América Latina atraviesa la época más turbulenta de las últimas décadas. Con una determinación incontenible millones de trabajadores, unidos a los campesinos pobres y al resto de capas oprimidas de la sociedad, se alzan de una punta a otra del subcontinente imprimiendo su sello a los acontecimientos, intentando sacudirse el yugo de la opresión imperialista y capitalista cuyas consecuencias son la pobreza y la miseria crecientes y el saqueo de sus recursos naturales.

De todos los procesos revolucionarios desatados en el subcontinente latinoamericano en los últimos años, no cabe ninguna duda de que el boliviano es el que se encuentra en un estadio más avanzado. Bolivia es la avanzada de la revolución socialista latinoamericana. El extraordinario levantamiento revolucionario de los trabajadores y campesinos bolivianos del pasado mes de octubre, que se inició con la demanda de la nacionalización del gas, llenó de entusiasmo a los trabajadores y campesinos latinoamericanos y llevó el miedo y el pánico a los capitalistas y terratenientes locales y a sus amos imperialistas.

Todas las condiciones objetivas para el triunfo de la revolución socialista boliviana están dadas: la clase obrera y el resto de capas oprimidas de la sociedad han dado muestras suficientes de querer luchar hasta el final, la clase dominante teme a las masas y se encuentra a la defensiva, y hasta la débil clase media boliviana se mantiene neutral o simpatiza con las demandas de los trabajadores y los campesinos. Lo único que, por el momento, impide la culminación victoriosa del proceso revolucionario es la ausencia de un partido marxista de masas con una dirección revolucionaria que sea capaz de llevar a los trabajadores y campesinos a la toma del poder, como repetidamente han señalado los activistas más experimentados y conscientes de la clase obrera boliviana en los últimos meses. Esta es la condición previa para iniciar la transformación socialista de la sociedad a través de la expropiación de los capitalistas, los terratenientes y las multinacionales, bajo el control democrático de la clase obrera y los campesinos, la única manera de acabar con la opresión y la miseria del sistema capitalista.

De hecho, fueron las vacilaciones y dudas de la dirección de la COB tras la insurrección del 17 de octubre, y la falta de confianza que mostraron en aquellos momentos en la capacidad revolucionaria de los trabajadores y campesinos bolivianos para tomar el poder, lo que permitió a los capitalistas y terratenientes bolivianos mantener el control de la situación a través del gobierno de Carlos Mesa. Lamentablemente, éste contó desde el principio con el apoyo de aquellos dirigentes del movimiento obrero y campesino, como es el caso de la dirección del MAS, que defienden una política utópica y reformista de conciliación entre las clases, que de mantenerse sólo puede preparar las condiciones para el triunfo de la contrarrevolución.

La resolución de esta contradicción fundamental, la ausencia en pleno proceso revolucionario de un partido obrero de masas con un programa socialista consecuente, es una tarea inaplazable que debe resolver la clase obrera boliviana en las próximas semanas y meses, comenzando por los sectores más conscientes y avanzados de los trabajadores y de la militancia de la COB.

La clase dominante se prepara para descarrilar la revolución

Por su parte, la clase dominante boliviana y los imperialistas norteamericanos se preparan concienzudamente para hacer abortar la revolución y tomarse su venganza. A corto plazo, no pueden utilizar el aparato represivo para doblegar a los trabajadores y los campesinos, como se demostró en octubre, por lo que han pasado a las maniobras y los engaños parlamentarios y constitucionales para conseguirlo, despreciando clamorosamente las demandas de los trabajadores y campesinos y utilizando de parapeto a los dirigentes reformistas del MAS quienes también piden a las masas de trabajadores y de campesinos que esperen un año para presentar sus reclamos, hasta la celebración de nuevas elecciones.

Sin embargo, esta es solamente una parte de las maniobras de la clase dominante. No es ninguna casualidad que, en paralelo con el inicio del proceso revolucionario, la clase dominante con Carlos Mesa a su cabeza esté intentando desviar la atención de las masas hacia el chauvinismo y las rivalidades nacionales con Chile por el reclamo histórico de la salida al mar, la reivindicación de los territorios marítimos perdidos por Bolivia en favor de Chile en la guerra de 1879 con este país.

Pero esto es pura hipocresía porque el negocio de la salida del gas boliviano a través de puertos chilenos fue diseñada conjuntamente por las oligarquías boliviana y chilena, con la bendición de las multinacionales implicadas en el proyecto. También fue la oligarquía boliviana quien entregó las reservas del gas y de hidrocarburos a multinacionales como Repsol a precios irrisorios, la que transfiere cada año cientos de millones de dólares a las arcas de los financieros imperialistas por el pago de la deuda externa y la que mantiene al 64% de la población boliviana por debajo de la línea de la pobreza. Así, pues, el principal enemigo de los trabajadores y campesinos bolivianos está en su propio país, son los capitalistas y los terratenientes bolivianos, agentes declarados del imperialismo y de sus intereses.

Las burguesías latinoamericanas y el imperialismo conspiran contra la revolución

El destino final del gas boliviano, en el proyecto original que desató las protestas populares en Bolivia en el mes de septiembre pasado, eran los Estados Unidos, que necesita inexorablemente estrechar su control sobre los hidrocarburos latinoamericanos ante el agotamiento de sus propios yacimientos y la creciente inestabilidad de Medio Oriente.

Por su parte, es evidente que con la salida del gas a través de Chile, la burguesía chilena (como la oligarquía boliviana y las multinacionales poseedoras de los yacimientos gasíferos) espera obtener enormes beneficios con la explotación imperialista del gas boliviano. Pero éstas no son las únicas partes interesadas en el negocio.

La oligarquía peruana está azuzando los antagonismos nacionales entre Bolivia y Chile para forzar la salida del gas a través de un puerto peruano y embolsarse así una parte del botín. Por otro lado, el gobierno argentino está en negociaciones con el gobierno de Mesa para dar salida a una parte del gas boliviano a través de un gaseoducto que se está construyendo al norte de Argentina. La burguesía brasileña tampoco quiere quedarse atrás y a través de la empresa estatal Petrobrás, que controla una parte del negocio gasístico en Bolivia, se ha asegurado la venta del gas boliviano en boca de pozo a un precio muy por debajo del precio internacional de esta materia prima. El gobierno mexicano de Fox también apremió al gobierno de Mesa en la pasada Cumbre de Monterrey para que finalmente el gas boliviano sea transportado hasta su país, desde donde fluiría hasta los Estados Unidos por medio de gaseoductos. También los gobiernos paraguayo y uruguayo ofrecieron sus territorios para la construcción de gaseoductos y la salida del gas boliviano a través del Atlántico.

Realmente hay que decir que todas las burguesías locales del entorno forman parte de la conspiración urdida contra el levantamiento revolucionario de los trabajadores y campesinos bolivianos con el fin de evitar el triunfo de la revolución y de que peligren sus intereses económicos derivados de la explotación y venta del gas y el petróleo bolivianos. Está claro que no hay suficiente torta para todos, pero si triunfa la revolución de los obreros y los campesinos bolivianos no habrá torta para ninguno de ellos, con la amenaza además de que una revolución triunfante en Bolivia se extienda como un fuego salvaje a sus países respectivos.

Una vez más se pone de manifiesto la imposibilidad de la unidad latinoamericana sobre bases capitalistas. Cada burguesía nacional intenta sacar tajada a costa de las demás (la mayoría de las veces en conjunción con los imperialismos norteamericano o europeo) y todas ellas son enemigas mortales de los trabajadores y campesinos de sus propios países. Para el conjunto de los trabajadores y campesinos pobres latinoamericanos, igual que en el caso de Bolivia, también nuestro enemigo está en casa.

Como explicamos antes, a la clase dominante boliviana le interesa desviar la atención y la amargura de las masas hacia los odios y rivalidades nacionales con Chile, intentando agrupar a “toda la nación” (obreros, campesinos, capitalistas y terratenientes) tras de sí. Un sector de los imperialistas y de las burguesías de la zona estarían dispuestas a apoyar la exigencia boliviana de acceso directo al mar a través de territorio perteneciente actualmente a Chile si eso sirviera para alejar el peligro revolucionario, permitir a la clase dominante en Bolivia restaurar su autoridad ante las masas al aparecer como la dirigente de la nación y reanudar el proyecto de venta del gas. Pero esta es una alternativa que no agrada a la burguesía chilena que no está dispuesta a ceder ni una pulgada de su territorio por consideraciones económicas y de prestigio. Y además cuenta para ello con el apoyo del imperialismo norteamericano que considera a Chile uno de sus más fieles baluartes en la zona.

Igualmente, la burguesía chilena también está interesada en mantener a los trabajadores y campesinos chilenos alejados de sus preocupaciones de clase con la exacerbación del conflicto con Bolivia, particularmente después de la magnífica huelga general del pasado mes agosto que reflejó la creciente insatisfacción de la clase obrera chilena con las políticas antisociales y capitalistas del gobierno de la Concertación.

Los intentos de los políticos burgueses y reformistas de resolver la cuestión de la salida boliviana al mar por vías diplomáticas o de represalias políticas o comerciales están condenados al fracaso, antes al contrario sólo servirán para enconar las susceptibilidades nacionales entre un país y otro, entre un pueblo y otro.

El conflicto chileno-boliviano y la amenaza de la guerra

Uno de los mayores peligros para la revolución boliviana es la amenaza de una guerra entre Bolivia y Chile por la cuestión del acceso al mar. Por el momento, es poco probable que la oligarquía boliviana tome la iniciativa de declarar la guerra a Chile por este tema, dada la gran desproporción del tamaño y los efectivos del ejército boliviano en comparación con el ejército chileno. Una derrota de Bolivia aceleraría el triunfo de la revolución, al igual que la derrota de Bolivia en la guerra del Chaco abrió la enorme crisis social y política que finalmente desembocó en la revolución de 1952. Pero otra cosa diferente sería la situación si los trabajadores y campesinos bolivianos tomaran el poder o ante la amenaza inminente de llevarlo a cabo. En ese caso, ambas clases dominantes, chilena y boliviana, podrían actuar conjuntamente para propiciar la invasión del país por el ejército chileno fabricando cualquier excusa con el objetivo de sofocar la revolución. También, en la pasada Cumbre de Monterrey transcendió que se había creado a instancias de los Estados Unidos un comité de enlace militar entre Chile, Argentina y Brasil para hacer frente a la “inestabilidad de la zona” lo que prueba la complicidad del imperialismo y las burguesías latinoamericanas en estos planes militares.

No es la primera vez que la clase dominante de un país ha reclamado el auxilio del ejército del país rival para intentar sofocar una revolución triunfante. Así ocurrió durante la Comuna de París en 1871, en la revolución finlandesa de 1918, o en la antigua Unión Soviética en 1918-20 cuando 21 ejércitos extranjeros invadieron el territorio ruso para intentar aplastar la revolución rusa.

Desde luego, sería una aventura donde las burguesías latinoamericanas y el imperialismo se lo jugarían todo a una carta sin garantías de que pudiera triunfar, antes bien encendería el odio y la solidaridad de clase en toda Latinoamérica con sus hermanos bolivianos, comenzando por Chile, lo que estimularía el proceso revolucionario continental a un nivel superior.

Ante la amenaza de la guerra los trabajadores de América Latina, unidos a los campesinos pobres y el resto de capas oprimidas, no podemos permanecer de brazos cruzados, particularmente en Bolivia y Chile. Tenemos que poner en el primer punto del orden del día el más consecuente internacionalismo proletario para evitar que la oligarquía y el imperialismo nos utilicen a nosotros y a los soldados de los diferentes ejércitos nacionales (la mayoría de los cuales son hijos de trabajadores y campesinos) como carne de cañón para llevarnos al pantano sangriento de la guerra con el fin de satisfacer sus sucios intereses de clase y malograr nuestras ansias de emancipación.

Particular responsabilidad recae en esta tarea sobre nuestros hermanos trabajadores de Bolivia y Chile que deben alzar conjuntamente sus voces para oponerse a los designios que preparan sus clases dominantes. Las organizaciones obreras de masas, políticas y sindicales, de Bolivia y Chile y también de Perú deberían organizar una campaña conjunta en este sentido, reforzando su hermandad de clase y llevar a cabo acciones comunes de denuncia contra los planes de la burguesía y el imperialismo, llegando hasta el punto de acordar la convocatoria de movilizaciones y huelgas contra la amenaza de una guerra.

Por el triunfo de la revolución boliviana y la unidad socialista de América Latina

Durante décadas, las clases dominantes boliviana y chilena estimularon en las escuelas y los cuarteles del ejército el odio nacional contra chilenos y bolivianos, respectivamente. Es una ley que las clases dominantes de todos los países siempre utilizan los odios nacionales para ocultar su dominación y sus privilegios sociales, dirigiendo la frustración y la desesperación de las masas explotadas, a manos de esta misma clase dominante, hacia el pueblo de la nación rival sin distinguir entre las masas oprimidas y las opresoras.

Los marxistas debemos rechazar los intentos de enfrentar a los trabajadores y campesinos bolivianos con sus hermanos, los trabajadores y campesinos chilenos, y viceversa. Las masas oprimidas de Bolivia y Chile no tienen ninguna responsabilidad por las guerras de conquista y de rapiña que en el pasado impulsaron las oligarquías que dominaban ambos países y que sólo buscaban aumentar sus privilegios y sus intereses de clase, sin importarles los destinos de ambos pueblos.

La explicación de la situación de miseria, pobreza y explotación de las masas bolivianas o chilenas no residen en la posesión de más o menos territorios, o en la posesión o no de territorios costeros. Si ese fuera el caso, las masas obreras y campesinas del Perú, Ecuador, Brasil, Argentina o del propio Chile (todos ellos países con amplias franjas costeras en sus territorios) estarían nadando en la abundancia y no es el caso en ninguno de ellos. La causa fundamental de la miseria, la pobreza y la explotación de las masas bolivianas, lo mismo que en el conjunto de América Latina, está en la existencia del capitalismo y en el dominio de la sociedad por una clase dominante voraz y parásita que, tanto en Bolivia como en Chile, sometió a los trabajadores y campesinos a brutales y sangrientas dictaduras cuando vieron amenazados sus privilegios. Las dictaduras de Hugo Bánzer en Bolivia y Pinochet en Chile demostraron que las clases dominantes de ambos países no tenían ningún problema en colaborar mutuamente para reprimir por igual a las masas en sus respectivos países.

En realidad, los diferentes países latinoamericanos que surgieron tras la independencia del imperio español fueron una creación artificial de las oligarquías locales en colaboración con los imperialismos inglés y norteamericano para así mantener desunidos nuestros pueblos y garantizar un control más estrecho de sus recursos y riquezas.

Por supuesto que sabemos distinguir entre el sentimiento nacional honesto y sincero de un trabajador y un campesino bolivianos del sentimiento nacional hipócrita, falso y rapaz de la clase dominante. Para los primeros, el reclamo de una salida directa al mar está identificado con un cambio en sus expectativas de vida, con la superación del atraso y la miseria que los rodean y con una cierta recuperación de su orgullo y dignidad tras décadas y siglos de opresión y violencia; en cambio, la clase dominante utiliza ese sentimiento para engañar a las masas bolivianas al mismo tiempo que entrega los recursos naturales de Bolivia a la depredación de las multinacionales extranjeras o, en todo caso, solamente ve en la salida al mar desde Bolivia otro medio de aumentar sus esferas de negocio y apropiación de los recursos nacionales para sus mezquinos intereses de clase, como ocurrió hasta ahora.

Pero nos sentimos en la obligación de advertir a los trabajadores y campesinos bolivianos que no caigan en la trampa que les tienden los capitalistas y terratenientes. Antes que la costa, ustedes deben recuperar Bolivia para el pueblo trabajador boliviano, sus riquezas y recursos naturales, y eso solamente se puede hacer tomando el poder y expropiando a los capitalistas y terratenientes. Al mismo tiempo para no quedar aislados habría que impulsar la extensión de la revolución socialista a Chile y al resto de países latinoamericanos.

Un campesino y un obrero boliviano tienen más en común con un campesino y un obrero chileno o peruano que con oligarcas corruptos y vendidos al imperialismo como Sánchez de Lozada. Y viceversa, cualquier trabajador chileno se siente más cercano a un trabajador boliviano o peruano que a un dictador genocida y sanguinario como Pinochet.

Frente al nacionalismo burgués, los trabajadores y campesinos pobres, bolivianos y chilenos, tenemos que enarbolar la bandera del internacionalismo proletario. Una Federación Socialista de América Latina permitiría la integración social y económica de los recursos de Chile y Bolivia y del resto Latinoamérica, en interés mutuo de todos los pueblos. Una América Latina sin fronteras artificiales que nos desgarraran y dividieran, y desaparecidos los odios y rivalidades nacionales fomentados por las clases dominantes, permitiría a los trabajadores y campesinos bolivianos volver a tener acceso directo al mar y a ambos pueblos, boliviano y chileno, beneficiarse mutuamente de la unión y la planificación de sus recursos productivos.

Corriente Marxista Revolucionaria de Venezuela (CMR) (El Topo Obrero – El Militante)

Fuerza de Izquierda Socialista de Perú (FIS)

Corriente Marxista “El Militante” de Argentina

Corriente Marxista “Militante” de México

Comité de Redacción “In Defence of Marxism”


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