El 7 de octubre de 2018, el ultraderechista Jair Bolsonaro ganaba las elecciones presidenciales en Brasil. Tras cuatro meses de mandato, el país más grande de Latinoamérica es escenario de importantes acontecimientos políticos y de un recrudecimiento de la lucha de clases.

La fuerte crisis del capitalismo brasileño, con un crecimiento económico raquítico, impide a la clase dominante tomar medidas que no sean un duro ataque a los derechos de los trabajadores y el pueblo. Este es el trasfondo que explica el rápido descrédito que ha cosechado el Gobierno, con los peores índices de popularidad obtenidos por cualquier ejecutivo brasileño en un periodo tan breve de mandato. Según las últimas encuestas, el apoyo a su gestión cae en picado del 70 al 28%.

Y lo más importante, las masas empiezan a entrar en escena con determinación. Ya se han producido manifestaciones multitudinarias de estudiantes, que han desembocado en la convocatoria de una huelga general nacional para el 14 de junio contra la reforma de las pensiones presentada por el ministro de Economía, y que está siendo sometida a debate en el parlamento.

La juventud se levanta

El 15 de mayo estudiantes y profesores protagonizaron una impresionante jornada de movilización contra los ataques educativos del Gobierno. Más de dos millones de personas abarrotaron las calles de 200 ciudades denunciando el recorte del 30% del presupuesto público para universidades e instituciones educativas federales y para hacer frente a la ofensiva contra los estudios de Humanidades aprobado por el Ministerio de Educación.

Este tijeretazo a la educación pública también es un intento de venganza contra los jóvenes que han jugado un fuerte papel en la lucha de clases en los últimos años en Brasil: desde la fuerte batalla que libraron contra las políticas capitalistas del expresidente derechista Temer hasta la campaña en las universidades contra la llegada al Gobierno de Bolsonaro. Pero más allá de la necesidad de la burguesía brasileña de recortar el gasto social, la actitud beligerante de Bolsonaro hacia el sector educativo también tiene un claro componente ideológico. Y lo revelaba en sus propias palabras, tachando a las universidades de “foco de marxismo cultural” que tiene que ser combatido. Se trata de aislar, perseguir y machacar cualquier pensamiento crítico o disidente.

Por su parte, los jóvenes han mandado desde las calles otro mensaje mucho más poderoso a este Gobierno de las élites: “Estamos aquí para decir no a la censura, no a los recortes y no a este Gobierno autoritario. Nosotros tenemos derecho de estudiar, nuestras universidades, escuelas e institutos son patrimonio del pueblo brasileño y por encima de cualquier Gobierno vamos a luchar para defender eso”. El 30 de mayo se convocaba una nueva jornada de protesta.

El ambiente combativo responde a la experiencia dramática que viven los jóvenes, los conocidos como “hijos de las favelas”, condenados al paro, a la violencia y al hambre: el porcentaje de niños y adolescentes pobres es del 43,4%, cada dos horas mueren cinco personas negras de entre 15 y 29 años y 11 millones de jóvenes no tienen acceso ni a estudios ni a un trabajo.

No es casualidad que las manifestaciones hayan sido escandalosamente silenciadas por los medios de comunicación. Con el descontento social en aumento, el efecto contagio sobre otros sectores es un riesgo que la clase dominante pretende obstaculizar.

Aumenta el rechazo a Bolsonaro

Tras las elecciones generales, tuvimos que escuchar a sesudos analistas políticos que anunciaban una y otra vez un “giro profundo a la derecha” de los trabajadores y jóvenes en Brasil. Pero la explicación a estos resultados respondía a otros factores: una gran polarización política y social, una campaña de profunda demagogia por parte de Bolsonaro que se aprovechó de la decepción de sectores de las masas, especialmente de las capas medias empobrecidas, con las políticas de recortes aplicadas por los dirigentes reformistas del PT, así como los escándalos de corrupción en que se vieron implicados, unido a la falta de una alternativa consecuente a la izquierda.

Desde entonces se ha puesto encima de la mesa la incapacidad de Bolsonaro y del propio capitalismo brasileño ­para resolver los problemas de la mayoría. La batería de ataques contra trabajadores, jóvenes, pueblos indígenas y pensionistas ha sacudido la conciencia de la sociedad brasileña provocando que se respire un ambiente de desafío. En esta línea se suceden las movilizaciones de la juventud, hemos asistido a importante marchas de los pueblos indígenas y las organizaciones campesinas contra la invasión por parte de los grandes terratenientes de tierras, desplazando a sus pobladores y destruyendo el medio ambiente. El 22 de marzo se celebró una primera jornada de lucha contra la reforma de las pensiones, con 40.000 trabajadores manifestándose en Sao Paulo, además de en otras ciudades importantes. Se ha producido un hecho importantísimo, trabajadores de diversos sectores (empleados públicos, petroleros, metalúrgicos...) celebraron asambleas y movilizaciones en sus centros de trabajo que fueron decisivas para que se convocara un Primero de Mayo unitario contra la reforma de las pensiones y el resto de ataques, y presionar a los dirigentes de la CUT y demás organizaciones a convocar la huelga general del 14 de junio.

Construir una huelga general con un programa revolucionario y socialista

Esta huelga debe poner encima de la mesa las reivindicaciones de todos los sectores en lucha, empezando por la retirada inmediata de la reforma de pensiones (que supone aumentar la edad de jubilación y acabar con el sistema público de pensiones). Tiene que ser el primer paso de un plan de movilizaciones ascendente y continuado en el tiempo hasta echar a este Gobierno reaccionario.

Este debe ser el camino a seguir. Por ello consideramos que es un error que dirigentes del PSOL estén llamando a formar “frentes democráticos” con las fuerzas de la derecha para frenar a la ultraderecha que representa Bolsonaro. La experiencia demuestra que en base a la aritmética parlamentaria no se podrán satisfacer las necesidades sociales de las masas. La única forma de tumbar al Gobierno es con un programa de clase, demostrando el potencial de trabajadores y los sectores oprimidos por el capitalismo cuando toman las calles y se organizan.

Los compañeros y compañeras del PSOL, PSTU, PCB, de los sindicatos combativos, MST, MTST, deben levantar un frente único de la izquierda que sume a los movimientos de indígenas y campesinos, las organizaciones feministas revolucionarias, de estudiantes, y llamar a los militantes luchadores de la CUT y el PT a romper con los métodos burocráticos y reformistas de su dirección. Es fundamental sacar las conclusiones de la huelga general contra la reforma laboral de Temer, cuando la burocracia del PT frenó la lucha negándose a extender la movilización.

Precisamente por esto, una tarea central de los activistas de la izquierda combativa tiene que ser impulsar comités de acción en los centros de trabajo y estudio para organizar la huelga de forma asamblearia, democrática y combativa, defendiendo la necesidad de un programa socialista revolucionario. Un programa que se base en la expropiación de los bancos, las grandes empresas y la tierra para que sean administradas por los trabajadores y el pueblo, planificando democráticamente la economía para satisfacer las necesidades sociales de la mayoría. En esto se debe convertir la huelga. No hay tiempo que perder y hay fuerza para vencer.


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