El 27 de octubre se celebró la segunda vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas en las que Lula, candidato por el Partido de los Trabajadores (PT), cosechaba una victoria abrumadora frente a su oponente, José Serra, candidato del presidenteEl 27 de octubre se celebró la segunda vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas en las que Lula, candidato por el Partido de los Trabajadores (PT), cosechaba una victoria abrumadora frente a su oponente, José Serra, candidato del presidente saliente, Fernando Henrique Cardoso. Lula será oficialmente el presidente del país el 1 de enero de 2003 habiendo obtenido 53 millones de votos, el 61,2% de los votos válidos, el apoyo electoral más masivo de la historia del país. El segundo presidente más votado de la historia fue precisamente Cardoso, en las anteriores elecciones de 1998, con 34 millones de votos, el 53% de los votos válidos, hecho que subraya lo que ha sido un tremendo vuelco hacia la izquierda del electorado brasileño. Estos resultados revelan una profunda voluntad de cambio que impregna a la sociedad brasileña y un rotundo rechazo a la llamada política neoliberal practicada por Cardoso, que sólo ha favorecido al gran capital internacional y nacional, profundizando aún más la miseria que sufre la mayoría de la sociedad de ese inmenso país.

Sin duda estas elecciones significan un punto de inflexión en la situación política brasileña. Es la primera vez que un partido de la clase obrera, surgido al calor de la lucha de los trabajadores contra la dictadura a finales de los años 70 —particularmente de los metalúrgicos del cinturón industrial de Sao Paulo— gana las elecciones presidenciales en Brasil. El propio Lula es de extracción humilde y fue metalúrgico en una empresa del cinturón industrial paulista. Durante años, y en cada contienda electoral, la burguesía y sus poderosos medios de comunicación, han alimentado prejuicios sobre la “ignorancia” de Lula, sobre el hecho de no tener una carrera universitaria, sobre su “inexperiencia” en cuestiones de Estado, sobre su extracción pobre. La burguesía brasileña, que ha tenido históricamente una actitud hostil hacia el PT y hacia Lula —que refleja en el fondo el odio y el desprecio hacia los oprimidos—se ha empleado a fondo para alimentar un complejo de inferioridad entre los pobres en el sentido de que nunca una formación como el PT, encabezada por un ex metalúrgico, podría ganar unas elecciones presidenciales y dirigir la nación. En definitiva, ha tratado de evitar que los pobres sean conscientes de su auténtica fuerza, incluso en un terreno tan difícil como el electoral, especialmente en un país como Brasil. Por eso, la victoria del PT tiene un enorme significado político y merece el calificativo de histórica.

La otra cara de la misma moneda es la crisis política de la clase dominante que revelan estas elecciones. El empuje electoral de Cardoso, cuando ganó las elecciones de 1994, estaba enmarcado en la ola neoliberal que impregnaba Brasil y el mundo entero en aquel período. En Brasil, la década de los 90 fue de reflujo para el movimiento obrero, tras la explosión huelguística que caracterizó a toda la década de los 80 y que pudo haber desembocado en un proceso revolucionario abierto y triunfante. De una política económica basada en una fuerte intervención del Estado en la economía, una herencia de la política nacionalista de los años 50 y que persistió en cierta medida bajo la dictadura iniciada en 1964 e incluso en la denominada democratización, se pasó a la política de privatizaciones, de completa supeditación a los dictados del FMI, de precarización del mercado laboral y ataque a los derechos sociales conquistados por los trabajadores. Todos los partidos de la burguesía, incluso los que hicieron gala de un lenguaje más nacionalista, se apuntaron con entusiasmo al festín de la dilapidación de la industria pública. Se vendieron casi todas los sectores básicos de la economía nacional al capital extranjero. La actividad financiera especulativa ganaba terreno sobre la productiva. El flujo de capital extranjero, ansioso de beneficios rápidos, acudía en masa, sobre todo a partir de 1998, con la segunda victoria de Cardoso. La inflación se había reducido drásticamente y la economía crecía, éxitos que eclipsaban el hecho de que la deuda externa e interna aumentaran sin cesar. Los “excluidos” seguían como siempre o peor, una parte de las capas medias perdían drásticamente nivel de vida, pero los ricos hacían su agosto en una fiesta que parecía no tener fin. Pero la fiesta sí tuvo fin y la resaca es tremenda: mayor vulnerabilidad financiera, decrecimiento de la inversión extranjera, crisis económica, in-flación galopante y desempleo. Y en el terreno político, desprestigio de los partidos que conformaron el conglomerado de apoyo a la política de Cardoso.

Los encantos del neoliberalismo, que se presentó como el antídoto a todos los desequilibrios provocados por la intervención estatal en una economía capitalista, se fueron esfumando y el péndulo social, a una velocidad de vértigo, volvía a girar a la izquierda. La burguesía no tenía con qué ilusionar; la tarta del crecimiento, como siempre, fue devorada por los ricos antes de repartirla; y Serra, el candidato del Gobierno, enfrentado al papel de defender ocho años desastrosos para la mayor parte del pueblo brasileño, se llevó un tremendo varapalo electoral, quedando a 22,4 puntos porcentuales de Lula; una derrota, en realidad, de Cardoso y su política.

Un dato ilustrativo de la enorme transferencia de riqueza de los más pobres a los más ricos en el periodo de Cardoso: el gasto educativo representaba, en 1995, el 20,3% del total de los gastos corrientes y sólo el 8,9% en 2000. Mientras, el pago de los intereses de la deuda, que apenas llegaba al 24%, sobrepasa hoy el 55% (El País, 2-11-02).

Análisis interesado de la burguesía

Como en cualquier acontecimiento político importante, que tiene una repercusión en la conciencia de la población, y estas elecciones lo han tenido, los análisis de la burguesía son interesados. Tanto en la prensa internacional como en la española y brasileña se ha tratado de minimizar, e incluso negar, que la victoria de Lula en Brasil exprese la voluntad de millones de pobres de un cambio social profundo hacia la izquierda.

Esos análisis se basan en que la victoria del PT se ha producido no por un cambio político sustancial del electorado sino por un cambio sustancial de la política del PT, que efectivamente ha abandonado el discurso radical característico de sus orígenes por uno más moderado e incluso se ha presentado a estas elecciones presidenciales, rompiendo con su tradición, aliado a un partido de derechas, el Partido Liberal.

Un editorial del periódico O Estado de Sao Paulo (14-10-02) —influyente portavoz de los sectores más conservadores de la burguesía de Sao Paulo—, titulado significativamente Para que Lula entienda su victoria, constituye el prototipo del análisis que la clase dominante está lanzando a la opinión pública. Basándose en la opinión de diversos expertos, se afirma que “hay elementos de sobra para disipar la ilusión de que esta cosecha récord de votos recogidos por el PT se debe a un giro brusco del electorado nacional hacia la izquierda”. Según este análisis, en Brasil no se ha producido una “ola roja” sino una “ola racional” porque quien se ha movido del sitio “no fue el elector sino el PT”. Yendo un poco más lejos, el editorial apoya la tesis de otro experto que niega la idea de que “el éxito de Lula haya sido una manifestación de los excluidos”, poniendo como prueba que “la mayor parte de las clases altas, como la alta burocracia pública y empresarios, apoyaron a Lula”. Otro experto llega a decir que ni siquiera fue un voto de protesta. Los más cuidadosos destacan que la victoria del PT ha sido una “victoria de la democracia”.

No deja de sorprender el desparpajo con el que estos expertos mienten y se despreocupan de dar ningún dato que respalde sus afirmaciones. Viene muy a cuento recordar los resultados de una encuesta hecha en noviembre de 2000 por el Instituto Brasileño de Opinión y Encuestas (IBOPE), a instancias de la Patronal, en la que se preguntaba a la población su opinión sobre el socialismo. Sólo el hecho de realizar esta encuesta revela que la burguesía sospechaba hace ya dos años de la existencia de esa “ola roja” que ahora pretende negar. Los resultados fueron contundentes. A la pregunta “¿debería ser implantado el socialismo en Brasil?” un 50% de los encuestados respondió afirmativamente, frente a un 33% en contra. A la pregunta, aún más incisiva, “¿necesita Brasil una revolución socialista para resolver los problemas del país?” un 55% respondió afirmativamente frente a un 32% que expresó su disconformidad. Entre los encuestados que tenían una renta familiar entre una y dos veces el salario mínimo los partidarios de la revolución socialista ascendía al 58%. No podemos dejar de señalar que esta encuesta se hizo en un contexto en que ningún partido político con implantación de masas defiende en Brasil “una revolución socialista”.

Claro que ha habido una “ola roja”. Como dijimos en el artículo publicado el 10 de octubre, después de la primera vuelta, “las elecciones en Brasil hay que analizarlas dentro del contexto mundial y latinoamericano, donde las masas, en un país tras otro, de una manera u otra, más o menos conscientemente, rechazan el modelo de sociedad capitalista. La victoria del PT expresa, en el terreno electoral, la misma determinación de las masas de cambiar las cosas que en Argentina, Venezuela (...) a pesar de que en estos países el proceso se manifiesta ya de forma más virulenta”.

Decir que el voto al PT no ha sido una expresión de los “excluidos”, que no ha tenido un carácter de clase, es sencillamente una estupidez que no resiste el menor análisis. Pongamos algunos ejemplos. Sao Gonçalo es la segunda ciudad más importante del Estado de Río de Janeiro, con una composición social marcadamente proletaria, con un censo electoral de más de medio millón de votantes. En la segunda vuelta Lula obtuvo el 84% de los votos válidos, frente al 16% obtenido por Serra. En el municipio de Sao Bernardo do Campo, del cinturón industrial de Sao Paulo y cuna del PT, con un censo electoral de casi medio millón de votantes, Lula obtuvo el 69% de los votos, frente al 31% conseguido por Serra. En el sentido contrario, por ejemplo, en el distrito de Perdices de la ciudad de Sao Paulo, con un nivel de vida alto y con un censo electoral de menos de 200.000 votantes, la proporción se invierte: Serra obtiene el 61% de los votos, frente al 39% obtenido por Lula.

Explicar la victoria del PT por el apoyo electoral de las “clases altas” es pretender distorsionar el análisis de lo que realmente ha pasado. Otra cosa distinta es el apoyo de sectores de las capas medias y de la pequeña burguesía. El hecho de que una parte significativa de los votos de estos sectores haya ido para el PT es, en todo caso, un indicativo de que el giro a la izquierda en la sociedad brasileña es tan profundo que incluso afecta capas que tradicionalmente han sido la base electoral y social de la gran burguesía. El neoliberalismo ha afectado las condiciones de vida de estos sectores y buscan una alternativa a la izquierda. La actitud de las capas medias en Argentina, que incluso han llegado a jugar el papel de chispa del proceso revolucionario que vive el país, es un ejemplo claro de cómo es factible que el proletariado y sus partidos ganen a esos sectores para la causa de la revolución. La situación en Brasil no es tan distinta a la de su vecino.

Pactos con la burguesía

El PT no ha ganado ni por el giro socialdemócrata de su dirección ni por sus alianzas con la burguesía. Ha ganado porque la profunda crisis económica —que se ha acentuado en el año 2002—, social y política que vive el país ha provocado un vuelco social a la izquierda y ha encontrado una vía de expresión en un partido tradicional de la clase obrera brasileña, con raíces en el movimiento sindical, campesino y popular. De hecho, es difícil deslindar la historia del PT al de la Central Única de los Trabajadores (CUT, la más poderosa del país) y del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST). El voto al PT no es un respaldo a la moderación y a una alianza con un partido casi inexpresivo de la burguesía, como el PL, es un voto para un cambio profundo en las condiciones de vida de millones de familias.

Tratar de relacionar de forma mecánica la política de la dirección del PT con los sentimientos y voluntad de su base militante, social y electoral es sencillamente confundir las cosas, independientemente de que la gran mayoría de esa base, en estos momentos, confíe en su dirección.

Aunque parezca paradójico, podemos afirmar que el giro a la derecha en la dirección del PT es precisamente el reflejo de la enorme presión social, por abajo, hacia la izquierda. El eje fundamental de la campaña electoral del PT fue tratar de evitar que las mismas fuerzas que le han empujado a la victoria, esa “ola roja”, no desborde las limitaciones de un programa que no cuestiona el capitalismo. El PT podía haber ganado perfectamente sin una alianza con un sector de la burguesía y más aún después de ocho años en los que todos los partidos de la burguesía aparecen ante las masas como los responsables de su miseria. El único sentido que tiene la alianza con el PL es fabricar una excusa para decir: “hemos ganado gracias a un pacto con la burguesía, no podemos poner en práctica cambios que pongan en peligro la alianza que nos ha permitido llegar al poder”. Pero eso no refleja en absoluto la correlación real de fuerzas, que es, como nunca en la historia de Brasil, favorable a la clase trabajadora y a la revolución socialista.

La contradicción con la que se ha encontrado la dirección del PT es carecer de una alternativa revolucionaria, al mismo tiempo que situarse en el centro de las esperanzas de cambio de millones de trabajadores, campesinos, pobres y sectores amplios de la pequeña burguesía. Reivindicaciones tradicionales del PT, como la suspensión de la deuda externa y acabar con las privatizaciones y el latifundismo, que fueron abandonadas en la campaña electoral, podrían haber llevado a un proceso de enfrentamiento directo con el imperialismo, con la burguesía nacional y con los terratenientes, abriendo inmediatamente un proceso revolucionario. Esto es lo que han tratado de evitar.

El apoyo al PT de un sector de la burguesía, no sólo del PL, sino de figuras expresivas de la oligarquía tradicional, es una forma desperada, pero la única en estos momentos, de intentar salvar la situación. Habiendo quemado sus cartuchos durante los últimos ocho años, optaron por apoyar al PT, cuando su perspectiva de victoria era ya evidente, como una forma de intentar gobernar a través de él. No deja de ser sintomático de la profunda crisis de la burguesía el tener que intentar gobernar a través de un partido de la clase obrera.

Margen de maniobra

El programa de Lula tiene como eje central un gran pacto entre trabajadores y empresarios para sacar al país del atolladero. Promete al mismo tiempo mantener los compromisos externos con el FMI e incrementar los gastos sociales. Promete a los empresarios más competitividad para los productos brasileños y al mismo tiempo el incremento del Salario Mínimo. Promete equilibrio fiscal y un plan para acabar en cuatro años con el hambre, que afecta a 50 millones de personas (proyecto Hambre Cero) y la creación de 10 millones de puestos de trabajo. Sin embargo, la situación de la economía brasileña no da margen para una política reformista clásica —mejora gradual de las condiciones de vida bajo el capitalismo— ni para satisfacer intereses sociales completamente antagónicos.

El margen de maniobra es tan corto que si Brasil no cumple con el plan de ajuste impuesto por el FMI —apoyado por Lula— de tener un superávit primario del 3,5%, no podrá disponer de los 30.000 millones de dólares que la entidad tiene apalabrada y eso puede significar, en un contexto de recesión económica (la estimativa es que el PIB de 2002 es del 1%) y de caída de la recaudación fiscal, la suspensión de pagos y entrar en una situación como la argentina. Los presupuestos del Estado para el año 2003, elaborados por el equipo de Cardoso y considerados como los más restrictivos en mucho tiempo, prevén una reducción de gastos de 15.500 millones reales (unos 4.500 millones de dólares), recorte que se considera indispensable para alcanzar el objetivo acordado con el FMI. Eso va a ser un obstáculo incluso para el insuficiente objetivo del futuro gobierno del PT de subir el Salario Mínimo a 240 reales al mes para este año (frente a los 211 previstos por el gobierno saliente), y complicará mucho la puesta en marcha del proyecto Hambre Cero, cuyos fondos, según los propios dirigentes del PT, están supeditados al crecimiento de la economía, hecho más que improbable, tal como está el panorama mundial.

Ni siquiera es descartable que Brasil entre en quiebra antes de que Lula asuma el poder, en enero de 2003. Según un informe de Latin Source, una entidad de estudios financieros brasileña, “un 25% de la devaluación de la moneda brasileña aumentaría la carga de la deuda del país un 8% del PIB. En 2002 el real se ha depreciado un 40% (...). Si la moneda continúa devaluándose al ritmo actual durante los próximos meses, la carga de la deuda brasileña puede subir al 80% del PIB antes de la mitad del 2003”.

El gobierno de Lula estará sometido, desde el primer minuto en que asuma el poder (podemos decir que incluso antes) a brutales presiones del imperialismo y de la burguesía, por un lado, y a la presión de su base social de apoyo. El imperialismo utilizará el chantaje del préstamo y las amenazas comerciales (el gobierno de Lula se estrenará con las negociaciones sobre el ALCA); la burguesía tiene en sus manos el poder en la mayoría de los gobiernos de los Estados y del Parlamento, instituciones desde las que atará en corto la política que Lula haga desde la presidencia.

Por otro lado, a pesar de las enormes expectativas que ha generado la victoria del PT y de que Lula aún no se ha sentado en el sillón presidencial, el MST ya ha advertido que no hará concesiones en la lucha por la reforma agraria. Recientemente ha exigido al futuro gobierno la concesión inmediata de tierras y financiación para las 100.000 familias que están acampadas por todo el país. Dentro del PT ya se han escuchado voces críticas por parte de los sectores más a la izquierda, en los que se encuadran 26 parlamentarios de los 93 que tiene. De hecho, la dirección del PT ya ha tenido que reunir a todos los parlamentarios para poner orden y “homogeneizar el discurso”.

Como dijimos en anteriores artículos, la victoria del PT es el preludio del ascenso de un movimiento de masas y la recuperación de las impresionantes tradiciones de lucha que el movimiento obrero y campesino tiene en este país. En un contexto de profunda crisis del capitalismo en Brasil y en el mundo entero es inevitable, tarde o temprano, la entrada en una fase revolucionaria. No sería descartable que producto de un fuerte impulso desde abajo, y frente al callejón sin salida que ofrece el capitalismo a la economía brasileña, Lula tuviera que abandonar sus planes de pacto social y acuerdos con el FMI, lo que supondría un capítulo importantísimo en el proceso revolucionario brasileño. En todo caso, si no lo hace, se enfrentará a una grave crisis interna en su partido y a su propia base social.

Pese a todos los aplausos por su discurso moderado, la burguesía sigue nerviosa. Sabe que una cosa es lo que diga Lula y otra cosa son las expectativas y fuerzas sociales que ha desatado su victoria, eso es lo que le preocupa realmente. El “apoyo” a Lula ha sido el clavo ardiente al que se ha agarrado para evitar un enfrentamiento abierto entre las clases, pero esa es la perspectiva inexorable a la que se encamina Brasil.

ANEXO

VULNERABILIDAD FINANCIERA

Algunos datos ilustrativos

· Sólo en el mes de junio de este año, por la devaluación del real, la deuda interna (en gran parte indexada al dólar) se incrementó en 14.000 millones de dólares.

· Cuando Cardoso llega a la presidencia, en 1994, la deuda externa era de 148.285 millones de dólares; en 1999 ya ascendía a 241.200 millones.

· Entre 1996 y 1998 Brasil pagó, sólo concepto de intereses y amortización de la deuda 108.000 millones de dólares.

· Crecimiento del PIB:

· 2000.......... 4,36%

· 2001.......... 1,15%

· 2002.......... 1% (previsión del FMI)

Según analistas del PT sería necesario un crecimiento medio del 5% o 6% para cumplir las exigencias del FMI de superávit fiscal del 3,75%.

· Tipo de interés: 21%, el segundo más alto del mundo y más del 50% de los presupuestos generales del Estado están ligados a la emisión de Deuda Pública. Según datos de El País (13-10-02) los prestamistas “para aceptar nuevos plazos, llegan a exigir tasas anuales de interés entre un 40 y 58%”.

· Cuando llega Cardoso (1994) Brasil disponía de 32.000 millones de dólares de reservas y tenía un superávit comercial de 16.000 millones, cuando se va (2002) las reservas son de 5.000 millones y el superávit es de 6.000 millones.

· Lo más chocante, en apariencia, de todos estos datos, es que se dan ¡después de que el Gobierno vendiera casi todas las empresas estatales!


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