El Ejército Rojo[1]
León Trotsky
13 de marzo de 1934


El así llamado curso de los acontecimientos, es decir el factor impersonal que en cualquier emergencia permite a los políticos que ocupan cargos de responsabilidad procurarse una coartada, está evidentemente arrastrando a la humanidad a una nueva guerra. Se vislumbran con ominosa claridad dos lugares en los que puede estallar la guerra: el Lejano Oriente y Europa Central. Con cualquiera de las dos variantes que, de paso, se pueden combinar fácilmente, la Unión Sovié­tica se verá inevitablemente arrastrada al torbellino de los acontecimientos. Esta perspectiva le plantea el siguiente interrogante a todo individuo que reflexiona: ¿qué es el Ejército Rojo? A la vez, demasiado a menudo las pasiones políticas y la publicidad tendenciosa convirtieron este interrogante en un enigma insoluble.

El autor de estas líneas participó muy directamente en la construcción y el entrenamiento del Ejército Rojo durante sus cinco primeros años de existencia; en el transcurso de los cuatro años siguientes siguió su evolución personalmente o a través de su acceso a fuentes originales; en los últimos cinco años -durante su exilio- sólo pudo estar al tanto de su desarrollo como atento lector. No hace falta recordar que el for­zado exilio del autor está íntimamente ligado a su actitud sumamente crítica hacia la política del actual sector gobernante de la burocracia soviética.

Sin pretender de ninguna manera imponer al lector sus propias conclusiones y apreciaciones, el autor desea, antes que nada, proporcionarle un breve pano­rama de los fundamentales elementos sicológicos y materiales del problema y algunos criterios generales que le permitirán discernir tras los velos del enigma la verdadera esencia del Ejército Rojo.

Excluyendo a los soldados de edad menor a la requerida para la conscripción -los de diecinueve y veinte años-, en el Ejército Rojo revistan diecinueve clases, entre los veintiuno y los cuarenta años; el térmi­no del servicio activo es de cinco años, con catorce años de servicio de reserva de primera y segunda clase. Esto significa que hoy están sujetos al servicio militar los cuatro grupos más jóvenes de la época de la guerra imperialista, los tres grupos más jóvenes del período de la Guerra Civil -un numero mayor aun, ya que la ju­ventud de veinte y diecinueve años era convocada a menudo, para prestar el servicio- y doce grupos que recibieron o reciben su entrenamiento en época de paz.

Hoy la población de la URSS asciende a cerca de ciento setenta millones de personas, con un promedio de crecimiento anual de tres millones. Cada conscrip­ción incluye a un millón trescientos mil hombres. Con el más estricto examen físico y político, no quedan eliminados más de cuatrocientos mil. En consecuencia, un ejército activo con dos años de servicio superaría los dos millones de hombres. Pero ninguna economía nacional puede soportar esa carga en las condiciones modernas de la tecnología militar.

Desde el comienzo el gobierno soviético trató de implantar un sistema de milicias territoriales. Ya en el Octavo Congreso del Partido Bolchevique, en la primavera de 1919, se aprobó una reglamentación en base a un informe presentado por el autor de este artículo que decía: "Lograremos el mejor ejército posible creándolo en base al servicio militar obligatorio para los obreros y campesinos, que se realizará en las condiciones más afines a su rutina diaria de trabajo. La recuperación general de la industria, el avance de la colectivización y de la productividad del trabajo agrícola crearán las condiciones más sanas para el ejército, cuyos regimien­tos y divisiones se corresponderán con las fábricas, los distritos, etcétera... Pretendemos precisamente lograr ese tipo de ejército y más tarde o más temprano lo obtendremos."

Pero la milicia en su forma pura tiene su talón de Aquiles. Se necesitan semanas o incluso meses para movilizar al ejército territorial. Durante ese período crítico hay que proteger las fronteras del país. Así, la correlación entre un sistema de milicias territoriales con un ejército permanente está determinada por la situación de un país cuyas distantes y dilatadas fron­teras están a diez mil kilómetros de distancia unas de las otras. La proporción en que estos dos sistemas se complementan mutuamente no se logró de inmediato y continúa cambiando al compás del avance de la tecnología y de la experiencia.

El ejército permanente zarista, que comprendía un millón trescientos mil hombres, la mayoría de ellos analfabetos y muy mal equipados, se disolvió total­mente en los dieciocho millones de reclutas movilizados durante la guerra. La ininterrumpida serie de derrotas y posteriormente las dos revoluciones de 1917 barrieron este ejército de la faz de la tierra. Los soviets tuvieron que construirlo nuevamente. El Ejército Rojo, que comenzó con cien mil hombres, en el transcurso de la Guerra Civil pasó a contar con cinco millones. El Ejér­cito Rojo permanente, o de cuadros, se formó precisamente a partir de aquel ejército profesional, aunque considerablemente reducido. Hoy asciende a quinien­tos sesenta y dos mil personas; junto con las tropas de la GPU son seiscientos veinte mil soldados y cuaren­ta mil oficiales. Las restricciones se dictaron con el objetivo de que el ejército, manteniendo plenamente sus funciones de eje de la defensa militar, pudiera ulteriormente expandirse al máximo. Así, en épocas de paz una división de infantería cuenta sólo con seis o siete mil hombres, un tercio de su número en épocas de guerra. Pero precisamente por esta razón el Ejército Rojo no puede absorber más de doscientos sesenta mil soldados, que cumplen dos años de servicio si están en la infantería y cuatro si están en la marina. El promedio de más de seiscientos mil reclutas tendría que ser totalmente absorbido por las tropas territoriales, cuyo período de entrenamiento abarca entre ocho y once meses. Pero las milicias también necesitan cuadros profesionales, alrededor de mil quinientos hombres para una división de fusileros, es decir menos del diez por ciento de la fuerza de las épocas de guerra. Para absorber toda la masa de material humano disponible, solamente para las divisiones territoriales se necesi­tarían más hombres que los que dispone actualmente el ejército -seiscientos veinte mil-, con lo cual el país se vería privado nuevamente de su defensa militar. Por esa razón se establecen los cuadros de los cuerpos territoriales de modo que absorban, anualmente, poco más de doscientos mil hombres. Los restantes trescientos o cuatrocientos mil jóvenes tienen que hacer su entrenamiento militar bajo la supervisión de estos mismos cuadros, pero fuera de las filas del ejército regular, en batallones y regimientos de entrenamiento totalmente improvisados.

Hasta ahora esta última categoría de conscriptos estaba lejos de recibir el entrenamiento exigido de seis meses, que sólo muy recientemente se logró cumplir. Además, los jóvenes de diecinueve y veinte años reci­ben el entrenamiento llamado de preconscripción, que generalmente es de dos meses, fuera de las filas del ejército regular. Quedan por mencionar los ejerci­cios de campo, que entrenan a la población civil -tam­bién a las mujeres- en las actividades de la industria química bélica y en los deportes militares, en rápida expansión. En este terreno es muy importante la organización pública Ossoaviokhim [Amigos de la Defensa], que cuenta con doce millones de miembros. Los elementos básicos del complejo y, en cierta medida, ecléc­tico sistema son el entrenamiento de preconscripción, los ejercicios de campo, el entrenamiento militar fuera de los cuerpos territoriales y el ejército regular. En el otoño, cuando se juntan las fuerzas efectivas alternadas de las divisiones territoriales y se efectúan los ejercicios de campo, están bajo banderas alrededor de un millón y medio de hombres.

Hacer un análisis detallado del Ejército Rojo, rama por rama, significaría llenar este artículo de cifras apro­ximadas que se pueden obtener sin demasiada dificul­tad consultando material de referencia bastante acce­sible. La estructura general de las distintas ramas militares está determinada mucho más directamente por la tecnología militar que por las características del régi­men social. Una división del ejército soviético se aseme­ja mucho al tipo de división desarrollado en los ejércitos avanzados de todo el mundo, después de la guerra. Tal vez, no esté de más señalar que la fuerza numérica del Ejército Rojo en épocas de paz es, en cierta medida, elástica. Si hay necesidad, el comisariado de guerra tiene derecho a mantener a los soldados en servicio por un período adicional de cuatro meses. En general, el carácter ecléctico del sistema permite reforzar los sectores amenazados sin transgredir los límites de las épocas de paz. Por eso, no habría que sorprenderse si trascendiera que, después de fortificar las fronteras con Amur o las inmediaciones de un ferrocarril, el departamento de guerra creara unidades militares especiales para defender las posiciones fortificadas.

En cuanto al tamaño probable de un ejército para épocas de guerra, lo más que se puede dar son datos de orientación general. En sus estimaciones más recientes el estado mayor soviético tomó como punto de referencia una Alemania desarmada y más o menos amistosa. Desde el punto de vista geográfico, únicamente, había y hay pocas probabilidades de que apa­rezcan tropas inglesas o francesas en el escenario ruso de la guerra. En consecuencia, el golpe de Occidente sólo se puede dar a través de los vecinos directos de la URSS -Rumania, Polonia, Lituania, Letonia, Estonia y Finlandia-, con el apoyo material de enemigos mucho más poderosos. En el período inicial de la guerra las naciones fronterizas sólo podían reunir ciento veinte divisiones de infantería. Fijando hipotéticamente la fuerza numérica de los ejércitos enemigos en tres millo­nes quinientos mil hombres, el plan de movilización del Ejército Rojo tendría que establecer para la frontera occidental un ejército inicial de aproximadamente cuatro millones de hombres. Para un solo año de guerra se necesitan setecientos cincuenta hombres por cada mil soldados que están en el frente para cubrir las bajas. Dos años de guerra sacarían del país a diez millo­nes de hombres sin tomar en cuenta a los que vuelven al frente de los hospitales.

Estas cifras, que hasta ahora fueron muy condicio­nales, hoy flotan, en cierto modo, en el ambiente. Alemania se está armando febrilmente, en primer lugar, contra la URSS. Por otra parte, los estados fron­terizos de segundo y tercer orden, aunque mantienen en general una actitud vacilante, tratan de asegurarse por partida doble acercándose también a su vecino oriental. Pero si hasta ahora los viejos cálculos mantie­nen algún interés, hay que abrir un gran signo de inte­rrogación respecto a nuevas estimaciones. En lo que hace a la frontera con el Lejano Oriente, por lo menos en los próximos dos o tres años se podrían ver involu­crados en la lucha cientos de miles de hombres, no millones, debido a las características especiales del escenario de la guerra. El carácter combinado de su sistema militar resulta en la heterogeneidad cualitativa de los elementos componentes del Ejército Rojo y en su reserva de muchos millones de hombres. Sin embargo, en sí mismo este hecho no entraña ningún peligro; un ejército en acción es como una gran cinta transpor­tadora que empuja gradualmente material semitermi­nado y lo perfecciona en el camino. De todos modos hay algo indudable: los límites de la capacidad de movi­lización de la URSS no están determinados por los recursos humanos sino por los técnicos.

Entre 1928 y 1933 el presupuesto oficial del ejército y la armada aumentó de setecientos cuarenta y cuatro millones de rublos a mil cuatrocientos cincuenta mi­llones, es decir, casi al doble. Estas cifras no incluyen los gastos que recaen sobre las organizaciones soviéti­cas locales y nacionales, el Ossoaviokhim por ejemplo. En cuanto a los depósitos de capital para las industrias de guerra, están incluidos en los cálculos del Comisa­riado Económico Nacional y no en los del Departamento de Guerra.

Los índices relativos a la industria soviética son de conocimiento público en el mundo civilizado. Es cierto que las cifras de crecimiento que apabullan la imagina­ción chocan más de una vez con la objeción de que la desproporción entre las distintas ramas de la economía nacional reduce, en gran medida, el coeficiente de fun­cionamiento efectivo de los nuevos gigantes industria­les. El autor no tiene la menor intención de subestimar estas críticas, ya que él mismo las planteó más de una vez contra los excesos de los optimistas cálculos ofi­ciales. Pero en relación con el problema que nos intere­sa ahora ese argumento presenta serias limitaciones. En primer lugar, la ley predominante, actualmente, en la economía del mundo entero es la del profundo dese­quilibrio en todas las proporciones, tanto internas como internacionales. En segundo lugar, el problema general del equilibrio de la economía nacional en tiempos de paz pierde gran parte de su vigencia cuando se lo con­templa desde la perspectiva de las necesidades milita­res. La movilización, que se impone desde arriba en la vida económica nacional y forzosamente la subordina, representa por si misma una perturbación organizada de todas las proporciones de la época de paz. De cual­quier modo, la centralización estatal significará una tremenda ventaja para los propósitos de la guerra, que contrapesará de lejos las desproporciones coyunturales e incluso orgánicas de la economía nacional. Al concen­trar en sus manos los planes económicos y militares, el gobierno soviético tiene, además, ilimitadas oportu­nidades de adecuar a tiempo el equipo de las empresas más importantes a las necesidades de la futura milita­rización.

Para evaluar los esfuerzos industriales-militares del poder soviético en estos últimos años podemos tomar el anuncio de Stalin de que el Primer Plan Quinquenal no se cumplió en un cien por ciento sino en un noventa y cuatro por ciento. Esto se debió fundamentalmente a la forzada transferencia de la producción para épocas de paz de considerable cantidad de fábricas a los objetivos militares. Se puede poner en duda el balance oficial del plan quinquenal -"noventa y cuatro por cien­to"-, y así lo hizo el autor de estas líneas. Pero acá nos interesa otro aspecto de la cuestión. Stalin considera posible evaluar públicamente las pérdidas producidas por la adaptación de las fábricas a las necesidades militares en un seis por ciento del producto bruto. Esto nos proporciona una idea indirecta pero muy clara de los esfuerzos adicionales que se hicieron en función de la defensa; el seis por ciento equivale aproximadamente a seis mil millones de rublos, suma cuatro veces mayor que el presupuesto anual específico del Ejército Rojo.

Ya antes de 1932 se lograron grandes éxitos en lo que hace al requipamiento de la artillería del ejército durante estos últimos dos años los principales esfuer­zos se orientaron hacia la producción de camiones, autos blindados, tanques y aeroplanos. En lo que se refiere a la construcción de tanques, podemos tomar como punto de partida los datos relativos a la produc­ción de tractores, que son también muy importantes para el ejército. Comenzando prácticamente de cero, la producción de tractores dio un salto gigantesco durante el Primer Plan Quinquenal. A comienzos del presente año había ya en el país más de doscientos mil tractores; la producción anual de las fábricas excede las cuarenta mil unidades. La producción de tanques siguió un curso paralelo, alcanzándose un nivel impresionante, como se evidencia en los desfiles y maniobras militares oficiales. Los planes de movilización del Ejército Rojo se basan en la necesidad de treinta a cuarenta y cinco tanques por kilómetro en el frente activo. Según las declaraciones de Voroshilov,[2] comisario del pueblo del ejército y la armada, "contamos con número sufi­ciente de tanques totalmente modernos". No vemos motivo para poner en duda la veracidad de este anun­cio.

Es bien sabido que, como consecuencia de la Guerra Mundial, la armada quedó reducida a proporciones más que modestas. De quinientas dieciocho mil tone­ladas que existían en 1917, en 1923 no quedaban más que ochenta y dos mil. Y todavía ahora, la armada -si bien logró llegar a las ciento cuarenta mil toneladas- sólo puede aspirar a jugar un rol auxiliar en la defensa de las fronteras marítimas. Sin embargo, la industria de guerra está realizando considerables esfuerzos para fortalecer algunas ramas de la flota, fundamentalmente los submarinos.

La importancia de la aviación es muchísimo mayor. Durante la Guerra Civil el Ejército Rojo tenía a su servi­cio unos trescientos aviones, muy anticuados y desgas­tados. Hubo que comenzar la construcción de la indus­tria aérea prácticamente desde la nada, fundamentalmente con ayuda de la tecnología y los ingenieros alemanes. En 1932 se producía, tanto para la aviación militar como para la civil, alrededor de dos mil trescien­tos aviones y cuatro mil motores. Indudablemente, en 1933 se superó ampliamente esta cifra. Según el cable publicado en el oficioso Le Temps, muy poco afecto a dirigir alabanzas a la URSS, la delegación de técnicos franceses que el otoño pasado acompañó al ministro de aviación Cot quedó "asombrada y entusiasmada" por los éxitos logrados.

Los especialistas franceses tuvieron la oportunidad de convencerse de que el Ejército Rojo estaba produ­ciendo bombarderos pesados con un radio de acción de mil doscientos kilómetros; en el caso de una guerra con el Lejano Oriente todos los centros políticos y militares de Japón podrán ser atacados desde las provin­cias marítimas. Ya en marzo el Daily Mail de Londres afirmaba que en la URSS se producía un bombardero pesado por día y que se habían tomado medidas para garantizar la construcción de hasta diez mil aeroplanos por año. No hace falta explicar que este artículo se publicó teniendo en cuenta la política interna de Gran Bretaña. Pero no vemos nada de fantástico en las cifras del Daily Mail. La rama más atrasada de la aviación es la naval, donde todavía predominan los modelos ex­tranjeros. Pero también aquí se lograron considerables avances en el último período.

En su informe a la Comisión de Desarme de la Liga de las Naciones, el gobierno soviético especificó que su ejército contaba, al 1° de enero de 1932, con sete­cientos cincuenta aviones. Tomando esta cifra mínima -que no puede ser exagerada-, y partiendo de que durante los últimos tres años el coeficiente de cre­cimiento de la aviación superó considerablemente el coeficiente establecido por Voroshilov para la tecnolo­gía de guerra en su conjunto, el doscientos por ciento, no es muy difícil sacar la conclusión de que hoy hay más de dos mil quinientos aeroplanos en actividad, en el ejército y la armada. De cualquier manera, la potencia productiva de la industria de la aviación soviética es inmensamente mayor que la de Japón.

La aviación está indisolublemente ligada a la quími­ca, rama industrial que prácticamente no existía en la Rusia zarista. Durante el Primer Plan Quinquenal se invirtió en esta industria mil quinientos millones. El año pasado se evaluó el monto bruto de productos quí­micos en mil setecientos cincuenta millones de rublos. En comparación con la época zarista la producción de ácido sulfúrico aumentó cinco veces y la producción de superfosfatos veinticinco veces.

No es un secreto para nadie que el gobierno sovié­tico -casualmente junto con todos los demás gobiernos del mundo- no pensó ni por un momento en hacer caso a las reiteradas intenciones de ilegalizar la produc­ción química bélica. Desde 1921 funcionan sistemática­mente los primeros laboratorios soviéticos productores de gases venenosos y otras sustancias, aprovechando la información internacional cada vez más difundida y la asistencia de calificados especialistas. Este trabajo no se detuvo un solo día. Es difícil aventurar pronósti­cos sobre esta actividad tan secreta y peligrosa. Sin pecar contra la cautela creo posible afirmar que el Ejército Rojo está mejor equipado, o por lo menos no peor, que cualquier ejército avanzado de Occidente contra todo tipo de sorpresa catastrófica al nivel de la producción química bélica, y lo mismo podemos decir de la bacteriológica.

Sin embargo, los datos referentes a los notables avances cuantitativos en la producción de artillería, fusiles automáticos, automóviles, tanques y aeroplanos exigen que se responda un interrogante complemen­tario: ¿de qué calidad es la producción militar? Es del dominio público que las cifras industriales récord a menudo se alcanzaron a costa del empobrecimiento de las manufacturas soviéticas. En el último congreso del partido, Tujachevski,[3] uno de los comandantes del Ejército Rojo que más atención presta a las com­plejas exigencias de la tecnología científica, habló muy cautelosamente pero con mucha decisión al criticar la producción en serie.

La afirmación del Daily Mail de que los aeroplanos militares soviéticos son superiores a los ingleses con­tradice directamente las recientes afirmaciones no sólo de Tujachevski sino también de Voroshilov. Hay que aclarar que es un hecho irrebatible que la máquina aérea soviética todavía está muy atrás de los mejores tipos occidentales.

Para eliminar tanto las exageraciones negativas como las positivas en el problema referente a la calidad de la tecnología soviética, no podemos dejar de tomar en cuenta algunas consideraciones de carácter general. Durante el Primer Plan Quinquenal y en gran medida también ahora, la atención de los círculos gobernantes soviéticos se concentró y se concentra en aquellas ramas de la industria que producen medios de produc­ción. En esta esfera tanto los avances cuantitativos como los cualitativos son muy superiores a los que se lograron en la producción de bienes de consumo. Aunque parezca imposible, en la URSS se fabrican mejores turbinas y transformadores que zapatos y mesas de madera. Como regla general, el telar es supe­rior a la tela que se elabora con él. En el régimen capitalista, la presión que ejercen los consumidores sobre los empresarios a través del mercado asegura la calidad de los productos esenciales. En la economía plani­ficada sólo se puede remplazar la competencia por el control organizado ejercido por los consumidores. La función del control de masas se ve excesivamente debilitada por la dictadura de hecho de la burocracia soviética, que incluye a los trusts. La pobrísima calidad de los productos esenciales indica qué lejos está toda­vía el régimen soviético de la realización de los ob­jetivos esenciales que se plantea. Tarde o temprano, la lucha de la población por mejorar la calidad de los bienes se dirigirá contra la dominación de la incontrola­da burocracia. Pero ya ahora es satisfactoria la calidad de los productos en los casos en que los clientes, si no los consumidores, constituyen el grupo influyente de la propia burocracia, en los casos en que los trusts no trabajan para los consumidores sino para otros trusts y en consecuencia el cumplimiento de las órdenes está sujeto a determinadas condiciones. Y no hay duda de que el Departamento de Guerra es el cliente más influ­yente. No hay que sorprenderse entonces de que la calidad de las máquinas de destrucción sea superior a la de los bienes de consumo y también a la de los medios de producción.

Por asombroso que pueda parecer, he aquí cómo son las cosas: en este momento el punto débil en el equipamiento del Ejército Rojo no son los fusiles, las municiones, los tanques, los aeroplanos o los gases, sino los caballos. Paralelamente a la tempestuosa industrialización y a la febril construcción de tracto­res, el número de caballos del país cayó de los treinta y tres millones y medio que había en 1928 a los dieciséis millones seiscientos mil que hay en la actualidad, exactamente la mitad. La culpa de este golpe a la economía nacional recae totalmente sobre la impreme­ditada e improvisada política que se aplicó en la colec­tivización de las haciendas campesinas. La pérdida de los diecisiete millones de caballos no ha sido cubierta ni de lejos todavía con la existencia de aproximada­mente doscientos mil tractores que producen un total de tres millones cien mil caballos de fuerza. Al mismo tiempo, en los ejércitos modernos la demanda de caballos sigue inconmovible, pese a la motorización del transporte y del equipo militar; hoy, como en la época de Napoleón, hace falta un caballo cada tres soldados. Estos últimos años, después de aprender a producir en el país motores aéreos y magnetos, el gobierno soviético se vio obligado a comprar en el extranjero los caballos para el ejército.

Pero por onerosa que pueda ser la decadencia de la cría de caballos para la economía nacional, sería erróneo sobrestimar la influencia de este factor en el curso de una posible guerra, especialmente en el Este. Un ejército de campo de un millón de soldados exigiría trescientos mil caballos. De todos modos este número está garantizado, además de una cantidad subsidiaria necesaria para cubrir las pérdidas. A esto hay que agregar que el gobierno, aunque con considerable retraso, tomó una serie de medidas destinadas a restaurar la provisión de caballos.

Sin embargo, la cuestión no se reduce solamente a los caballos. Durante el mismo período y por las mismas razones el país soportó una reducción igualmente seria de ganado grande y pequeño y sufrió una extrema escasez de alimentos. Esto llevó a deducciones apresuradas, publicadas frecuentemente en la prensa mundial, sobre la total incapacidad de los soviets de librar aunque sea una guerra defensiva. No caben dudas de que la actitud extremadamente dócil de la diplomacia soviética hacia el Japón en el otoño del año pasado estuvo determinada, entre otras cosas, por la escasez de alimentos. Sin embargo, como se demos­tró el mismo año pasado, la gravedad de esta crisis se debió en gran medida a circunstancias coyunturales. Una sola buena cosecha elevó inmediatamente el nivel de subsistencia del país.

Pero incluso en el caso de que la cosecha sea pobre, el gobierno de un país con ciento setenta millones de habitantes y el monopolio del comercio de granos siempre podrá movilizar suficientes provisiones para el frente, por supuesto en detrimento del resto de la población; pero, en general; en el caso de que se declare una nueva gran guerra la población civil de todos los países no tiene otra perspectiva que la del hambre y los gases venenosos. De todos modos, la abundante cosecha permitió reaprovisionar considera­blemente las bases militares del Lejano Oriente. No hay razón para suponer que el Ejército Rojo pueda ser sorprendido sin provisiones.

En 1918 el Ejército Rojo reclutó alrededor de cincuenta mil oficiales zaristas, que constituían el cuarenta por ciento del cuerpo de mando, y alrededor de doscientos mil oficiales sin graduación que jugaron un rol muy importante en la Guerra Civil. Después de la conclusión victoriosa de la Guerra Civil, alrededor de ochenta mil oficiales pasaron a la reserva. Hoy, los ex oficiales zaristas, no constituyen ni el diez por ciento del Ejército Rojo. Les dejaron el lugar a los comandan­tes rojos, que pasaron por la revolución, las escuelas y academias militares soviéticas.

El partido, la Liga Juvenil Comunista, los sindica­tos, los organismos administrativos de la industria nacionalizada, las cooperativas, los koljoses y los sovjoses educan a innumerables cuadros de jóvenes administradores que se acostumbran a manejarse con masas de personas y bienes y a identificarse con el estado; ellos son una invalorable reserva para el cuerpo de mando. Otra reserva independiente la constituye el excelente entrenamiento previo a la cons­cripción que se imparte a la juventud estudiantil. Los estudiantes se enrolan en batallones, a veces regimien­tos, especiales al margen del ejército regular. En el caso de una movilización, se puede convertir a estos cuerpos de entrenamiento en escuelas preparatorias aceleradas para el cuerpo de mando. Todos los gra­duados de los institutos educacionales superiores deben cumplir nueve meses de servicio -en la marina y la fuerza aérea es un año- con las tropas de cuadros, y luego dan examen para obtener el grado de oficial de reserva. A los que terminaron la escuela secundaria se les permite rendir un examen similar después de un año de servicio -dos para la marina-. La proporción de esta reserva se puede estimar teniendo en cuenta que la cantidad de estudiantes de ambos sexos está próxima a los quinientos mil, de los que se gradúan anualmente unos cuarenta mil, y la cantidad de estu­diantes secundarios es de alrededor de siete millones.

Los oficiales jóvenes -sin graduación-, que ascienden a cien mil, se entrenan mientras cumplen el servicio regular con el grueso del Ejército Rojo, en un curso especial de nueve meses que se realiza en las escuelas de los regimientos. Surgen ciertas dificultades en la educación de los oficiales sin graduación para los cuerpos territoriales. Pero además de disponer de los cuadros militares voluntarios que ya han completado el servicio, el Comisariado de Guerra, apoyándose en una serie de organizaciones auxiliares, dispone de recursos suficientes para garantizar el entrenamiento amplio e intenso de los cuadros sin graduación, incluida la población estudiantil.

En la literatura de los oficiales exiliados, y también en parte, en los materiales militares extranjeros, se hizo costumbre referirse con cierto desprecio a la estrategia de la Guerra Civil. El autor, que durante tres años tuvo que dirigir la lucha cotidiana contra la falta de disciplina, el diletantismo y todas las formas de anarquía que acompañaron a la Guerra Civil, no tiene la menor tendencia a idealizar el nivel organizativo y funcional del Ejército Rojo en esos años difíciles. No hay que olvidar, sin embargo, que ésos fueron los años del gran bautismo histórico del ejército. Muchos soldados rasos, oficiales sin graduación, tenientes, se elevaron súbitamente sobre la masa, desplegaron todo su talento organizativo y su capacidad para la dirección militar y templaron sus ánimos en una lucha a gran escala. Estos autodidactas tuvieron que atacar y replegarse, infligieron y sufrieron derrotas, y final­mente triunfaron. Luego, los mejores de entre ellos estudiaron prolongada e intensamente. De los oficiales de rango superior, todos ellos protagonistas de la Guerra Civil, el ochenta por ciento se graduó en las academias o siguió cursos especiales de perfecciona­miento. Del cuerpo de comando más viejo, el cincuenta por ciento cursó estudios militares superiores y el resto secundarios. La teoría militar les permitió disciplinar sus mentes, pero no mató la audacia que adquirieron en las impetuosas maniobras de la Guerra Civil. Hoy esta generación tiene entre treinta y cinco y cuarenta años, la edad en que las fuerzas físicas y espirituales llegan al equilibrio, en que la osada iniciativa se inclina ante la experiencia pero todavía no resulta aplastada por ésta.

Un oficial rojo puede, después de ocho años de servicio, tener a su cargo un batallón, después de trece un regimiento y después de diecisiete una divi­sión. Estos plazos son más breves para los que se gradúan en las academias militares. La delegación francesa quedó asombrada por la juventud del cuerpo de mando de la aviación soviética; hay varios generales de la Fuerza Aérea que todavía no cumplieron treinta años. La promoción se alcanza únicamente por los méritos en el servicio; se eliminó totalmente la promo­ción basada en la antigüedad. Este sistema asegura no sólo el cuerpo de mando más joven del mundo sino la selección de los más capaces y activos de estos jóvenes.

En el Ejército Rojo, la mitad de los soldados y el setenta por ciento de los oficiales pertenecen al partido o a la Liga Juvenil Comunista. El comando superior está formado casi totalmente por miembros del partido. Es cierto que en el caso de una movilización el número de comunistas disminuiría considerablemente, pero no lo suficiente para conmover la estructura política del ejército. Hasta qué punto se puede considerar bolchevique o comunista al actual partido gobernante es otro problema. Pero el partido, tal como es, otorga al ejército una indiscutible unidad política.

Mientras los oficiales zaristas ocupaban el lugar principal en el comando, había que duplicarlos con comisarios políticos que gozaban de poderes irrestrictos. Hubo que tolerar este sistema de poder dual como un mal menor, ya que era necesario, antes que nada, que el comando se ganara la confianza del ejército revolucionario y que éste se unificara alrededor de la nueva doctrina. En su momento, Cromwell replicó lo siguiente a los pedantes que se referían despectivamente al entrenamiento militar de la mayoría de sus oficiales: "¡Conseguimos que sean buenos predicadores!" Y con sus comandantes artesanos y merca­deres aplastó a la oficialidad del rey. El Ejército Rojo, con su sistema de poder dual, no se las arregló con sus enemigos peor que Cromwell. Hoy, gracias a que los oficiales se han vuelto comunistas y los comunistas se hicieron oficiales, se pudo instituir el principio tan necesario de la dirección única. El oficial y el predi­cador son ahora una sola persona.

El ciego instinto de rebaño era el rasgo predomi­nante en el viejo soldado ruso, criado en las condiciones patriarcales del mundo de la aldea. Lo que Occidente llamaba, en parte como elogio y en parte como despre­cio, el "alma eslava" no era más que el reflejo del amorfo y bárbaro medievalismo ruso. El ejército "amante de Cristo", al que en una época, bajo el zaris­mo, se lo rodeó de un aura de omnipotencia, estaba impregnado hasta la médula de las tradiciones esclavis­tas. Hace mucho tiempo, bajo las condiciones de la Europa semifeudal, este ejército puede haber tenido sus méritos como ejemplar más acabado de un tipo universalmente predominante. Suvorov, el generalísimo de Catalina II y Pablo, era el amo indiscutido de un ejér­cito de esclavos serviles. La Gran Revolución Francesa liquidó para siempre el arte militar de la vieja Europa y de la Rusia zarista.

Es cierto que después de esa época el ejército zarista todavía pudo inscribir en su historia estupendas anexiones territoriales, pero ya no pudo vencer a los ejércitos de las naciones civilizadas. Fueron necesa­rias grandes derrotas e insurrecciones para remodelar el carácter nacional. Sólo sobre esta nueva base social y sicológica se pudo reconstituir el Ejército Rojo. El combatiente rojo se diferencia del soldado zarista mucho más que lo que el soldado de Napoleón se dife­renciaba del borbónico. El culto a la pasividad y a la sumisión servil ante los obstáculos fue suplantado por el culto a la audacia social y política y al norteamerica­nismo tecnológico. Del alma eslava no quedan más que recuerdos literarios.

La despierta energía nacional se manifiesta en las cosas grandes y en las pequeñas, y antes que nada en el avance cultural. El insignificante porcentaje de reclutas analfabetos declina constantemente; de las filas del Ejército Rojo no sale un solo analfabeto. Dentro y fuera del ejército se observa un tempestuoso desarrollo de todos los deportes. Durante el presente año, sólo en Moscú, cincuenta mil personas que se desempeñan en oficios y escuelas civiles recibieron medallas por los récords que batieron. En el ejército se cultiva cada vez más el esquí, de inestimable importancia militar por las condiciones climáticas. La juventud está logrando grandes éxitos en el paracaidismo, planeamiento y aviación. Se recuerdan muy bien los éxitos soviéticos en el vuelo en la estratosfera. Estos récords sirven para caracterizar el cúmulo de conquistas.

A fin de comprender la fortaleza del Ejército Rojo no hace falta idealizar en lo más mínimo la realidad. Lo menos que se puede decir es que es demasiado pronto para hablar de la prosperidad de los pueblos de la Unión Soviética. Todavía hay demasiada necesidad, miseria e injusticia y, en consecuencia, descontento. Pero la idea de que las masas nacionales soviéticas esperan la ayuda de los ejércitos del Mikado o de Hitler es delirante. Pese a todas las dificultades del régimen transicional, los lazos políticos y morales que unen a los pueblos de la Unión Soviética son suficientemente fuertes; de cualquier manera, son más fuertes que los que unen a sus probables enemigos. Todo lo que hemos dicho no significa que una guerra -aunque se gane- favorezca los intereses de la Unión Soviética. Por el contrario, la haría retroceder mucho. Pero la preservación de la paz depende, por lo menos, de dos elementos. Hay que tomar los hechos como son: no sólo no está excluida la perspectiva de una guerra sino que es casi inevitable. Cualquiera que sea capaz de leer el libro de la historia comprenderá que si la Revolución Rusa, cuya marea avanza desde hace casi treinta años -desde 1905-, se ve obligada a dirigir su poderosa corriente hacia el canal de la guerra se convertirá en una fuerza terrible y sorprendente.

[1] El Ejército Rojo. The Saturday Evening Post [El Correo de la Tarde del Sábado], 26 de mayo de 1934.

[2] Kliment Voroshilov (1881-1969): partidario del stalinismo desde la primera hora, fue miembro del Buró Político a partir de 1926 y presidente del Consejo Militar Revolucionario y comisario del pueblo de defensa de 1925 a 1940. Fue presidente de la URSS de 1953 a 1960.

[3] Mijail Tujachevski (1893-1937): destacado comandante militar en la Guerra Civil rusa, en 1933 fue designado mariscal de la URSS. En 1937, por Orden de Stalin, fue juzgado por un tribunal militar secreto y ejecutado bajo el cargo de traición. Después de la muerte de Stalin se lo exoneró de ese cargo.

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