El derrocamiento del dictador de Sudán, Omar al-Bashir, apenas nueve días después de la caída de Buteflika en Argelia, rememoró los acontecimientos revolucionarios de la Primavera Árabe de 2011. Los regímenes capitalistas de la región y las potencias imperialistas temen, con razón, una nueva ola de insurrecciones revolucionarias no sólo en los países árabes sino en el continente africano.

Sudán es el tercer país más grande de África con más de 40 millones de habitantes. Al-Bashir llegó al poder en 1989 mediante un golpe de Estado militar encabezado por el Frente Nacional Islámico y desde entonces gobernaba el país con puño de hierro. El historial de su dictadura es brutal, los ejemplos más sangrientos son la campaña de limpieza étnica que llevó a cabo en Darfur en 2003 o la guerra civil que provocó más de dos millones de muertes.

Las protestas contra el régimen comenzaron el año pasado cuando al-Bashir impuso medidas de austeridad para satisfacer al FMI y recibir más préstamos. Las intrigas imperialistas estadounidenses y europeas en su guerra con China por los recursos y materias primas del continente alentaron la separación del sur del país en 2011. Sudán del Sur se quedó con el 75% de las reservas de petróleo y dejó al norte sin su principal fuente de ingresos. La ya mala situación económica se deterioró aún más por las sanciones económicas impuestas por EEUU debido a los vínculos del régimen de al-Bashir con grupos terroristas islámicos.

La gota que colmó el vaso

Como es habitual las medidas de austeridad no mejoraron la catastrófica situación económica y sí empeoraron drásticamente las condiciones de vida de la población, que afronta cada día la escasez de productos básicos y las colas interminables para conseguir cualquier cosa. Aunque las protestas se sucedieron desde enero de 2018, fue en diciembre cuando explotó la rabia e indignación generalizada de las masas. El detonante fue el anuncio del final de los subsidios estatales a los productos básicos, triplicando los precios de la noche a la mañana.

Las primeras protestas comenzaron el 19 de diciembre en la ciudad de Atbara, allí los manifestantes salieron a las calles y quemaron los locales del partido gobernante, el Partido Nacional del Congreso. El gobierno respondió de manera despiadada, desplegó a la policía y las fuerzas paramilitares contra los manifestantes utilizando munición real con la orden de “disparar a matar”, provocando casi un centenar de muertos y miles de detenidos. La represión feroz desatada por el régimen lejos de amedrentar a las masas, radicalizó y extendió el movimiento a 15 de los 18 estados del país y a la capital Jartum. Lo que comenzó como una protesta contra las subidas de precios y la eliminación de los subsidios se ha transformado en una insurrección revolucionaria para derribar todo el régimen.

Las mujeres, a la cabeza de la revolución

Uno de los aspectos más destacados es la participación masiva de las mujeres sudanesas, se calcula que el 70% del movimiento está formado por mujeres. Y no es casualidad. Las mujeres en Sudán, como en todos los países donde se aplica la ley islámica de la sharia, están completamente sometidas y carecen de derechos, para más escarnio, de niñas se las somete a la bárbara práctica de la mutilación genital. El hecho de que a pesar de la represión a la que son sometidas se hayan puesto en primera línea de la lucha contra el régimen demuestra la profundidad y el calado de la revolución.

El 6 de abril la Asociación de Profesionales Sudaneses, una organización formada por diferentes sindicatos ilegales, convocó una huelga general. La respuesta a la convocatoria fue masiva, centenares de miles de personas se concentraron frente al Ministerio de Defensa en Jartum y en su camino hacia la capital liberaron de las prisiones a los presos políticos. Lo más preocupante para el régimen fue la actitud de la base del ejército. Se produjeron enfrentamientos en los cuarteles, entre los soldados rasos y oficiales inferiores por un lado y por el otro los militares de alto rango. Muchos soldados se negaron a cumplir órdenes y se pusieron al lado de los manifestantes para defenderlos de la represión. En estos enfrentamientos cinco soldados fueron asesinados por las milicias del servicio de inteligencia cuando protegían a la población.

Maniobras del régimen

El régimen y la cúpula militar, temerosos de perder el control de la situación, actuaron rápidamente y eso explica por qué los generales, pilares tradicionales del régimen de al-Bashir, tomaron la iniciativa y le echaron del poder, arrestando a los principales cargos del gobierno y a sus familiares. Anunciaron la formación de un Consejo Militar de Transición que gobernaría durante tres años y prepararía al país para la celebración de elecciones democráticas. Con este movimiento pensaban que podrían garantizar sus privilegios e intereses, manteniendo intacta la esencia del régimen y desviando la furia de las masas hacia canales ‘democráticos’ más seguros. Es la táctica clásica de un régimen capitalista acorralado que se enfrenta a la posibilidad de perderlo todo, reformar por arriba para evitar la revolución desde abajo.

El problema para el régimen sudanés es que las masas no lo vieron del mismo modo, para ellos cada concesión del régimen es una prueba de su debilidad que fortalece la revolución. El derrocamiento de al-Bashir el 11 de abril fue considerado por las masas como una victoria, pero la celebración rápidamente se convirtió en indignación cuando se anunció que el entonces ministro de Defensa, Ibn Auf, sería el sustituto de al-Bashir. Auf es odiado por su papel en las matanzas de Darfur. De nuevo se llenaron las calles y la presión obligó a la cúpula militar a deshacerse de Auf, quien presentó su dimisión a las 24 horas de su nombramiento. En menos de 36 horas el movimiento logró su segunda victoria, en tres días habían derrocado a dos jefes de Estado. Esto dio un nuevo impulso a la revolución y a la confianza de las masas oprimidas en sus propias fuerzas.

Auf fue sustituido por el teniente general Abdel al-Burhan que ha recurrido a la retórica populista, prometiendo cumplir la voluntad del pueblo aunque no concrete nada. La cúpula militar quiere dar la imagen de que han sido los militares los que han decidido por propia voluntad ceder ante las masas y que están al lado de la revolución. Pero nada más lejos de la realidad, todo ha sido fruto de la presión de los oprimidos de Sudán.

Las lecciones de la Primavera Árabe

La revolución sudanesa tiene muchas similitudes con la revolución egipcia de 2011, pero las lecciones de la Primavera Árabe no han caído en saco roto, sobre todo el ejemplo de Egipto cuando, después de meses de una lucha heroica, el ejército se puso la máscara amable de la revolución, hizo promesas e incluso sacrificó a alguno de los suyos como sucedió con Mubarak. Pero cuando los militares recuperaron la iniciativa mostraron su verdadera cara. Por eso el movimiento en Sudán no se fía y en las calles se corea que “el ejército no nos robará nuestra revolución”.

Han pasado cinco meses y las masas sudanesas continúan su lucha ejemplar. Nada las detiene. Desafían diariamente el estado de emergencia y el toque de queda decretados el pasado 22 de febrero, organizan cada semana manifestaciones enormes, huelgas y protestas de todo tipo. Han creado comités en barrios y fábricas para coordinar las luchas. En la capital los manifestantes ocupan un radio de un kilómetro y medio rodeado por barricadas, han instalado tiendas de campaña, han creado una red propia de transporte, espacios de ocio, allí deciden tareas como el abastecimiento o los pasos a seguir. Mantienen rodeados los cuarteles del ejército en Jartum y en otras ciudades.

El ejército intentó ganar tiempo comenzando las negociaciones con la Alianza por la Libertad y el Cambio (ALC), formada por las principales organizaciones opositoras, entre ellas la Asociación de Profesionales Sudaneses y el Partido Comunista de Sudán. Después de días de negociación finalmente no llegaron a un acuerdo. Las masas se niegan a aceptar la presencia de militares en el gobierno, exigen un gobierno civil y la derogación de la sharia, pero el ejército se niega a ceder el control. Después de oprimir brutalmente al pueblo sudanés durante décadas le piden que regrese a casa y acepte su dominio.

En los últimos días se ha intensificado la violencia por parte del régimen, recurriendo a bandas paramilitares para intentar desmoralizar y dividir el movimiento. Pero una vez más la respuesta ha sido la intensificación de las protestas y la Asociación de Profesionales Sudaneses ha convocado una huelga general política de dos días para el 28 y 29 de mayo.

El poder real está en las calles y en las fábricas, la correlación de fuerzas es favorable a los trabajadores y los campesinos pobres, que tienen el poder para derribar todo el régimen. Pero esta situación no puede durar eternamente. La cuestión clave es la ausencia de una organización con una dirección y un programa revolucionarios. Lamentablemente el Partido Comunista de Sudán (estalinista) está jugando un papel crucial en la subordinación del movimiento a las organizaciones de la oposición burguesa. La clase obrera no puede confiar en ninguno de los sectores de la burguesía ni en el ejército. Sólo puede basarse en su propia lucha revolucionaria con el objetivo de tomar el poder y establecer un régimen verdaderamente democrático. Bajo el sistema capitalista no hay solución para las masas sudanesas, ni existe la perspectiva de un régimen de “democracia” estable al estilo occidental. La única salida es llevar la revolución hasta el final, expropiando la riqueza del país y poniéndola a disposición de los oprimidos.


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