Muchas de las obras de Marx y Engels, los fundadores del socialismo científico, poseen la virtud de penetrar profundamente en la comprensión del funcionamiento del sistema capitalista, que aún se encontraba en fase de desarrollo en la época en que fueron escritas, de tal modo que con el paso de los años no sólo mantienen toda su actualidad sino que las ideas en ellas planteadas se hacen aún más vigentes. Tal es el caso del texto que nos ocupa, escrito en 1872 y que aborda el problema de “la penuria de la vivienda” generado por el rápido proceso de industrialización en las ciudades europeas de la época.

En él, Engels establece que el problema de la vivienda es consustancial al modo de producción capitalista, que los capitalistas y el Estado burgués ni quieren ni pueden proporcionar a los trabajadores y al resto de capas oprimidas de la sociedad una vivienda digna y asequible, y que bajo el capitalismo cualquier “solución” parcial no es más que un parche que vuelve a reproducir el problema. Por tanto al problema de la vivienda, como al resto de las cuestiones sociales de envergadura, no se le puede encontrar una solución satisfactoria y duradera si no es en la perspectiva de la socialización de los principales medios de producción por parte de la clase obrera en el marco de una economía socialista. La realidad de nuestros días parece confirmar brillantemente estas tesis: en todo el mundo nos encontramos con una inmensa burbuja inmobiliaria que hace muy gravoso el acceso a la vivienda a las clases trabajadoras (y de la cual el Estado español con la existencia de una escasez artificial del suelo a favor de los especuladores y la expansión formidable del crédito hipotecario, gracias a los bajos tipos de interés, es uno de los ejemplos más notorios). Incluso un gobierno revolucionario como el de Venezuela encuentra inmensas dificultades para aplicar sus programas de vivienda a causa del boicot de la burguesía propietaria de las empresas de construcción, las cementeras y los transportes del país.

El libro está escrito en forma de polémica contra las posiciones del socialismo pequeñoburgués (representado en las ideas proudhonianas) y de la filantropía burguesa en la materia. Invocando una la “justicia revolucionaria” y otra la “armonía entre las clases”, ambas concepciones plantean como principal solución al problema de la vivienda el que los obreros se conviertan en propietarios de sus casas. Millones de familias trabajadoras en el Estado español podrán acreditar cómo la supuesta “propiedad” de sus viviendas, atados a draconianas hipotecas a 40 y 50 años, que absorben más de la mitad de sus salarios, han resuelto sus problemas. Dando una clase magistral de economía política Engels demuestra como estas medidas no son más que una tentativa reaccionaria de “atar a la tierra” a los obreros, haciéndoles más dependientes si cabe de sus patronos, y reproduciendo en ellos la mentalidad mezquina y estrecha del siervo y el pequeño propietario. Frente a este callejón sin salida, Engels plantea que sólo los obreros, una vez en posesión del poder político y las principales palancas de la economía, podrán dar una solución rápida a la falta de vivienda. Ya sea a través de la expropiación de las viviendas ociosas o infrautilizadas y su reparto entre los necesitados, ya sea a través de la construcción de nuevas viviendas por parte del Estado. La sociedad socialista garantizará a todo trabajador y a sus familias el acceso a una vivienda adecuada a sus necesidades a cambio de un alquiler, que representará una pequeña parte del salario, con el que se costearan los gastos derivados del mantenimiento y la reparación de los edificios.

Con esto queda garantizada, además, la libertad de movimiento del trabajador, lo cual en la sociedad capitalista es una necesidad individual del obrero en busca de trabajo y en el socialismo será una necesidad social dictada por la distribución racional de la fuerza laboral. De este modo se abre el camino para una solución aun más completa del problema de la vivienda; la desaparición de la oposición entre la ciudad y el campo a través de la distribución de la población de un modo más racional en todo el territorio. Si en tiempos de Engels las grandes urbes ya eran un problema grave a causa de la insalubridad, los problemas de comunicación, la acumulación de basuras y el hacinamiento; actualmente vemos como esta cuestión ha alcanzado proporciones gigantesca en las megalópolis de El Cairo, Karachi, Ciudad de México… exigiendo, por tanto, una solución tanto más urgente y radical que sólo el socialismo científico es capaz de ofrecer.


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