le perdonarían su papel decisivo en la primera revolución socialista victoriosa de la historia y en la tarea de desenmascarar a los agentes políticos del capital que se vestían con el ropaje del socialismo. Pero los obreros con conciencia de clase solo podemos guardarle una enorme y sincera gratitud.
Rosa Luxemburgo, la comunista internacionalista con la que trabó una estrecha relación llena de apasionados debates y polémicas, escribió unas líneas sobre Lenin y el bolchevismo que merecen ser recordadas hoy:
“Lenin, Trotsky y sus camaradas han demostrado que tienen todo el valor, la energía, la perspicacia y la entereza revolucionaria que quepa pedir a un partido a la hora histórica de la verdad. Los bolcheviques han mostrado poseer todo el honor y la capacidad de acción revolucionarios [de que carece] la socialdemocracia europea; su sublevación de Octubre no ha sido solamente una salvación real de la revolución rusa, sino que ha sido, también, la salvación del honor del socialismo internacional”.
Teórico del marxismo
Lenin dedicó más de tres décadas de su vida a la causa revolucionaria, y sus escritos, artículos, trabajos científicos, cartas y libros ocupan 55 gruesos volúmenes en castellano. Tan solo referir los campos en los que desarrolló la teoría marxista, produciendo obras que hoy siguen siendo una obligada referencia, es una tarea compleja.
En sus inicios, cuando se integró en los círculos clandestinos del marxismo ruso, pronto destacó por su crítica rigurosa a las ideas anarquistas y populistas (Quienes son los amigos del pueblo y cómo luchan contra los socialdemócratas, El desarrollo del capitalismo en Rusia). En aquellos primeros años de militancia revolucionaria, detención y deportación a Siberia, de colaboración con los fundadores del marxismo ruso (Plejánov, Axelrod, Zasúlich…), Lenin se entregó como nadie a la gran tarea de su vida: construir el partido revolucionario del proletariado.
De su concepción nació la publicación del periódico Iskra y la celebración del II Congreso del Partido Obrero Social Demócrata Ruso (POSDR), realmente la reunión fundacional, y que se saldaría con la división entre bolcheviques y mencheviques. A través de acontecimientos y pruebas políticas de envergadura, esta ruptura se consolidaría a lo largo de una enconada lucha ideológica y organizativa entre el ala proletaria y marxista del partido, y la fracción oportunista y reformista (¿Qué hacer?, Un paso adelante dos pasos atrás, Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática…)(1).
Su estudio de la Revolución francesa de 1789-1793, de la Revolución alemana de 1848 y la Comuna de París de 1871, aportó mucho a sus formulaciones estratégicas más importantes. Lenin y los bolcheviques siempre se diferenciaron por su rechazo a la colaboración de clases con la burguesía liberal. Y esta postura se plasmó durante la Revolución rusa de 1905 y en su llamamiento a la insurrección armada contra la tiranía zarista.
Su defensa de los métodos revolucionarios para derrocar al régimen, le empujaron a romper definitivamente con el fundador del marxismo ruso, Yuri Plejánov, y a profundizar aún más sus desacuerdos con el ala oportunista (menchevique) del POSDR. Pero los hechos reivindicaron la postura de Lenin en aquellos años turbulentos (El programa agrario de los socialdemócratas en la primera Revolución rusa).
En medio de una desmoralización generalizada ante el triunfo de la contrarrevolución, centró sus energías en defender el materialismo dialéctico, que siempre consideró la piedra angular del socialismo científico y una constante en la educación y formación de los cuadros y militantes del partido (Materialismo y empirocriticismo).
Sus trabajos sobre la cuestión nacional, en una dura polémica con Rosa Luxemburgo (El derecho de las naciones a la autodeterminación), representaron un enorme salto en la clarificación del programa marxista tanto para los revolucionarios de las nacionalidades y naciones oprimidas como de las potencias opresoras.
Y durante la gran sacudida de 1914, en el momento del triunfo de los socialpatriotas y cuando millones de trabajadores fueron enviados a las trincheras a matarse unos contra otros para mayor beneficio de sus burguesías imperialistas, Lenin no dudó en levantarse contra la degeneración oportunista de la Segunda Internacional y su traición al socialismo. Encabezaba una minoría sí, pero esa minoría de internacionalistas que permaneció fiel a la causa de los trabajadores jugarían un papel excepcional en los acontecimientos revolucionarios posteriores (La bancarrota de la Segunda Internacional, El Socialismo y la Guerra).
En ese periodo estudió en profundidad los escritos económicos de Marx y se basó en sus propias observaciones para ofrecer una caracterización del imperialismo como capitalismo monopolista de Estado que no ha sido superada (El imperialismo fase superior del capitalismo).
El estallido de la Revolución de Febrero de 1917 encontró a Lenin en el exilio y todo su afán fue volver a Rusia para entrar en contacto directo con los acontecimientos. Nada más llegar a Petrogrado en el mes de abril desplegó un talento creativo y enormemente flexible. Polemizando con los “viejos bolcheviques” sobre la naturaleza de la Revolución rusa, Lenin reorientó todo el programa del partido enfatizando que la fase burguesa de la revolución había sido culminada.
Esta postura implicó una dura confrontación contra los mencheviques y el Gobierno provisional, y su colaboración con la burguesía liberal y las potencias imperialistas aliadas. Lenin planteó agudamente la cuestión de la trasferencia de todo el poder a los sóviets, los organismos de poder obrero surgidos en Febrero. Un objetivo que, tal como explicó, solo sería posible de alcanzar con la revolución socialista.
Sus escritos de 1917 son una escuela inagotable de enseñanzas en tiempos de revolución, del método para explicar pacientemente las ideas más complejas, de la necesidad de audacia, audacia y más audacia para conquistar el apoyo de las masas obreras y campesinas... Cartas desde lejos, Las Tesis de Abril, ¿Se mantendrán los bolcheviques en el poder?, El Estado y la revolución, El arte de la insurrección… y los cientos de artículos, proclamas y discursos que redactó, componen un vendaval de propaganda y teoría revolucionaria.
Todo este arsenal de destreza política, de táctica y estrategia, se transformó en una grandiosa fuerza material gracias a la labor que realizaron miles de activistas bolcheviques en las fábricas, en los cuarteles, en el frente, entre los campesinos, apoyándose en las consignas y análisis leninistas. Sin esto, el proletariado ruso jamás hubiera podido derrocar a la burguesía.
El papel de Lenin en la construcción del Estado obrero y como fundador de la Internacional Comunista quedaría plasmado en los decretos más importantes del Consejo de Comisarios del Pueblo, en los manifiestos y resoluciones de los cuatro primeros congresos de la IC, y en las polémicas contra los jefes del reformismo y los jóvenes militantes izquierdistas de los recién fundados partidos comunistas (La revolución proletaria y el renegado Kautsky, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo…).
La cantidad de trabajos que dedicó a los problemas de la edificación socialista en un país asediado por la contrarrevolución, la intervención militar imperialista, y con una base social mayoritariamente campesina, merecen un estudio detenido.
Tanto en los debates sobre la formación del Ejército Rojo, y su apoyo a Trotsky en esta labor, como en el realismo revolucionario que imprimió a la discusiones sobre la paz de Brest Litovsk, al derecho efectivo a la autodeterminación y la independencia de las naciones esclavizadas por el zarismo, a las controversias sobre la Constitución de la URSS, Lenin actuó como un maestro del marxismo.
Sus escritos sobre la liberación de la mujer y sobre la juventud muestran su conciencia del papel indispensable que los sectores más oprimidos debían jugar en la construcción del socialismo.
Lenin tuvo que enfrentarse también a problemas inéditos, que no habían sido abordados anteriormente por el marxismo. Los efectos devastadores de años de guerra imperialista y de guerra civil no se podían soslayar. A la dislocación de la industria y los transportes, a la escasez y el hambre, a la reducción numérica de la clase obrera y las enormes dificultades para incorporarla a la gestión del Estado soviético, se sumó el aislamiento de la URSS tras las derrotas de la revolución en Alemania, Italia, Hungría…
Las condiciones objetivas no podían ser más complicadas para el florecimiento de una genuina democracia obrera.
El último combate
En ese contexto lleno de obstáculos y desaliento, Lenin promovió repliegues tácticos de gran importancia como la puesta en marcha de la Nueva Política Económica (NEP) que reemplazó al comunismo de guerra. Pero en su último gran combate, mucho menos conocido ya que fue ocultado durante décadas por el estalinismo, la honestidad y la profundidad del pensamiento leninista brillan con una especial intensidad.
Lenin fue muy claro al advertir de un tumor burocrático que amenazaba la revolución, y no dudó en señalar a los cuadros del partido la urgencia en corregir el rumbo que estaban tomando los acontecimientos.En el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista advirtió:
“Tomamos posesión de la vieja maquinaria estatal y esa fue nuestra mala suerte. Tenemos un amplio ejército de empleados gubernamentales. Pero nos faltan las fuerzas para ejercer un control real sobre ellos (...) En la cúspide tenemos no sé cuántos, pero en cualquier caso no menos de unos cuantos miles (...) Por abajo hay cientos de miles de viejos funcionarios que recibimos del zar y de la sociedad burguesa”.
En 1922 Lenin sufrió varios ictus que redujeron su capacidad de trabajo. Pero su fuerte complexión, que le ayudó a superar el atentado de 1918, también le permitió afrontar los problemas del momento con una intensidad y dedicación sorprendentes.
Su enfrentamiento con Stalin a tenor de la pretensión de este de suprimir el monopolio estatal del comercio exterior, uno de los pilares fundamentales del Estado obrero; la denuncia contra el chovinismo gran ruso durante el debate sobre la Constitución de la URSS, y los intentos de someter a Ucrania y Georgia; el bloque con Trotsky de cara al inminente congreso del partido y, finalmente, la ruptura de sus relaciones personales con Stalin en 1923 tras su agresión verbal a Krúpskaia, mostraban a un Lenin completamente decidido.
Todo lo que escribió Lenin en sus cartas al XIII congreso del PCUS, y que han pasado a la historia como su Testamento, definen su actitud:
“El camarada Stalin, habiéndose convertido en secretario general, ha concentrado en sus manos un enorme poder, y no estoy seguro de que siempre sea capaz de usarlo con suficiente prudencia… (24 de diciembre de 1922).
“…Y creo que en este caso, con relación a la nación georgiana, tenemos un ejemplo típico de cómo la actitud verdaderamente proletaria exige de nuestra parte extremada cautela, delicadeza y transigencia. El georgiano [Stalin] que descuida este aspecto de la cuestión, o que desdeñosamente lanza acusaciones de ´nacional-socialismo´, mientras que él mismo actúa como un verdadero ´nacional-socialista´, e incluso como un vulgar matón gran ruso, viola, en sustancia, los intereses de la solidaridad de clase del proletariado, pues nada detiene tanto el desarrollo y el fortalecimiento de la solidaridad de clase del proletariado como la injusticia nacional… (31 de diciembre de 1922)”.
“Stalin es demasiado grosero y este defecto, aunque plenamente tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, los comunistas, se vuelve intolerable en un secretario general. Por eso sugiero que los camaradas piensen en la forma de remover a Stalin de ese puesto y nombrar en su lugar a otro hombre que en todos los demás aspectos se diferencie del camarada Stalin en tener una sola ventaja, a saber: ser más tolerante, más leal, más educado y más considerado con los camaradas, menos caprichoso, etc... (4 de enero de 1923).
“Al camarada Stalin. Copias para Kámenev y Zinóviev.
Estimado camarada Stalin:
Ud. se ha permitido la insolencia de llamar a mi esposa por teléfono para reprenderla duramente. A pesar del hecho de que ella prometió olvidarse de lo dicho, tanto Zinóviev como Kámenev supieron del incidente, porque ella los informó al respecto. No tengo intención alguna de olvidarme fácilmente de lo que se hace en contra de mí, y no necesito insistir aquí de que considero que lo que se hace en contra de mi esposa se hace contra mí también. Le pido que medite con cuidado acerca de la conveniencia de retirar sus palabras y dar las debidas explicaciones, a menos que prefiera que se corten nuestras relaciones completamente.
Le saluda, Lenin. 5 de marzo de 1923.”
El 10 de marzo de 1923 sufriría un nuevo ictus que lo redujo definitivamente al silencio. No pudo intervenir en ninguno de los choques que se produjeron dentro del partido en ese año tan trascendental. Tras diez meses de completa postración, murió el 21 de enero de 1924.
La desaparición de Lenin alumbró un significativo movimiento de “canonización” desde el aparato dirigente, muy útil como preparación del posterior culto a la figura omnipresente de Stalin. Cuando Zinóviev propuso rebautizar a Petrogrado como Leningrado, cuando se decidió el embalsamamiento de su cadáver a pesar de las protestas de Krúpskaia, la burocracia emprendía un camino de ruptura con todo lo que Lenin representó en vida.
Muchos alzaron su voz contra semejantes acciones, considerando la trayectoria sencilla, austera y humana del dirigente de Octubre.
El poeta Vladímir Maiakovski denunció certeramente la nueva liturgia burocrática:
“Estamos de acuerdo con los ferroviarios de Riazán que han propuesto al decorador que realice la sala Lenin de su club sin busto ni retrato, diciendo
‘¡No queremos iconos!’. No hagáis de Lenin una estampita.
No imprimáis su retrato en los carteles, los hules, los posavasos, los vasos, los cortapuros.
No le moldeéis en bronce. Estudiad a Lenin, no le canonicéis.
No creéis un culto en torno al nombre de un hombre que toda su vida luchó contra los cultos de toda especie.
No comerciéis con los objetos de culto. Lenin no está en venta”(2).
Leninismo vs estalinismo
En poco tiempo una legión de funcionarios privilegiados, bajo las órdenes directas de Stalin y su camarilla, se dio a la tarea de falsificar la historia del partido bolchevique y sus dirigentes.
Nuevas ideas y medidas surgieron para justificar los privilegios y el papel social de la burocracia: la teoría del socialismo en un solo país, que representaba un ruptura frontal con el internacionalismo leninista; la supresión de muchos de los avances igualitarios de la mujer, del derecho al aborto, de nuevo el castigo de la homosexualidad; la transformación del partido en un prolongación del aparato burocrático del Estado, dominado manu militari por la nueva oligarquía de funcionarios, y sometido a un régimen despótico donde la disidencia se resolvía con la expulsión y la cárcel.
En 1926, en el momento álgido de la pelea que Trotsky y otros destacados bolcheviques (la Oposición de Izquierda) libraban contra la degeneración burocrática del PCUS, Nadia Krúpskaia afirmó que si Lenin hubiera seguido vivo probablemente se encontraría en alguna prisión de Stalin. No era ninguna exageración.
Sepultar el legado leninista no fue en absoluto tarea fácil, precisó de purgas y expulsiones masivas, pero sin duda los juicios farsa en 1936-1938 y la violencia más cruel dirigida contra los que fueron compañeros de Lenin a lo largo de décadas, coronaron la traición a la revolución. El viejo partido bolchevique fue aplastado.
El estudio de la obra política y práctica de Lenin lleva a una conclusión inevitable: no hay nada más alejado en cuanto a su temperamento, ideas y métodos que Stalin, el patrón de la burocracia termidoriana.
Solo desde una perspectiva deshonesta y ajena al marxismo se puede presentar al que fuera responsable de asesinar a la flor y nata del partido bolchevique, del Estado soviético y de la Internacional Comunista, como el legítimo continuador de Lenin.
Notas:
(1) Rosa Luxemburgo: La revolución rusa, en Obras Escogidas, Ed. Ayuso, p.125.
(2) Jean-Jacques Marie, op. cit., p. 392.