Este mes de octubre se conmemorará el 125 aniversario del nacimiento de León Trotsky, el gran revolucionario marxista asesinado por Stalin en 1940 a través de un agente de la GPU que acabó con su vida clavándole un piolet en la cabeza.

Las palabras de Trotsky “seguiremos criticando el régimen estalinista mientras no logréis cerrarnos la boca físicamente” fueron tristemente premonitorias. Stalin no iba a permitir ninguna crítica y a los encarcelamientos y exilios les siguió la aniquilación física. La GPU realizó una caza de brujas sin parangón en la historia. Stalin desarrolló su guerra unipersonal contra todo aquello que recordaba Octubre, abriendo un río de sangre entre la burocracia y los bolcheviques, ni siquiera aquellos que claudicaron frente el terror fueron perdonados.

Trotsky permaneció fiel a sus principios hasta el final de su vida y con él los bolcheviques que nunca renunciaron, aquellos que en las heladas tundras siberianas caían bajo las balas estalinistas cantando la Internacional y dando vivas a Trotsky y a la revolución.

Leopold Trepper, el organizador de la Orquesta Roja, la famosa red de espionaje soviético en la Europa ocupada por los nazis, rinde un merecido homenaje a todos aquellos que se mantuvieron firmes en la defensa de sus principios:

“Todos los que no se alzaron contra la máquina estalinista son responsables, colectivamente responsables de sus crímenes. Tampoco yo me libro de este veredicto.

“Pero ¿quién protestó en aquella época? ¿Quién se levantó para gritar su hastío? Los trotskistas pueden reivindicar este honor. A semejanza de su líder, que pagó su obstinación con un pioletazo, los trotskistas combatieron totalmente el estalinismo y fueron los únicos que lo hicieron. En la época de las grandes purgas, ya sólo podían gritar su rebeldía en las inmensidades heladas a las que los habían conducido para mejor exterminarlos. En los campos de concentración, su conducta fue siempre digna e incluso ejemplar. Pero sus voces se perdieron en la tundra siberiana.

“Hoy día los trotskistas tienen el derecho de acusar a quienes antaño corearon los aullidos de muerte de los lobos. Que no olviden, sin embargo, que poseían sobre nosotros la inmensa ventaja de disponer de un sistema político coherente, susceptible de sustituir al estalinismo, y al que podían agarrarse en medio de la profunda miseria de la revolución traicionada. Los trotskistas no ‘confesaban’ porque sabían que sus confesiones no servirían ni al partido ni al socialismo” (El gran juego, págs. 67-68).

Trotsky legó a las siguientes generaciones de marxistas un material valioso e ina-preciable que Stalin no pudo destruir. Su Revolución Traicionada es hoy lectura obligada para aquellos que quieran comprender los acontecimientos que se han vivido en la última década en los regímenes estalinistas. La historia ha reivindicado la lucidez de su análisis, su comprensión de los procesos, su denuncia del papel parasitario de la burocracia y el colapso económico al que estaba abocada la URSS bajo el estalinismo.

Igualmente comprender los procesos revolucionarios que vemos en países como Venezuela, Bolivia y el resto del continente latinoamericano, exige el estudio de La Revolución Permanente para cualquier revolucionario.

Frente a todas las calumnias y falsificaciones de Stalin y su camarilla, la historia reivindica hoy la figura de Trotsky y la corrección de su análisis. ¡Trotsky tenía razón!


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