Un análisis del Comité por una Internacional de los Trabajadores a la actual crisis en Yemen

Muy lejos de la atención de la corriente principal de medios de comunicación, en Yemen se están produciendo grandes calamidades. Una guerra devastadora, copiosamente alimentada por las potencias capitalistas más poderosas del mundo, está sometiendo a la población yemení a una miseria creciente, al hambre, además de epidemias mortales.

Más de tres millones de personas han sido expulsadas de sus casas durante los últimos dos años. Más de 17 millones tienen una necesidad desesperada de alimentos. Más de la mitad de las instalaciones sanitarias de Yemen están fuera de servicio o tienen deficiencias. Desde abril se ha extendido rápidamente un brote de cólera, con cientos de miles de casos sospechosos de estar infectados diseminados por todo el país.

Como sucede en cada crisis humanitaria, las mujeres y los niños son los que pagan el precio más caro. Los niños son los más afectados por la malnutrición y han aumentado los casos de violaciones y matrimonios por la fuerza de menores de edad.

Las Naciones Unidas han advertido que Yemen, uno de los países más pobres del planeta antes de la crisis actual, se enfrenta a una espiral descendente encaminada al “colapso total”. La propia ONU no es una agencia benevolente que comenta este conflicto desde una posición de neutralidad, está influenciada excesivamente por países que son protagonistas directos en esta guerra. Continúa apoyando al bando del presuntamente “legítimo” presidente Abd Rabbu Mansour Hadi, el títere del imperialismo occidental y de la coalición encabezada por los saudís, es decir, las mismas fuerzas que están bombardeando Yemen día y noche e imponiendo un bloqueo económico asesino sobre su población.

La intervención saudí

Desde marzo de 2015 una coalición de dictaduras árabes en su mayoría, encabezada por el reino saudí, ha lanzado la “Operación Tormenta Decisiva” (más tarde rebautizada como “Restaurar la esperanza”), una ofensiva militar que tiene el objetivo de derrotar a los rebeldes houthis y sus aliados.

Los houthis son un grupo de guerreros tribales con base principalmente en el noroeste y en la provincia montañosa de Sadaa, y proceden de la escuela Zaydi del Islman (una rama autóctona del chiísmo, compartida por un tercio de la población). Ellos aprovecharon la fragmentación del estado central de Yemen, y la breve administración de Abd Rabbu Mansour Hadi para ocupar la capital Saná a finales de 2014. Extendieron su influencia en la mayoría de la parte occidental del país, controlando una serie de puertos claves en la costa del Mar Rojo.

Hadi llegó al poder como resultado de la llamada “iniciativa del Consejo de Cooperación del Golfo”. La iniciativa CCG fue un acuerdo tramado a finales de 2011 entre las elites gobernantes del Golfo, la UE y EEUU, que consistía en una retirada negociada del poder del déspota Alí Abdullah Saleh, después de 33 años en el poder, a cambio de total inmunidad por sus crímenes.

La “primavera” de Yemen

Este acuerdo sobre el control del poder llegó a raíz de la “Primavera árabe”. En 2011 el torrente de revueltas que recorrió Oriente Medio puso en movimiento a millones de trabajadores y pobres contra el desempleo, la miseria y los regímenes dictatoriales corruptos, y encontró su camino en Yemen. Alimentada por la valentía y energía de la juventud, meses de protestas de masas, ocupaciones de plazas, huelgas de trabajadores y sentadas sacudieron al país, particularmente en las principales ciudades como Saná, Taez y Aden. Eso provocó fracturas dentro de la maquinaria estatal del régimen.

Pero la ausencia de organizaciones revolucionarias independientes impidió que las masas yemeníes pudieran avanzar en su lucha. Las movilizaciones de masas finalmente se evaporaron, víctimas del secuestro político de fracciones desertoras del régimen. Para preservar el sistema de su colapso, secciones de las elites gobernantes y tribales del país, ayudadas por el imperialismo norteamericano, mostraron la puerta al anterior patrón y promovieron a Hadi, entonces vicepresidente de Saleh, como la nueva figura prominente para representar sus intereses y llevar a cabo los viejos negocios.

Como comentaba el CIT en ese momento: “El hecho de que el plan del CCG esté apoyado por las autocracias gobernantes en Arabia Saudí y Bahréin, que aplastaron las protestas de la oposición en Bahréin el año pasado, y por EEUU, que fue el mayor patrocinador de Mubarak y Saleh, revela el propósito real que hay detrás de la ‘iniciativa’, y éste es defender los intereses de las elites dominantes en Saná, Riad y Washington”.

En esta tarea contaron con la ayuda de la actitud de la dirección de la oposición suní pro-capitalista y conservadora, el partido Al-Islah, la rama yemení de la Hermandad Musulmana. Este partido ha jugado un papel en las protestas pero sus líderes estaban dispuestos a negociar con fragmentos del viejo régimen para conseguir su propio “lugar en el sol”. Al Islah se convirtió en el mejor aliado de la presidencia interina de Hadi, ocupando puestos en el “gobierno de unidad nacional” post-Saleh formado bajo su supervisión.

Hadi fue elegido formalmente en febrero de 2012 en una carrera presidencial irrisoria y sin oposición. Pero su gobierno, dañado por la corrupción, aplicó las mismas políticas que empujaron a sectores importantes de yemeníes a levantarse contra el gobierno de Saleh. Mantuvo la aprobación de su predecesor de la campaña de drones dirigida por EEUU que asesinó a decenas de civiles yemeníes durante años. Y, en particular, ratificó la decisión de Haidi de eliminar los subsidios al combustible en el verano de 2014 que desencadenó las masivas protestas en las calles para exigir la renuncia del gobierno.

Cambio de juego

El rápido descrédito de Hadi ayudó a abrir el camino para que los houthis tomaran el control. Aprovecharon el vacío político, ganaron apoyo con una retórica populista de discursos anti-corrupción, diatribas contra EEUU e Israel y las promesas de salvaguardar la herencia de la revolución de 2011.

Después de que los houthis tomaran el control de Saná, la elite saudí formó una coalición militar para expulsarlos: el objetivo político era restaurar un “gobierno reconocido internacionalmente”, el del ex presidente Abd Rabbu Mansour Hadi, que se había trasladado a Aden, al sur del país, después de ser obligado a exiliarse.

Después de seis rondas de enfrentamientos sangrientos con el régimen de Saleh en la década precedente, los líderes houthis de manera oportunista forjaron una alianza con su anterior enemigo. Saleh retuvo el control de una parte importante del ejército y de los órganos de seguridad que estaban dirigidos por familiares cercanos, y se puso de parte de los houthis a quienes durante años presentó como “terroristas”  para vengarse de los clanes que le habían sustituido.

El cambio de juego representaba una amenaza objetiva para los intereses estratégicos y económicos del régimen saudí, que durante tiempo había considerado a Yemen como su patio trasero privilegiado. A pesar de episodios de fricciones con Alí Abdullah Saleh, este último era uno de los más antiguos aliados de los gobernantes saudís. La Casa de Saúd había jugado un papel instrumental en su ascenso al poder y utilizó su régimen durante décadas como una palanca para lograr una enorme influencia en el país.

Los gobernantes multimillonarios y opresores de Arabia Saudí no estaban dispuestos a contemplar de nuevo la inestabilidad en su puerta trasera, ni el ascenso de un movimiento que escapaba completamente a su control político y que además se beneficiaba del apoyo de Irán. Enfrentado a un período de creciente agitación interna e incertidumbre económica, el régimen saudí también tenía la necesidad de proyectar fuerza y su brutal agresión a Yemen fue una salida fácil.

También jugaron un papel factores económicos. El Estrecho de Bab el-Mandeb, una ruta marítima comercial entre el Mar Rojo y el Golfo de Aden, es una de las más transitadas del mundo y tiene una importancia estratégica para el transporte de mercancías de países como Arabia Saudí, Egipto y Sudán, todos partes de la coalición militar regional creada para expulsar a los houthis.

Guerra de desgaste

Después de dos años y más de noventa mil ataque aéreos, la campaña liderada por los saudíes no ha conseguido ninguno de sus objetivos políticos. El regreso a Saná del expulsado Hadi parece más lejos que nunca, igual que el objetivo de hacer retroceder a los houthis a su feudo del norte.

En su lugar, esta campaña militar ha conseguido provocar a su paso una destrucción monumental, dejando en ruinas la ya escasa infraestructura del país. Los estudios muestran que aproximadamente un tercio de los ataques aéreos dirigidos por los saudís han sido contra objetivos civiles como mercados, escuelas, bodas, funerales, plantas eléctricas y de agua, mezquitas e instalaciones médicas, asesinando fundamentalmente a civiles.

Además Yemen, que importa en torno al 90% de sus alimentos, se enfrenta al estrangulamiento económico debido al bloqueo aéreo y naval impuesto por las fuerzas saudís, con restricciones drásticas sobre el flujo de bienes. La coalición dirigida por los saudís ha bombardeado puertos, aeropuertos, puentes y carreteras que dificultan que los suministros lleguen a la población que vive en las zonas controladas por Saleh-houthis, las zonas con mayor densidad de población.

Todo esto ha agravado enormemente la crisis humanitaria que ya existía, con productos vitales como alimentos, combustible y suministros médicos bloqueados y que no pueden llegar para satisfacer las necesidades de la población.

Como resultado, los precios de las mercancías básicas se han disparado a niveles nunca vistos, llevando a grandes segmentos de la población a unas condiciones económicas completamente desesperadas. Situación empeorada por el hecho de que empresas, comerciantes y traficantes están acumulando existencias y subiendo los precios para enriquecerse, y que varios grupos armados están desviando ayuda alimentaria para beneficio de sus propios seguidores.

Saleh y los houthis

Los efectos bárbaros de la intervención saudí han dado cierto apoyo a los houthis, incluso más allá de su base tradicional entre la minoría zaidi-chíi del país. En Saná ha habido manifestaciones de miles contra el ataque militar saudí.

Cuando se trata de Alí Abdullah Saleh y sus compinches, organizados en el partido Congreso General del Pueblo, ellos pueden recabar algo del apoyo tribal heredado de lealtades del régimen pasado, así como sectores de las viejas fuerzas armadas de Saleh.

Pero la alianza entre Saleh y los houthis no es otra cosa que un matrimonio de conveniencia frágil y temporal con el objetivo de luchar contra un enemigo mutuo. Cada vez son mayores las tensiones sobre puestos en el aparato del Estado, armas y recursos, y es muy probable que en el futuro la alianza se rompa y de lugar a nuevos enfrentamientos, incluso a cambios completos de lealtades. Esto es confirmado por la reciente amenaza del Congreso General del Pueblo de retirarse del gobierno con los houthis y por la propia disposición de Saleh a abrir una línea de negociación con el régimen saudí.

Los trabajadores y los pobres en Yemen no pueden tener fe en ninguna de estas fuerzas. El régimen autocrático y corrupto de Saleh presidió décadas de opresión, dejando a la mayoría de la población vegetando en la miseria y hundida en el desempleo masivo, mientras que el presidente y su séquito acumulaban para sí mismos grandes cantidades de riqueza y poder. Durante la insurrección de 2011 su régimen se distinguió por el tiroteo a decenas de manifestantes.

A pesar de su discurso anti-corrupción y se retórica sobre una comunidad marginada, los houthis no tienen una alternativa real que ofrecer a los profundos problemas de pobreza, corrupción y violencia. Al contrario, su gobierno está empañado por muchas de las enfermedades de las anteriores administraciones.

Informes documentados señalan los abusos de los houthis, que incluyen la siembra de minas antipersonas, torturas de detenidos, además del asesinato de cientos de civiles debido al lanzamiento de cohetes en zonas pobladas tanto en Yemen como en el sur de Arabia Saudí.

Los houthis intentan proyectar la imagen de un movimiento popular de resistencia contra las fuerzas imperialistas, pero la realidad es más compleja. En su avance militar hacia el sur han actuado como un ejército invasor, alienando con ello a muchos residentes locales. Su ocupación de la ciudad suroccidental de Taez, que fue el corazón de la revolución de 2011 que derribó a Saleh, chocó inicialmente con protestas de decenas de miles de personas. Esta situación ha ido acompañada de la extensión del asesinato de civiles a manos de francotiradores y el bombardeo indiscriminado de áreas residenciales.

En las zonas bajo su control, las milicias houthi se basan en los mecanismos del viejo aparato de seguridad del régimen para reprimir la oposición a su gobierno. La movilización de masas demuestra la fuerza contra el agresor militar saudí y para exigir el levantamiento del asedio, pero los houthis son cautelosos ante cualquier lucha independiente de las clases trabajadoras y de cualquier movimiento que se escape a su control.

Han prohibido las protestas en las calles de la capital y han utilizado la fuerza bruta, incluido el uso de munición viva en varias protestas de empleados públicos que exigían el pago de sus salarios atrasados desde hace meses. Los trabajadores anteriormente empleados por TOTAL y G4S en Saná, cuyos derechos el CIT ha defendido en una campaña de solidaridad internacional, han sufrido igualmente la intimidación y el abuso físico por las bandas armadas houthi.

El papel del imperialismo occidental

La carnicería que se despliega en Yemen sería imposible si no fuera por el apoyo masivo que la coalición liderada por los saudíes recibe de las principales potencias imperialistas occidentales. EEUU, Gran Bretaña, Canadá, Francia y el Estado español han apoyado al régimen saudí y le han proporcionado una enorme cantidad y afluencia continua de armas. Los oficiales militares británicos y norteamericanos tienen presencia en el centro de control y mando de los ataques aéreos saudíes. La armada estadounidense participa activamente en la aplicación del bloqueo marítimo sobre Yemen y los estadounidenses también planean organizar instalaciones para el reabastecimiento aéreo de los bombarderos saudís.

La llegada de Trump a la presidencia de EEUU ha contribuido a intensificar el apoyo del gobierno norteamericano a la campaña militar saudí. La política de Obama denominada “estrategia de reequilibrio” pretendía mejorar las relaciones con Irán, pero ahora ha sido sustituida por el abrazo entusiasta de la Casa Blanca al campo saudí. La reciente visita de Trump a Riad y las ventas de armas por valor de 110.000 millones de dólares han dado aparentemente luz verde a la monarquía saudí para bombardear Yemen a su voluntad.

Una cita de Peter Salisbury, analista del grupo de expertos con base en Londres Chatham House, resume el absoluto cinismo de las clases gobernantes occidentales con relación a Yemen: “Básicamente, los políticos en occidente ven el mundo como un gigantesco juego de Risk, ellos ven más valioso mantener sus relaciones con Arabia Saudí que mantener unas malas relaciones públicas por Yemen”.

Llegado un punto este cálculo interesado podría convertirse en su contrario. Algunos observadores ya se refieren a la guerra en Yemen como el “Vietnam de Arabia Saudí”. Cuando la guerra se prolongue sin un fin tangible a la vista, la alianza regional encabezada por los saudís y sus socios occidentales es probable que se enfrente a un creciente malestar de la opinión pública. Esto, junto con el deseo de sectores del establishment norteamericano de lanzar arena a las ruedas de la presidencia de Trump, explica porque la oposición contra las ventas de armas del gobierno al régimen saudí y contra su apoyo a la guerra en Yemen está aumentando en el Congreso estadounidense.

En Europa también, un sector importante de los jóvenes y trabajadores comprenden la necesidad de dejar de priorizar los beneficios a corto plazo para los comerciantes de armas sobre las vidas de millones de personas. Este fue parte del mensaje transmitido por el notable ascenso de Jeremy Corbyn en las recientes elecciones en Gran Bretaña.

Esto señala el potencial de lo que se podría hacer para detener a los gobiernos occidentales que hacen genuflexiones frente a dictadores reaccionarios y la intervención militar en Oriente Medio. El movimiento obrero y la juventud en los países occidentales tienen que jugar un papel vital en construir una alternativa política de izquierdas de masas que lleve a cabo un poderoso mensaje contra la guerra, que se oponga a las aventuras imperialistas de “sus” gobiernos y exija la ruptura de los “lazos privilegiados” con los regímenes tiranos del Golfo. Esto requiere extender la solidaridad a los trabajadores y pobres en los países del Golfo y en Arabia Saudí, sobre quienes recaen los costes financieros de la guerra en Yemen, junto con el declive de los ingresos del petróleo, que ya son una carga.

Divisiones

En el propio Yemen, la alianza regional saudí está mostrando signos de fragmentación y disensión, justo en el momento en que la ofensiva contra los houthis está alcanzando un punto muerto. La reciente ruptura de relaciones entre los regímenes qatarí y saudí ha llevado a la expulsión de Qatar de la alianza anti-houthis, y ha dividido por la mitad el partido Al-Islah de la Hermandad Musulmana.

Pero también han estallado desencuentros serios sobre un amplio abanico de temas entre Arabia Saudí y su socio de coalición clave en Yemen, los Emiratos Árabes Unidos, que tiene tropas propias y fuerzas indirectas en el sur y que cada vez más adopta una agenda propia que compite con Hadi y los gobernantes saudís. En mayo, un grupo de políticos yemenís con fuertes vínculos con los EAU proclamó la formación de una “Consejo Transicional del Sur”. Este desafío a la autoridad de Hadi, que públicamente acusó a los EAU de actuar “como una fuerza de ocupación más que como fuerza de liberación”. Esto ilustra las tensiones muy cargadas y volátiles entre las potencias de la región, de las que Yemen es uno entre otros muchos campos de batalla.

El ángulo sectario

La primordial lucha de poder entre Arabia Saudí e Irán ha dejado una huella importante en la guerra de Yemen. La propaganda del régimen saudí se ha centrado en presentar a los houthis algo así como la quinta columna de Irán, rival de la elite gobernante saudí por la supremacía regional. Se supone que el régimen iraní ha estado apoyando a los houthis con dinero, armas y asesores militares, aunque los houthis son un movimiento que en gran parte se ha desarrollado al margen de la influencia iraní. En cualquier caso, es una absoluta hipocresía de las elites del Golfo y del gobierno estadounidense levantar la voz y llorar por la implicación iraní en Yemen, mientras ellos mismos encabezan una intervención aún mayor.

Los temores de la clase dominante saudí de que Irán pueda ganar puntos de apoyo en el umbral de su puerta han alentado a una intervención más enérgica de Arabia Saudí, acrecentando la dimensión regional del conflicto. Como resultado, la guerra ha azuzado gravemente la polarización sectaria en Yemen, una gran parte importada de la batalla por el dominio regional en otras partes de Oriente Medio entre Arabia Saudí e Irán.

Por un lado, los saudís y los EAU se presentan como defensores de la mayoría suní de Yemen, y han patrocinado una plétora de grupos salafistas extremistas en su campaña contra los houthis que han provocado ansiedad en la minoría zaidi. Por otro lado, los houthis también han reforzado el lenguaje sectario anti-suní, etiquetando de manera indiscriminada a sus oponentes sunís como “takfirist” o seguidores del ISIS, con emisoras de radio locales leales a los houthis diseminando retórica sectaria. Esto ha ayudado a las milicias sunís a utilizar los temores de invasión y de discriminación entre la población suní para impulsar sus propias fuerzas de combate.

Como en casi todas partes en la región, Yemen tiene una larga historia de coexistencia y tolerancia entre diferentes comunidades religiosas. Pero las intervenciones de fuerzas externas han roto el tejido social para el interés propio de varias fracciones políticas compitiendo entre sí.

¿Lucha contra el terrorismo?

En esta atmósfera, los grupos sectarios de derechas que eran relativamente pequeños en el pasado han ganado influencia. En las áreas sunís de Yemen (especialmente el sur y el este), las posiciones de Al Qaeda, y con mucho menos alcance el ISIS, se han fortalecido por la guerra. Un informe del International Crisis Group de febrero de 2017 explica que “la rama yemení de Al Qaeda (AQ) es más fuerte de lo que ha sido nunca”, presentándose como parte de un frente suní más amplio contra la amenaza de la expansión de las fuerzas houthis y las lideradas por Saleh.

Centrándose en la provisión de servicios básicos en zonas empobrecidas donde el Estado ha colapsado, y en ocasiones suavizando sus aristas como una manera de echar raíces entre la población local, Al Qaeda y su grupo paralelo Ansar al-Sharia también ha puesto sus manos en gran cantidad de armamento, algunas veces adquirido directamente de las fuerzas de la coalición liderada por Arabia Saudí, junto a las que han luchado en varios frentes.

La campaña brutal de Arabia Saudí sobre el pueblo yemení ha jugado extensamente la “carta anti terrorista”. Las sirenas de la “guerra contra el terrorismo” han sido utilizadas durante mucho tiempo por el imperialismo norteamericano para justificar su intromisión en la región y apoyado de manera generosa a dictaduras despiadadas por todo Oriente Medio.

Irónicamente, el campo de Saleh está librando la guerra gracias en gran parte a los masivos recursos de seguridad y entrenamiento proporcionados por EEUU a su régimen cuando estaba en el poder, una vez más en nombre de la “lucha contra el terrorismo”. Incluso más irónico aún, a pesar de la campaña de alarmismo sobre el apoyo militar que ellos reciben de Irán, la mayoría del actual arsenal militar de los houthis ha sido fabricado en Europa y EEUU. Parte de él procede directamente del ejército yemení y ha acabado en manos houthis a través del mercado negro.

Las referencias de los gobiernos del Golfo y occidentales a la guerra contra el terrorismo no pueden ocultar que sus políticas han tenido el efecto práctico de ayudar a grupos armados terroristas y reaccionarios a crecer como setas a cada paso del camino.

Una investigación reciente de Associated Press ha puesto al descubierto una red de prisiones secretas en el sur de Yemen, dirigidas por los Emiratos Árabes Unidos con el pleno conocimiento de funcionarios de defensa norteamericanos, donde se ha aplicado la tortura generalizada a cientos de detenidos sospechosos de terrorismo. EEUU durante más de una década ha estado bombardeando Yemen con drones y asesinando civiles inocentes. Trump ha escalado esta campaña, con una media de un ataque aéreo con drones cada 1,6 días, comparado con la media de Obama de uno cada 5,4 días.

Estos abusos y la muerte de civiles invariablemente son consecuencia de los ataques con drones, que van acompañados de la extensión del desempleo y la desesperación social entre la juventud, lo que proporciona continuamente munición a las campañas de reclutamiento de Al Qaeda, ISIS y otros grupos similares, a menos que pueda emerger de la guerra una alternativa revolucionaria viable.

El fracaso del capitalismo

Las potencias extranjeras y las elites gobernantes capitalistas y tribales de Yemen no sólo han demostrado ser totalmente incapaces de mejorar el destino de millones de yemenís que sufren diariamente bajo su dominio. Han alentado de manera consciente las divisiones, explotado el nacionalismo, el tribalismo y la religión, para mantener sus riquezas y poder, hasta el punto de empujar a la sociedad yemení a un punto de ruptura.

Los trabajadores y los pobres no tienen absolutamente nada que ganar de las guerras de aniquilación mutua, de las divisiones tribales, de la extensión de la plaga sectaria. Sólo puede surgir una solución de una lucha unida y de principios desde abajo, de los campesinos pobres, trabajadores, parados, mujeres y jóvenes contra sus enemigos comunes, en forma de todos los gánsteres  de la especulación y sus siervos políticos, en Yemen e internacionalmente, que han pasado la mayoría de las décadas pasadas desangrando el país.

La primera demanda y la más urgente, que afecta a millones de yemenís en su vida cotidiana, es el levantamiento del asedio y el bloqueo económico para permitir que lleguen los alimentos y la ayuda urgente a las poblaciones hambrientas. Esto significa el fin inmediato de la campaña de bombardeos dirigidos por los saudís y el final de la injerencia de las fuerzas imperialistas extranjeras en los asuntos del país.

Pero fuerzas como los houthis, que esgrimen la bandera antiimperialista con una mano mientras con la otra blanden un palo para golpear a los trabajadores, no ofrecen un camino serio a la salvación. Entregar la dirección de la lucha antiimperialista a estas fuerzas es una receta para el desastre. Para luchar por una paz sostenible y la transformación radical de sus condiciones de vida, los pobres y los trabajadores necesitan de la organización independiente de todas las fracciones internas actuales.

Por ejemplo, comités de defensa de base, organizados democráticamente en los barrios, centros de trabajo, pueblos, son vitales para que la población resista la extensión del cisma tribal y sectario en las comunidades, para impedir más derramamiento de sangre.  La unidad por encima de la división tribal y sectaria se puede además cimentar de manera audaz si se ponen sobre la mesa reivindicaciones de clase: servicios municipales adecuados, agua potable, instalaciones sanitarias, empleos para los parados, salarios decentes, etcétera. Se podrían también crear comités populares de defensa para organizar la distribución justa de la ayuda alimentaria y el control democrático de los precios, para luchar contra la extensión del acaparamiento y la especulación.

La revolución permanente

Los principales protagonistas de esta guerra son defensores de las estructuras de propiedad existentes que mantienen a las masas yemenís en un estado de miseria despreciable, atraso social y económico. Estas estructuras combinan relaciones capitalistas con la persistencia de una poderosa elite feudal, y la todavía elevada influencia de los lazos tribales y religiosos, en particular en el norte y en las zonas rurales.

En su ‘teoría de la revolución permanente’, basada en la experiencia práctica de las revoluciones rusas de 1905 y 1917, León Trotsky observó que en países que sufren el yugo de la dominación extranjera y mantienen influencias pre-capitalistas, como es el caso de Yemen, todas las fuerzas que se basan en la perpetuación del capitalismo son irremediablemente incapaces de librar a estos países de sus vestigios feudales y de introducir las características básicas de lo que se denomina nación capitalista “avanzada”: la unificación del país, el establecimiento de la democracia parlamentaria, etc.,

Esto directamente se relaciona con el hecho de que el capitalismo, basado en la propiedad privada de los medios de producción e intercambio, ha alcanzado sus límites históricos como sistema económico capaz de hacer avanzar a la humanidad. De ahí que la tarea de dirigir una lucha enérgica contra el imperialismo, contra los remanentes feudales y semi-feudales, y contra la desastrosa miseria que experimentan las masas yemenís, recae sobre la clase trabajadora.

El estrecho entrelazamiento de la propiedad de la tierra y la propiedad capitalista en Yemen significa que para cualquier oportunidad de éxito, esta lucha tendrá que tener no sólo un contenido antiimperialista, también anticapitalista, con el objetivo de nacionalizar y planificar, bajo el control democrático de los trabajadores, las principales industrias, bancos y campos de petróleo, y otros bienes importantes. La excesiva dependencia económica de Yemen de otros países significa que la oportunidad de éxito de esta lucha está estrechamente ligada a su extensión internacional, a los esfuerzos de los trabajadores y pobres para derrocar el capitalismo a escala global.

La clase obrera en Yemen

Gracias a su experiencia colectiva de explotación y a su lugar indispensable en el funcionamiento de la economía, los trabajadores juegan un papel crítico en la unión de los pobres rurales y urbanos en una lucha unificada por un cambio radical económico, social y político. Aunque la mayoría de la población yemení continua viviendo en zonas rurales, el movimiento obrero urbano ha ganado influencia a lo largo de los años, convirtiéndose, desde principios del siglo XXI, en la fuente primaria de ingresos de las familias yemenís.

La realidad es que el movimiento obrero en Yemen se ha visto profundamente afectado por la guerra. La Confederación Internacional de Sindicatos (ITUC) calcula que se han destruido unos cuatro millones de empleos en el sector privado, al mismo tiempo que cientos de  miles de trabajadores del sector público llevan meses sin cobrar.

A pesar de las horrendas condiciones generadas por la guerra, y en gran parte debido a ellas, los trabajadores se han visto obligados a luchar, ofreciendo un faro en la tormenta de atrocidades que envuelve a Yemen. En los meses anteriores miles de trabajadores han participado en huelgas, mítines y ocupaciones para exigir el pago de sus salarios. Un empleado del Ministerio de Economía en Saná explicaba a principios de este año: “Hay protestas y se ha extendido la rabia en la mayoría de las entidades gubernamentales”. Las protestas y la furia de los trabajadores no suceden exclusivamente en las zonas controladas por los houthis, en las provincias controladas por el gobierno de Hadi como Aden, Zinjibar o Attaq se ha desarrollado una situación similar.

Estas batallas se pueden considerar como palancas para reconstruir el movimiento de los trabajadores y dar alguna esperanza y confianza a sectores más amplios de la población ante la necesidad de recuperar la acción colectiva.

Estas disputas en su mayor parte estallaron por cuestiones económicas inmediatas, en un contexto de extensión de la lucha por la supervivencia; plantean la necesidad de que la clase obrera desarrolle unos sindicatos realmente representativos, para llevar a cabo una batalla decidida e intransigente contra los dirigentes sindicales corruptos que intentan bloquear el camino a los trabajadores.

Pero es obvio para todos que estas batallas económicas están orgánicamente relacionadas con un cuadro más amplio, es decir, la guerra, las intervenciones imperialistas extranjeras y con la batalla multipolar de poder que asola en país. Subrayan la urgencia de construir una alternativa política viable contra los horrores de la guerra y el capitalismo.

Una alternativa socialista

En el pico de las protestas revolucionarias de masas de 2011, se reveló el potencial para la construcción de una sociedad alternativa. Incluso las divisiones religiosas y tribales quedaron a un lado, porque en las calles lo que prevalecía era un sentimiento de unidad por el cambio revolucionario. Este movimiento no está lejos de la mente de la población, y la violencia bárbara desatada en Yemen tiene el intento de erradicar el espectro del despertar revolucionario cuyo contagio amenaza el orden dominante que domina en el Golfo.

Se deben analizar las razones del fracaso del movimiento de 2011. Sobre todo, lo que faltaba era un partido capaz de organizar a las masas de trabajadores y pobres, y a la juventud revolucionaria alrededor de un programa de acción y de clase. Un programa que defendiera, por supuesto, la caída de Saleh y a favor de los derechos democráticos, pero también insistiendo en la necesidad de desmantelar la vieja maquinaria estatal, haciendo campaña por los plenos derechos de todos los grupos y minorías oprimidas, defendiendo la lucha internacional contra el capitalismo, el latifundismo y el imperialismo.

Este programa podría haber hecho un llamamiento no sólo a los oprimidos de Yemen, también a los millones en rebelión en toda la región; podría haber apelado a la base de las fuerzas armadas del Estado y a los pobres de las tribus que luchaban al lado del régimen, ayudando a arrancar una base de apoyo a Saleh uniendo a todos los oprimidos, independientemente de su religión o tribu bajo la bandera socialista.

El regreso a Yemen de epidemias ya erradicadas como el cólera, una “enfermedad de la pobreza”, se debe principalmente a la falta de acceso al agua potable, y subraya cómo el capitalismo hace retroceder a la sociedad. La ofensiva aérea saudí, que agrava este proceso, se ha calculado que tiene un coste diario de 200 millones de dólares. Si se usaran para mejorar la vida de las personas en lugar de para destruirlas, estos recursos harían de Yemen un paraíso en la Tierra.

Lo mismo se aplica a la masiva riqueza robada durante décadas por las elites gobernantes cleptocráticas y por las multinacionales extranjeras. Estableciendo la propiedad pública de los recursos naturales, las principales industrias y las grandes haciendas agrarias podrían ponerse las bases para planificar democráticamente la economía, con el objetivo de satisfacer las necesidades de la mayoría con empleos decentes, vivienda adecuada, nutrición, garantizando el acceso al agua potable y la electricidad, desarrollando las infraestructuras y los servicios públicos, etc.,

La “República Democrático Popular de Yemen”

La implicación democrática masiva de los trabajadores, campesinos y pobres sería un imperativo para que estas economías sean sostenibles a largo plazo. Esto se demostró de manera dramática en la experiencia fracasada de la República Democrática Popular de Yemen (RPDY), el régimen que gobernó Yemen del Sur desde 1967 a 1990, y que llegó al poder como resultado de la insurrección revolucionaria contra el dominio colonial británico. Aunque se autodenominaba “socialista”, era un régimen militar autoritario de partido único alineado con la Rusia estalinista, que había puesto los medios de producción e intercambio bajo el control del Estado.

A pesar de eso, bajo la presión de masas este régimen recorrió un largo camino desafiando los intereses capitalistas y feudales en Yemen del Sur. Se hicieron reformas sociales, inversiones importantes en infraestructura, sanidad, vivienda, programas  de  alfabetización y educación, sostenido por la nacionalización de grandes partes de la economía.

En ese sentido, fue una visión deformada y limitada de lo que se habría conseguido con un verdadero plan socialista democrático de la producción, ya que no se basaba en la participación democrática de la población. Todas las reformas eran controladas estrictamente desde arriba y había una represión despiadada contra cualquier forma de disidencia.

Víctima de la mala gestión burocrática, aislada y privada de la ayuda de la URSS desde 1989, la RPDY colapsó y posteriormente se “unificó” (en realidad anexionó) por el régimen de Yemen del Norte de Alí Abdullah Saleh en 1990. Esto significó el regreso de Yemen del Sur a la órbita del “libre mercado”, lo que se tradujo en privatizaciones masivas, liquidación de las reformas sociales implantadas en el sur, declive profundo de los niveles de vida y el renacer del tribalismo.

Durante ese tiempo el régimen de Saleh también ayudó a diseminar el reaccionario wahabismo y apoyó a los fundamentalistas sunís para aplastar los vestigios de “socialismo” y contrarrestar cualquier oposición de izquierdas a su gobierno en la parte sur del país. Esto permitió un impulso importante de Al Qaeda y otros grupos similares.

La cuestión nacional

Los territorios que hoy constituyen Yemen han sufrido siglos de dominio colonial y fuertes estructuras tribales, han pasado por caminos y ritmos de desarrollo separados, y nunca han conocido un genuino proceso de construcción de un Estado nacional. Fueron obligados a juntarse por la vía del puño de acero del gobierno de Saleh, en el contexto de saqueo capitalista e imperialista. Hoy, la unificación del país, supuestamente una “conquista histórica” de Saleh, se revela con claridad como un fracaso abyecto: Yemen es despedazado por luchas internas sectarias y tribales, por grupos armados terroristas y señores de la guerra, y bajo los golpes de una intervención imperialista salvaje.

Durante la década de los años noventa, el sur de Yemen vio como el FMI imponía la privatización de los bienes públicos, reducción de los subsidios al combustible, desmantelamiento de los presupuestos sociales y recorte de los empleos públicos. Este proceso correctamente fue percibido por la población del sur como una toma de control de su territorio por un puñado de elites feudales y capitalistas del norte que fueron, en gran medida, los principales beneficiarios de este cambio económico neoliberal, apoderándose de tierra y otros activos privatizados, dragando los ingresos del petróleo del sur para sus propios beneficios.

De ahí que el “proceso de unificación” de los años noventa generara, desde el principio, una fuerte oposición en las regiones del sur, cuyas poblaciones se consideraban víctimas de la discriminación estatal y la marginalización. En este contexto las exigencias de autogobierno de Yemen del Sur tienen un fondo incuestionable y encuentran eco entre grandes sectores de la población del sur.

Los socialistas no pueden ignorar estos sentimientos, ni pueden ignorar el hecho de que los políticos de derechas, como los miembros del recién establecido Consejo Transicional del Sur, están intentando aprovecharse de estos mismos sentimientos  para apoderarse de partes del país para sí mismos, o simplemente conseguir cínicamente su apoyo.

Defendiendo los derechos de autodeterminación de los yemenís del sur y  uniendo esto a la demanda de un programa decidido y concreto para creación de empleos y un salario decente, defensa de la educación y vivienda, por los derechos agrarios, total acceso al agua y electricidad, etc., se puede construir un puente capaz de unir a los trabajadores y oprimidos contra las elites dominantes de ambas partes. En este sentido se pueden ganar a las masas de la población para la idea de un cambio socialista revolucionario, y socavar el apoyo a las elites reaccionarias y los grupos armados que están utilizando a los pobres como soldados rasos en sus juegos de guerra.

Una alianza voluntaria y fraternal de Yemen del Norte y del Sur, como parte de una confederación socialista democrática de la Península Arábiga, en la que se planifique y gestione de forma democrática la economía para el interés de los trabajadores, es la única salida para erradicar de la región las plagas del conflicto armado, el hambre y la miseria.

 


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