La victoria aplastante del rechazo en el referéndum constitucional chileno ha impactado a miles de activistas de la izquierda en todo el mundo. El No a la Constitución promovida por la Convención Constituyente, dominada por los partidos que apoyan al Gobierno de Gabriel Boric, ganó en todas las circunscripciones, incluidas aquellas donde el actual presidente arrasó en diciembre de 2021 con apoyos superiores al 60 y 65%.

Con una participación del 85%, después de aprobarse el voto obligatorio, 7,8 millones (61,86%) rechazaron la nueva Constitución, mientras 4,8 millones (38,14 %) votaron por el Apruebo. En nueve meses Chile ha pasado de la victoria histórica del candidato apoyado por el Partido Comunista (PCCh) y el Frente Amplio (FA),  con la votación más alta conseguida nunca por un presidente, al mayor triunfo de la derecha desde que la insurrección popular de 2019 abrió una crisis revolucionaria. ¿Qué ha pasado para llegar a este punto, y cómo impedir que esta derrota se convierta en una victoria definitiva de la derecha contrarrevolucionaria?

No es miedo al cambio, es malestar y decepción porque no ha cambiado nada

Los medios capitalistas proclaman entusiasmados que esto demuestra que la sociedad chilena teme cambios radicales. Boric y los demás dirigentes de la izquierda reformista dan esta explicación por buena, prometiendo más moderación y diálogo. Pero si se elige este último camino solo se prepararán nuevos desastres.

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En meses Chile ha pasado de la victoria del candidato apoyado por el Partido Comunista y el Frente Amplio, con la votación más alta conseguida nunca por un presidente, al mayor triunfo de la derecha desde la insurrección popular de 2019. ¿Por qué? 


Como explicamos en nuestra declaración días antes del referéndum  (Chile: El referéndum constitucional pone al descubierto el descontento con el Gobierno de Boric), la burguesía chilena ha invertido millones de dólares en la campaña mediática por el rechazo, recurriendo a todo tipo de calumnias contra la nueva Constitución y acusando al Gobierno de querer implantar el “comunismo”. Pero esta ofensiva no ha sido más potente ni violenta que la desatada contra el levantamiento social en 2019, o para evitar la elección de Boric en diciembre. La clave para que ahora hayan tenido éxito es que la izquierda gobierna, pero lo hace cediendo en los aspectos decisivos a los grandes poderes económicos, renunciando a implementar las reivindicaciones sociales que dieron brío a la movilización popular y forzaron la convocatoria de la Asamblea Constituyente.

La crisis capitalista ha disparado la inflación al mayor nivel en 28 años, y es del 17,3%  para los alimentos básicos. Pero el Gobierno rechaza aplicar medidas que garanticen el poder adquisitivo, manteniendo políticas de austeridad similares a Gobiernos capitalistas anteriores. Sus tímidas ayudas sociales resultan totalmente insuficientes. Chile sigue siendo el país más desigual de la OCDE; un 1% controla el 49% de la riqueza y el número de pobres creció en 100.000 en lo que va de año. 

Tras 18 meses de debate en la Constituyente, reivindicaciones clave que las masas esperaban, como eliminar los fondos privados de pensiones y crear un sistema público, nacionalizar el cobre y el litio, sanidad y educación públicas de calidad, devolver las tierras arrebatadas por los grandes grupos empresariales a los mapuche y otros pueblos originarios, han sido eliminadas del proyecto constitucional y del programa del Gobierno de Boric.

Aunque la nueva Constitución recogía aspectos progresistas (derecho al aborto sin restricciones, reconocimiento de la lengua y cultura de los pueblos originarios, derecho a vivienda...) la mayoría quedaban en el aire al no ir acompañados de medidas económicas concretas que  garantizaran su ejecución, ni una movilización en la calle de los partidos de izquierda para defenderlos.

Un mes antes del referéndum, Boric y los partidos que le apoyan (incluido el PCCh) se comprometieron a que, si ganaba la nueva Constitución, mantendrían la educación, la sanidad y los fondos de pensiones privados, respetarían la propiedad capitalista y negociarían con la derecha puntos importantes del nuevo texto. Esto fortaleció la campaña por el rechazo.

¿Reforma o revolución?

El impresionante levantamiento de octubre de 2019 marcó un antes y un después. Las huelgas generales y manifestaciones masivas mostraron la fuerza de los oprimidos, arrastrando hacia la izquierda a amplios sectores empobrecidos de las capas medias, que durante años habían sido un pilar del sistema.

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Chile sigue siendo el país más desigual de la OCDE; un 1% controla el 49% de la riqueza y el número de pobres creció en 100.000 en lo que va de año.  


La burguesía comprendió que podía perderlo todo. La simpatía de las capas medias por las reivindicaciones obreras, o al menos su neutralidad, es un factor para el triunfo de cualquier proceso revolucionario. Tras fracasar en reprimir el movimiento, los capitalistas se apoyaron en los dirigentes socialdemócratas del PS para proponer el Acuerdo por la paz social y el proceso constituyente. Boric y otros dirigentes del FA lo apoyaron, y el PCCh finalmente no se opuso a él. Entre todos lograron desviar el proceso revolucionario al terreno electoral y parlamentario.

Desde entonces, la estrategia capitalista ha sido prolongar los debates sobre la nueva Constitución para ganar tiempo, frenar y desmoralizar a las masas, y empujar a los sectores más desesperados y atrasados, y a las capas medias, nuevamente a la derecha.

Tras apostar por un pinochetista declarado como Kast en las presidenciales y ser aplastados, en este referéndum las fuerzas reaccionarias se han cuidado mucho de defender la vieja constitución de la dictadura. Su planteamiento ha sido que el proceso constituyente debe continuar y se debe “consensuar” un texto que incluya a “todos los chilenos”. Por supuesto, han utilizado la decepción con el Gobierno para desprestigiarle y cargar contra él, presentando el rechazo como el medio de golpear por los problemas económicos y sociales que Boric no ha resuelto.

La derecha también ha denunciado histéricamente la supuesta situación de “inseguridad”, criminalizando al pueblo mapuche y a los inmigrantes, y atizando el chovinismo contra el reconocimiento de los pueblos originarios y la definición de Chile como Estado plurinacional.

Fue precisamente la insurrección de 2019 la que mostró cómo combatir estas ideas reaccionarias. Las movilizaciones masivas de jóvenes y trabajadores exigiendo pleno reconocimiento de derechos y devolución de tierras a los pueblos originarios, igualdad de trabajadores nativos y extranjeros, salarios y pensiones dignas, vivienda, educación y salud 100% públicas, combate al machismo y la LGTBIfobia… ganaron apoyo mayoritario, aislando a la derecha.

La decisión del Gobierno de Boric, con el respaldo del FA-PCCh, de militarizar los territorios mapuche para “mantener el orden y la seguridad”, encarcelando a uno de sus principales dirigentes y destituyendo incluso a una ministra por reunirse con él, han favorecido que el discurso de la derecha cale entre los sectores más desmovilizados de la población.

Transformar Chile con un programa revolucionario

El 4S representa una grave advertencia para el pueblo chileno y de otros países donde Gobiernos de “izquierda” aplican políticas parecidas.  La lucha entre revolución y contrarrevolución solo puede decidirse en la calle, los barrios, los centros de estudio y trabajo, aplicando medidas que de verdad transformen la vida de las familias trabajadoras y enfrenten a los grandes monopolios, la banca y los terratenientes. Esto es especialmente decisivo para ganar el apoyo de las capas medias y los sectores más atrasados y desesperados. Si en lugar de una política revolucionaria firme y decidida ven únicamente discursos y vacilaciones, no digamos pactos con la clase dominante para que todo siga igual, se desencantarán y abrirán sus oídos al discurso demagógico de la ultraderecha.

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Frenar a la derecha y la ultraderecha exige recuperar la movilización en las calles levantando una política de frente único de la izquierda y un programa que plantee la transformación socialista. 


Conjurar la amenaza de la derecha y la ultraderecha exige recuperar la movilización en las calles levantando una política de frente único de la izquierda y un programa que plantee la transformación socialista. Por un Gobierno de los trabajadores que haga efectivas las aspiraciones populares nacionalizando la banca, los monopolios y la tierra bajo control democrático de la clase obrera. Este es el único camino para derrotar a la reacción.


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