El 11 de enero de 2013, Francia inició una ofensiva militar en el norte de Malí de gran envergadura. Aunque pudiera parecer una decisión repentina, se trata de una intervención que el gobierno francés lleva preparando meticulosamente desde hace meses, tras el envío de 3.000 soldados africanos a Malí bajo el mandato de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), reforzados por 600 miembros de las fuerzas especiales francesas y estadounidenses para proporcionar entrenamiento militar al ejército maliense; todo ello, bajo el amparo del Consejo de Seguridad de la ONU que en octubre aprobó la operación, decisión que volvió a ratificar este organismo el pasado mes de diciembre.

“El imperialismo ha desarrollado las fuerzas productivas hasta el punto de que la humanidad sólo puede pasarse al socialismo o bien sufrir durante años, o incluso durante décadas, la lucha armada de las grandes potencias para el mantenimiento artificial del capitalismo con la ayuda de las colonias, monopolios, privilegios y opresiones nacionales de todo tipo”.

El socialismo y la guerra, Lenin

El 11 de enero de 2013, Francia inició una ofensiva militar en el norte de Malí de gran envergadura. Aunque pudiera parecer una decisión repentina, se trata de una intervención que el gobierno francés lleva preparando meticulosamente desde hace meses, tras el envío de 3.000 soldados africanos a Malí bajo el mandato de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), reforzados por 600 miembros de las fuerzas especiales francesas y estadounidenses para proporcionar entrenamiento militar al ejército maliense; todo ello, bajo el amparo del Consejo de Seguridad de la ONU que en octubre aprobó la operación, decisión que volvió a ratificar este organismo el pasado mes de diciembre.

Las mentiras de la guerra y los intereses estratégicos del capital francés

Como los medios de comunicación han enfatizado hasta aburrir como parte de una campaña de propaganda bien planificada, esta nueva agresión imperialista ha sido justificada como parte de la larga “lucha contra el terrorismo”. Un guión muy conocido y recurrentemente esgrimido por EEUU y sus aliados para desencadenar la guerra y ocupación de Afganistán e Iraq, conflictos que duran ya diez años y que lejos de acabar con la amenaza del fundamentalismo islámico sólo han provocado decenas de miles de muertos y han hundido a la población de ambos países en la pobreza y la barbarie.

Contrariamente a la demagogia del gobierno francés, esta nueva aventura militar imperialista no tiene nada que ver con cuestiones humanitarias, defensa de la democracia o lucha contra el “terrorismo”. En realidad, la movilización de la Legión Extranjera y demás tropas francesas trata de proteger los intereses de las multinacionales galas en la región y recuperar posiciones en una zona que durante décadas estuvo bajo el dominio colonial francés. La intervención imperialista en Malí es sólo una expresión más del saqueo del continente africano que desde hace años están llevando a cabo las potencias imperialistas. Y se produce en un momento de profunda crisis económica del capitalismo mundial, en el que la lucha por nuevos mercados y nuevas fuentes de materias primas baratas que les permitan competir en mejores condiciones que sus rivales, se vuelve encarnizada.

Desde hace años, África es el escenario de un combate a muerte entre EEUU, China y Europa, del que por ahora ha salido victoriosa la potencia asiática, que se ha convertido en el principal socio comercial de África, superando a EEUU. En 2011 el comercio bilateral del continente africano con China ascendió a 160.000 millones de dólares, y en 2012 se espera que supere los 200.000 millones de dólares. Desde 2010 China ha emprendido con diversos países africanos proyectos comerciales que superan los 100.000 millones de dólares, y sólo en construcción de infraestructuras y acuerdos sobre recursos naturales la cantidad se aproxima a los 90.000 millones de dólares. Por supuesto, junto a la lucha interimperialista que desangra África, hay que destacar el miedo a que las revoluciones árabes se extiendan a otros países amenazando los intereses del capitalismo occidental, un factor decisivo de la lucha de clases que explica las intervenciones de EEUU y Europa: Libia, Siria, Somalia, Sudán, Costa de Marfil, son sólo algunos ejemplos de esta política.

África Occidental, y concretamente la región del Sahel, la franja de tierra que separa el desierto del Sáhara del resto del continente africano, es una región que se ha convertido en un punto estratégico para el capitalismo mundial debido a sus enormes recursos naturales. En 2005, el Consejo de Relaciones Exteriores norteamericano señalaba lo siguiente: “A finales de la década, el África subsahariana puede convertirse en una fuente de importaciones energéticas para Estados Unidos tan importante como Oriente Próximo. El occidente africano dispone de unos 60.000 millones de barriles de reservas petroleras comprobadas. Los fracasos flagrantes de las guerras depredadoras de Estados Unidos y la Unión Europea en Afganistán e Iraq conducen a planificar el control del petróleo de África: la parte procedente del Golfo de Guinea en las importaciones estadounidenses pasará del 15% al 20% en 2010 y al 25% en 2015”. (Otages, Areva, Total, Africom: Les enjeux cachés d’une occupation militaire du Sahel. www.mondialisation.ca)

Malí: un país rico pero inmensamente pobre

Malí cuenta con una riqueza de recursos naturales que le ha convertido desde hace años en objeto de deseo para las potencias imperialistas. Ya es el tercer productor de oro africano y la perspectiva es que en pocos años se encuentre entre los diez primeros del mundo. Es rico en uranio, diamantes, piedras preciosas, hierro, y bajo el desierto del norte del país hay una enorme riqueza petrolera. La mayor parte de ella está aún por explotar, de ahí la importancia de quién llegue primero para conseguir los contratos de explotación y el control del botín.

A pesar de estos enormes recursos, como ocurre en el resto del continente, Malí se encuentra entre los 25 países más pobres del mundo, con una renta per cápita anual de 1.300 dólares, y más de la mitad de la población vive bajo el umbral de pobreza. Afectado por la crisis de la deuda de los años ochenta, el FMI impuso en 1997 uno de sus Programas de Ajuste Estructural a cambio de préstamos, lo que supuso la privatización de todos los servicios públicos y obligó a orientar toda la agricultura maliense a la exportación de algodón, a costa de la producción de granos necesarios para la alimentación de su propia población. Los acuerdos con el FMI se convirtieron en causa de continuas hambrunas a lo largo de estos años. El colapso de los precios mundiales del algodón en 2005 arruinó aún más su economía. A esto se debe añadir la inestabilidad política que alcanzó su momento álgido en marzo de 2012 con un golpe de estado. Precisamente la intervención militar francesa, pretende también impedir la desintegración del Estado maliense y la consiguiente pérdida de control de la situación.

En Malí, como sucedió en la mayoría de países ex coloniales, las potencias imperialistas abandonaron sus colonias dejando tras de sí fronteras trazadas artificialmente, según su propia conveniencia, y según la correlación de fuerzas que existía entre ellas. Las fronteras separaron pueblos, grupos religiosos y étnicos. La debilidad de las burguesías nacionales en estos países y su dependencia de los países imperialistas, impidieron el desarrollo económico y social, condenando a sus poblaciones a vivir en condiciones de pobreza y sembrando las semillas de los conflictos militares, étnicos, religiosos y sociales que han estallado en la región desde hace décadas, instigados además por una u otra potencia imperialista para conseguir el acceso a las materias primas aún a costa de miles de vidas.

La declaración de independencia tuareg

Desde hace más de un año Malí estaba hundido en el caos. El 22 de marzo, Amadou Sanogo, un capitán del ejército formado militarmente en EEUU entre 2001 y 2010, tomó el poder mediante un golpe de estado, con el pretexto de que el gobierno de Amadou Toumani Touré no estaba luchando eficazmente contra la rebelión tuareg que había estallado en enero de ese mismo año. Además el gobierno de Touré llevaba semanas enfrentándose a numerosas protestas por parte de la población.

La situación se agravó cuando el pasado mes de abril la minoría tuareg declaró unilateralmente la independencia del norte del país, la región conocida como Azawad. Esta decisión coronaba una rebelión encabezada por el Movimiento Nacional por la Liberación de El Azawad (MNLA), un grupo nacionalista tuareg de carácter secular, que para conseguir su objetivo se alió con dos grupos islamistas (Ansar Dine y Al Qaeda en el Magreb Islámico) que llevan tiempo realizando actividades en esta región. El MNLA dice que su objetivo es establecer una democracia secular en el norte del país, aunque es difícil imaginar cómo espera conseguirlo después de formar una alianza con dos grupos fundamentalistas que lo primero que hacen allí donde llegan es imponer la sharia y todo tipo de medidas reaccionarias que caracterizan al fundamentalismo islámico.

Si Malí es pobre, el norte del país lo es aún más. Durante décadas ha estado marginado tanto política como económicamente por parte del gobierno central. La región representa aproximadamente un 65% del territorio maliense y cuenta con el 10% de la población. El ex presidente Touré en una entrevista a France 24 reconocía que: “En el norte no hay carreteras, centros sanitarios, escuelas o infraestructura básica. No hay nada. Un joven de esta región no tiene oportunidad de casarse o asegurarse la vida, a menos que robe un coche o se una a los contrabandistas”. El principal grupo víctima de esta opresión nacional han sido los tuaregs, que han protagonizado numerosas revueltas. Precisamente esta situación es el combustible que ha alimentado y alimenta el ansia de liberación nacional y que empuja a numerosos jóvenes hacia las filas de los rebeldes tuaregs.

Como sucede en otros países árabes, la incapacidad de la burguesía nacional de ofrecer unas condiciones de vida dignas, unido al vacío que ocasiona un Estado en descomposición, ha permitido la proliferación de diversos grupos fundamentalistas islámicos, muchos de ellos nacidos gracias al dinero y la ayuda proporcionada por las potencias imperialistas que los ha utilizado según sus intereses (como en el caso de Al Qaeda nacida con el patrocinio de la CIA para combatir al gobierno pro-soviético de Kabul), pero que ahora tienen una agenda propia, y ésta entra en contradicción con los propios intereses del imperialismo. Eso es lo que sucede con las bandas islamistas del norte de Malí, alentadas por las potencias imperialistas para combatir a las fuerzas de Gadafi y hoy, de regreso a su país de origen, intentan conseguir el control del norte del país con los mismos objetivos que los imperialistas. Para ello no dudan en instaurar un régimen de terror que ha provocado ya la huída de decenas de miles de malienses a países vecinos.

Consecuencia directa de la guerra en Libia

La crisis en Malí es consecuencia directa de la desestabilización de la región tras la intervención imperialista de la OTAN en Libia y la caída del régimen de Gadafi. No es casualidad que el depuesto presidente Tourè mantuviese estrechas relaciones con el líder libio. Gadafi ayudó económicamente al gobierno maliense después de las devastadoras políticas de austeridad de los años ochenta, e hizo grandes inversiones, sobre todo en turismo, agricultura y banca.

El colapso del régimen de Gadafi y el final de la guerra en Libia, ha sembrado más inestabilidad en la región. Malí es el último ejemplo del caos provocado por los imperialistas. Los tuaregs formaban una parte importante del ejército libio. Tras la rebelión tuareg de principios de los años noventa, el régimen libio les ofreció la entrada en su ejército, incluso ocupando puestos de alto rango. Después de la caída del régimen regresaron de nuevo a su lugar de origen, el norte de Malí, llevándose con ellos sus armas. Lo mismo sucede con los grupos islamistas, que tras luchar con las tropas de la OTAN y opositores libios contra el ejército libio, regresaron a Malí armados hasta los dientes.

El columnista Owen Jones del periódico británico The Independent explicaba esta situación: “Esta intervención en sí misma es la consecuencia de otra. La guerra libia con frecuencia se presenta como una historia victoriosa de intervencionismo liberal. Pero la caída de la dictadura de Muammar Gadafi tuvo consecuencias que probablemente los servicios de inteligencia occidentales ni siquiera se habían molestado en imaginar. Los tuaregs, que tradicionalmente se encontraban en el norte de Malí, formaban una parte importante de su ejército. Cuando Gadafi fue expulsado del poder, regresaron a su hogar, algunas veces por la fuerza, al ser africanos negros atacados en la Libia posterior a Gadafi, un hecho incómodo en gran medida ignorado por los medios de comunicación occidentales… La guerra libia fue vista como un éxito… y ahora nos enfrentamos a su contratiempo catastrófico”. (The New York Times. 14/1/13)

Las tropas francesas se enfrentan a un enemigo que está lejos de ser débil. Tras los primeros días de intervención militar, el gobierno francés decidió enviar otros 2.000 soldados ya que se está encontrando más dificultades de las que se imaginaba. Un artículo del periódico The Guardian, con el titular Francia se enfrenta a un enemigo formidable, recogía declaraciones de altos mandos militares francés que reconocían su sorpresa al encontrarse con unos “rebeldes bien entrenados, disciplinados y muy bien armados”. Precisamente este es uno de los motivos por el que tanto EEUU como el resto de países europeos, a pesar de apoyar la intervención militar, de enviar apoyo logístico y armamento, tienen muchas reticencias a enviar tropas a Malí. Un ejemplo de la dureza de los combates fue el asalto a Diabaly, y las dificultades para frenar el avance de los islamistas hacia la capital Bamako.

Ya son muchas las voces que comparan esta guerra con las de Afganistán o Iraq. Uno de ellos ha sido el ex primer ministro francés Dominique de Villepin, en una entrevista en France 24 el pasado 14 de enero se quejaba de que Francia “no había aprendido las lecciones de la historia” y avisaba que “esta intervención militar tiene el riesgo de arrastrar al país a un conflicto interminable”. Además, la intervención militar en Malí extenderá la inestabilidad y el caos a la región. El primer ejemplo ha sido Argelia.

En este país, uno de los más firmes candidatos a seguir el ejemplo de Egipto o Túnez, el gobierno logró contener temporalmente las protestas sociales que estallaron con subidas de los subsidios a los productos básicos y alguna otra concesión. Pero ahora entra de lleno en el conflicto cuando el grupo vinculado a Al Qaeda, el Batallón de Sangre, tomó más de 600 rehenes en el complejo de gas natural en In Amenas, cerca de la frontera libia, para exigir el intercambio de prisioneros y la retirada francesa de Malí. A pesar de las protestas, el gobierno argelino puso fin al secuestro con un asalto a cargo de sus tropas especiales y la utilización contundente de armamento de combate: la operación acabó finalmente con la muerte de 11 secuestradores y más de 40 rehenes. El líder del Batallón de Sangre, Mokhtar Belmokhtar, luchó bajo las órdenes de Al Qaeda en Afganistán contra el gobierno afgano pro-soviético, y una vez terminada la operación militar regresó a Argelia. En una muestra más de cinismo e hipocresía, el gobierno francés ha utilizado este secuestro para justificar su intervención militar en Malí, cuando precisamente son sus acciones las que están extendiendo el caos.

Hollande continúa con la política militarista de Sarkozy

En los últimos dos años el imperialismo francés ha intervenido en cuatro ocasiones en África: participó bajo el paraguas de la OTAN en la guerra en Libia y en el ataque a Siria; en 2011 envió tropas a Costa de Marfil para garantizar la llegada al poder de un régimen afín al gobierno francés, y ahora interviene en Malí. África Occidental se ha convertido en un objetivo estratégico de la política exterior francesa y esa es la razón de la presencia permanente de 9.000 soldados franceses repartidos entre Costa de Marfil, Senegal, Gabón, República Centro Africana y Djibouti.

Esta agresiva política imperialista en el continente africano se remonta a años atrás. Desde 1991 ha enviado tropas a Djibouti, Ruanda (1994), Comores (1995), República Central Africana (1996), República del Congo (1997), Costa de Marfil (2002 y 2011), Chad (2008), Libia (2011). Particularmente infame fue su intervención en el conflicto ruandés que provocó más de 800.000 muertos. Por tanto, los discursos del gobierno y los capitalistas franceses sobre la “democracia”, la lucha contra el “fundamentalismo” o la recuperación de los “valores morales”, sólo son una prueba más del cinismo y la hipocresía de la clase dominante de todo el mundo, y sólo pretende enmascarar su política de rapiña y saqueo en los llamados países del Tercer Mundo.

Desde su llegada a la presidencia francesa, muchos han intentado presentar a François Hollande como la alternativa a la política de austeridad que están aplicando el resto de gobiernos europeos. Aunque inicialmente aprobó algunas medidas progresistas, como la bajada de los salarios de los altos cargos, medidas contra los privilegios de la Iglesia Católica o algunas subidas de impuestos a las grandes fortunas, es evidente que sólo tenían un carácter cosmético, ya que poco después anunció un recorte del gasto público de 30.000 millones de euros. Esa es la principal razón de su brusca caída de popularidad. Una de las principales promesas en la campaña electoral fue la retirada de las tropas de Afganistán, pero nueve meses después, Francia ha iniciado una nueva aventura imperialista con el coste económico que acarreará, sobre todo si el conflicto se prolonga en el tiempo.

Lamentablemente, las principales organizaciones de izquierdas francesas no están mostrando una oposición contundente a esta intervención. El Partido Comunista Francés la apoya en tanto cuente con el respaldo de la ONU. El Frente de Izquierdas aunque se opone a la intervención, no lo hace de una manera enérgica y centra su crítica en que la decisión no ha pasado por la Asamblea Nacional.

Los trabajadores, la juventud francesa y de toda Europa debemos oponernos enérgicamente a esta nueva agresión imperialista. Debemos denunciar su auténtico carácter de clase, que nada tiene que ver con la defensa de la democracia ni alberga pretensiones “humanitarias”, y sólo persigue defender los intereses de las potencias imperialistas. La principal víctima será la población de Malí que sufrirá los bombardeos y las consecuencias directas de la guerra (según algunas organizaciones humanitarias 250.000 personas han huido ya de sus hogares) y la clase obrera francesa que pagará con nuevos recortes económicos esta nueva aventura militar del imperialismo francés.


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