Fue Marx quien definió a Francia como el país donde la lucha de clases llegaba siempre hasta el final. Esta afirmación, especialmente cierta para la revolución de 1789, que fue muy lejos en la tarea de acabar con el feudalismo, no lo es menos al referirse a los sucesos revolucionarios que tuvieron lugar en Francia a mediados del siglo XIX, y cuyo análisis y las consecuencias que se extraen del mismo son objeto de este texto.

Aplicando la concepción materialista de la sociedad a un periodo concreto de la historia, Marx pone de relieve como en la base de los hechos políticos están los hechos económicos. Los orígenes de la revolución de 1848 se hallan en la crisis económica que sacudió Europa en los años precedentes y que cambió las relaciones entre las clases sociales. A su vez, la recuperación económica iniciada a mediados de 1848 sería uno de los factores para el triunfo de la contrarrevolución y el nuevo dominio de la gran burguesía. “Una nueva revolución sólo es posible como consecuencia de una nueva crisis. Pero es tan seguro como ésta”, escribe Marx al final de la obra. La revolución de 1848 supuso, por primera vez, la irrupción masiva en los acontecimientos de una nueva clase: el proletariado, que comenzaba a desplazar el papel revolucionario que hasta entonces había detentado la burguesía y que ya comenzaba a constituir un freno para el desarrollo social. Con su derrota en esta revolución, la clase obrera probaría hasta que extremos sangrientos es capaz de llegar la burguesía cuando los trabajadores se atreven a disputar su poder.

De la experiencia revolucionaria Marx extrae la conclusión de que el triunfo de la clase obrera sólo será posible si esta actúa independientemente, tanto en los terrenos ideológicos y políticos como en el organizativo, de otras clases y partidos. Esta lección fue dictada por la dolorosa experiencia de las Jornadas de Junio, en las que la pequeña burguesía, a la que el proletariado había confiado su iniciativa política, traicionó el movimiento de las masas populares de Paris. Además, Marx formula la idea de la alianza del campesinado y la clase obrera, bajo la dirección de esta. La pequeña burguesía —clase inestable políticamente— al no ser independiente en el terreno económico ni ideológico, por estar sujeta tanto a las presiones de la burguesía como del proletariado, ganada a la influencia de éste puede jugar un papel revolucionario importante y necesario.

Este libro viene precedido por una introducción de Engels, escrita para la edición de 1895, que ha sido utilizada por los dirigentes reformistas para intentar justificar su política (“el tiempo de las revoluciones ya ha pasado”). En realidad Engels no hacia más que prevenir contra el aventurerismo revolucionario e insistir en la necesidad que tiene el partido revolucionario, mediante la propaganda, la agitación, la organización, el trabajo sindical y parlamentario, de ganar a los sectores más amplios de trabajadores, condición sin la cual no es posible la transformación revolucionaria de la sociedad.


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