¿Hacia donde se dirige la economía mundial? Para responder a esta pregunta es necesario, desde luego, conocer las cifras de crecimiento del PIB. Pero estas cifras, por si solas, no bastan para establecer un diagnóstico general de la salud del capital¿Hacia donde se dirige la economía mundial? Para responder a esta pregunta es necesario, desde luego, conocer las cifras de crecimiento del PIB. Pero estas cifras, por si solas, no bastan para establecer un diagnóstico general de la salud del capitalismo. El capitalismo, indiscutiblemente, está vivo; pero lo que queremos saber es si nos encontramos ante un organismo saludable y joven que, a pesar de atravesar inevitables crisis, tiene la perspectiva de un futuro brillante por delante o, por el contrario, estamos ante un organismo en fase senil, que aunque sobrevive agotó ya la etapa vital de su fortalecimiento y avance. En definitiva, si la tendencia general subyacente en la economía mundial es ascendente, es decir, existe un auge evidente de las fuerzas productivas que asegura el crecimiento y la atenuación de las contradicciones de clase, o nos encontramos en una fase de declive, en la que se están conjuntado factores que pueden provocar, a medio plazo, un crac de la economía capitalista.

Los datos de 2004, a falta de los definitivos de 2005, muestran que la economía mundial en su conjunto está creciendo:

Crecimiento del PIB en 2004

· Mundo 3,8

· EEUU 4,4

· Japón 2,6

· Zona euro 1,7

· Alemania 1,1

· Francia 2,1

· China 9

· Brasil 5,2

· Argentina 8,2

· México 4

Sin embargo estas cuentas estadísticas promedio son engañosas: hay cifras muy significativas como en China y otras francamente raquíticas, como en Europa y Japón, que ponen de relieve que, a excepción del capitalismo estadounidense, los países más industrializados y avanzados del planeta no son capaces de alcanzar tasas de crecimiento sólidas.

Teóricamente, una fase de crecimiento económico debería haber servido para alimentar la confianza en el sistema, disminuyendo las desigualdades sociales y generando empleo de calidad, alumbrando la aparición de líderes con autoridad entre las masas, creando un escenario de estabilidad política y confianza en el futuro. Nada de esto ha sucedido en la fase de crecimiento actual, marcado por la inestabilidad política, el ascenso de la lucha de clases, el empobrecimiento del mundo, los conflictos interimperialistas, la guerra de Iraq y las revolución en América Latina.

Debilidades estructurales que el crecimiento

no es capaz corregir

El actual crecimiento económico no ha resuelto ninguna de los desequilibrios más acuciantes del sistema. En ningún caso ha recuperado las tasas de crecimiento de la posguerra y tampoco ha reducido significativamente el paro. En cambio, el carácter especulativo y parasitario de los capitales se ha acentuado.

En un reciente informe de septiembre de 2005, el FMI advertía que “a pesar del fuerte crecimiento de los beneficios empresariales, la inversión se ha comportado generalmente débil”, aconsejando un cambio de estrategía: “hasta ahora el crecimiento mundial se ha sostenido en el crecimiento del consumo, pero es tiempo de cambiar del crecimiento basado en el consumo al crecimiento basado en la inversión”. Los datos acerca de la contracción de la inversión productiva son claros:

Distribución de la Inversión Extranjera Directa

Sector 1990 2002

· Primario 9% 6%

· Manufacturero 42% 34%

· Servicios 49% 60%

Sus consecuencias perniciosas, haciendo que la base fundamental sobre la que se asienta la economía no sea el fortalecimiento del sector industrial, único capaz de generar nueva riqueza material en la sociedad, que tanto preocupan al FMI, no parece importar mucho a los capitalistas individuales. Estos últimos, no piensan en los intereses del conjunto del sistema o en como sus acciones afectan a su viabilidad futura, sino en la obtención del mayor beneficio posible en el plazo de tiempo más corto.

La crisis de sobreproducción que sufre el capitalismo, hace que los capitalistas no orienten sus inversiones a desarrollar nuevas fuerzas productivas, equipamiento industrial, nuevas fábricas, sino a la especulación en bolsa, bienes inmuebles, compra de arte, etc. Buena prueba de ello son los cinco billones de dólares que diariamente se mueven en transacciones de carácter especulativo, o el carácter que ha alcanzado el mercado de subastas de obras de arte. Si en 1994 durante una buena jornada se movían 12,7 millones de euros en la afamada casa de subastas Christie’s, en 2004 la suma alcanzó la friolera de 85 millones de euros ¡14.161 millones de las antiguas pesetas!

Economías que registran crecimientos por encima de los tres puntos, como EEUU o el Estado español, dependen fundamentalmente de dos factores: el boom constructor y el endeudamiento colosal de las familias. Con tasas de ahorro negativas y la riqueza nacional comprometida en montañas de hipotecas, cualquier desaceleración del crecimiento mundial, cualquier caída sensible en las tasas de empleo, llevaría a la ruina generalizada a millones de familias.

Si miramos a la economía más poderosa del planeta, concluiremos que el capitalismo estadounidense descansa sobre arenas movedizas. Su dependencia del consumo doméstico y por tanto del crédito es tal, que su PIB nacional se sostiene en dos terceras partes por el consumo. Es decir, EEUU que en 2004 absorbió el 16,5% de las importaciones mundiales, condiciona de manera determinante lo que ocurra en el conjunto de la economía. ¿Durante cuánto tiempo más serán posibles las actuales cifras de crecimiento si las familias estadounidenses tienen deudas que superan los diez billones de dólares? El crédito como explicaba Marx, es pan para hoy y hambre para mañana. No se puede gastar de forma permanente más de lo que se ingresa, finalmente habrá que hacer frente a las deudas. EEUU ha pasado de ser el mayor acreedor del mundo en las décadas de postguerra, a ser el mayor deudor, con una deuda pública y privada que supera el 150% del PNB. ¿Cuánto más se podrá sostener esta situación?

Para añadir más incertidumbre a las perspectivas económicas, a la ya vieja y conocida burbuja especulativa de la bolsa, le ha salido una potente competidora: la burbuja inmobiliaria. Un informe de The Economist señalaba este pasado verano que el actual “boom inmobiliario mundial es la mayor burbuja financiera de la historia”, añadiendo que la forma en que llegue a su fin “podría marcar el curso que seguirá la economía del mundo en los próximos años”. Grandes fortunas han crecido al calor de la subida del precio de la vivienda. Pero la cuestión central es que la ganancia obtenida por la compra-venta especulativa de inmuebles, a diferencia de lo que ocurre cuando el capital se invierte en la industria y produce una mercancía, no tiene un reflejo material en la economía real. ¿Se ha creado riqueza nueva? ¿Se ha producido e introducido algún nuevo bien en el mercado? No. La experiencia del estallido de la burbuja inmobiliaria japonesa en 1991, cuando los precios del metro cuadrado cayeron alrededor del 50%, pero no así la cuantía de créditos e hipotecas contraídos por familias y bancos, se recuerda en la prensa económica de forma frecuente en los últimos tiempos. En Japón los precios de la vivienda han sufrido una bajada durante doce años consecutivos, y la borrachera especulativa, provocó un crac bancario de grandes proporciones y más de diez años de recesión ininterrumpidos.

Los nubarrones en la economía mundial también se han ampliado alimentados por el incremento de los precios del petróleo y la aparición de nuevos competidores, como China, que vuelcan sus mercancías a bajo coste en cualquier rincón del planeta.

Lucha de clases

Unos reglones más arriba nos referíamos al crecimiento económico de América Latina, que en términos generales ha superado el 4% en 2004. Pero si miramos la realidad más de cerca, este modelo de crecimiento capitalista ha sido la receta para una explosión de la lucha de clases. Argentina, Ecuador, Brasil, Perú, Uruguay, Panamá, Bolivia, Venezuela... todos estos países han sido sacudidos por insurrecciones, levantamientos, huelgas generales o por procesos revolucionarios. La clase obrera vuelve a poner enérgicamente su sello en estos acontecimientos, liderando el movimiento de las masas. De esta manera, los planes de la burguesía mundial para acelerar la acumulación de capital se ven obstaculizados por la lucha de clases, un factor que nunca se contempla en los manuales de economía política que se enseñan en las universidades, pero que en la práctica se convierte en un factor económico decisivo. Quién duda a estas alturas de que la heroica resistencia iraquí está siendo clave en los procesos económicos y políticos en EEUU. Con la perspectiva de una guerra triunfante, como la de 1991, el gobierno Bush se lanzó a la invasión. Pero la oposición y la combatividad de las masas en Iraq ha dado al traste con estos planes, convirtiendo lo que iba a ser un rentable negocio en una dudosa aventura cuyas pérdidas se cifran ya en miles de millones de dólares y, más importante aún, cuyos efectos sobre la conciencia de la juventud y clase obrera estadounidense ya se dejan notar. La emblemática huelga ilegal del transporte de Nueva York, corazón del capitalismo mundial, es un destacado anticipo de lo que puede significar la puesta en pie de la clase obrera de la mayor potencia imperialista.

Cuando la burguesía europea fijó los objetivos económicos de Maastricht olvidó incluir en la ecuación el factor de la lucha de clases. Y, si bien es cierto, que los trabajadores europeos han sufrido dolorosos retrocesos en sus condiciones de vida, no lo es menos, que los planes de los capitalistas eran mucho más ambiciosos: importar el modelo estadounidense. Huelgas y manifestaciones han dificultado, por el momento, la aplicación plena de sus propósitos y han dado al traste a proyectos estratégicos como el de la Constitución Europea.

La crisis orgánica del capitalismo, sus contradicciones y debilidades económicas, tienen ya un claro reflejo en la conciencia de las masas, haciendo que sectores cada vez más amplios empiecen a cuestionarse si este es el mejor sistema posible. Y ello, a pesar de vivir una etapa de relativo crecimiento económico. La aportación más valiosa que los marxistas podemos hacer es apoyarnos en esta realidad material que a millones de trabajadores, jóvenes, campesinos y parados les toca vivir, para reivindicar no sólo la decadencia o injusticia del capitalismo, sino la posibilidad de su transformación socialista.


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