El 1 de noviembre se celebraron elecciones legislativas anticipadas en Turquía, tras la pérdida en junio de la mayoría absoluta por parte del partido islamista AKP y la imposibilidad de formar gobierno. Durante estos cinco meses, la estrategia del presidente Erdogan por recuperar esa mayoría y profundizar en el carácter autoritario del estado turco ha pasado por crear un clima de chovinismo y enfrentamiento bélico con los kurdos, y de criminalización, atentados salvajes, represión y asesinatos, contra la izquierda turca y kurda, mientras silenciaba a la oposición cerrando televisiones y diarios, bloqueando páginas de Internet, etc.

Así, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) recupera la mayoría absoluta perdida en un proceso electoral marcado por el terror y sin las más mínimas garantías democráticas. A pesar de este fraude descarado, se queda muy lejos de su objetivo de llegar a los tres quintos del parlamento, necesarios para poder reformar a su gusto la Constitución para dar plenos poderes a Erdogan. Su otro objetivo, expulsar a la izquierda del Partido Democrático de los Pueblos (HDP) del parlamento, también ha fracasado: a pesar del ambiente de intimidación y terror, consiguen el 11%, por encima del altísimo tope para tener representación (el 10%).
La participación, según datos oficiales, es similar a la de junio (86%), y estos son los resultados: el AKP aumenta del 41 al 49%, el CHP (partido burgués kemalista) se mantiene en el 25%, el MHP, nacionalista de extrema derecha, desciende del 16 al 12% y el HDP del 13 al 11%.

Asesinatos, detenciones, cierre de medios y acarreo de urnas

Los observadores de la OSCE y del Consejo de Europa han denunciado que “la campaña ha estado caracterizada por la injusticia y, también, por el miedo”. En concreto, denuncian la militarización en el Kurdistán; los “ataques físicos” a militantes opositores, la detención de miembros del HDP, el silenciamiento de los medios críticos… En la zona kurda, bastión del HDP, el fraude ha sido mucho más claro, con detenciones de observadores de ese partido, confiscación de documentos de identidad para impedir el voto, acarreo ilegal de urnas… Y en Estambul, cuatro días antes de las elecciones, tanquetas de la policía y cientos de agentes tomaban la sede de dos televisiones y dos periódicos críticos para cerrarlos. Inmediatamente después del anuncio de los resultados, se sucedieron manifestaciones de protesta contra la manipulación en las principales localidades kurdas.
La UE y los gobiernos de Estados Unidos, Alemania, Francia o España mantienen un silencio cómplice ante la criminal actuación del gobierno turco. No hay que olvidar que Turquía es un aliado clave del imperialismo occidental en la zona y miembro de la OTAN. No hay ningún paso fundamental que dé el gobierno turco sin el conocimiento de los servicios secretos de las potencias capitalistas.
Las elecciones de junio, con el histórico resultado de la izquierda (13% del HDP), junto con un creciente ambiente social de protesta, sembraron la alarma de la camarilla en torno a Erdogan y al conjunto de la clase dominante. Hay que recordar que la evolución electoral del AKP, desde su fundación en 2002, había sido ascendente.
Rápidamente pusieron en marcha un plan muy detallado de represión y manipulación política. El 29 de junio se reúne el Consejo de Seguridad Nacional, el gobierno cívico-militar en la sombra; once días después la escalada de terrorismo de Estado contra la izquierda turca y kurda alcanza un nuevo jalón con la masacre de Suruç; y el 25 de julio comienzan las intervenciones militares abiertas contra el PKK, con bombardeos continuados de bases y poblaciones kurdas en territorio iraquí, turco y sirio.
El despegue de los bombarderos fue la señal para una persecución sistemática de la base del HDP y de toda la izquierda, intentando de cualquier forma criminalizar —ante los sectores más atrasados de la población— a los kurdos y a quienes les apoyen, atemorizar al movimiento, y también provocar una respuesta de la guerrilla kurda del PKK que le permitiera mantener esta espiral.
Desde entonces 1.900 militantes han sido asesinados en territorio turco por las fuerzas armadas del Estado. Miles más han sido detenidos. El HDP ha contabilizado 400 ataques a sus sedes y militantes. Se han estimulado pogromos contra los kurdos, como el 8 de septiembre en Kirsehir, población de la Anatolia Central, donde los manifestantes dirigidos por el AKP asaltaron 32 viviendas o lugares de trabajo en busca de kurdos y quemaron la sede del HDP, una librería de izquierdas y cuatro negocios kurdos.
Pero el punto culminante ha sido la matanza de Ankara del 10 de octubre. Una masacre claramente orquestada por el gobierno turco con la complicidad de elementos integristas. Este brutal atentado ha terminado de polarizar a las masas en Turquía; los sectores de izquierda, conscientes de la mano negra de Erdogan, demostraron su determinación en la histórica huelga general del 12 y 13. Al mismo tiempo, el AKP lo ha utilizado para presentarse como garantía de estabilidad frente al “caos terrorista”, así como para multiplicar el acoso a la izquierda.

Perspectivas para Turquía

Las perspectivas para Turquía son de cualquier cosa menos estabilidad. Por un lado, la economía, orientada a la exportación (textiles, alimentación y automóviles), está en línea descendente desde 2011, y depende fuertemente de los flujos de capitales; aunque las exportaciones aumentaron ligeramente el año pasado debido a la devaluación de la lira, esta devaluación aumentó la inflación un 9% y empobreció aún más a las familias, afectando al consumo. El paro juvenil está en el 18% y las condiciones de vida son de las peores del mundo en relación al PIB.
El creciente intervencionismo del Estado turco en la zona, y en particular Siria, y la guerra contra el PKK, tampoco son buenas noticias para las masas turcas y kurdas. Erdogan no ha podido evitar la liberación por parte del pueblo kurdo de la ciudad de Kobani ni la llamada revolución de Rojavan. El Estado Islámico ha sido incapaz de acabar con el movimiento kurdo de Siria, lo cual presiona al gobierno turco para intervenir de forma más directa, aunque esto tiene sus riesgos, porque en estos momentos Rusia (aliada de Irán y del gobierno sirio de al-Assad) aumenta también su implicación militar, apoyando a bandos contrarios a los intereses del imperialismo turco, y esto no es cualquier cosa… Mientras tanto, el peso militar en los exiguos presupuestos turcos (los de 2014 fueron deficitarios) se multiplica, detrayendo más recursos al gasto social.
La cada vez mayor intervención imperialista en la zona, la crisis económica mundial, un aparato de Estado criminal, capaz de organizar matanzas, y que, crecido, juega con fuego, y la persistencia del malestar social por las condiciones de vida, nos permiten decir que esta nueva legislatura será de mayor represión a la izquierda y al pueblo kurdo, de miseria para las masas, y de retroceso político y cultural (en noviembre pasado el Gobierno anunció su pretensión de incluir la asignatura de religión en la educación obligatoria).
El HDP, pese a toda la presión, ha mantenido lo fundamental en el terreno más difícil (el electoral). Si ahonda en su conexión con los sindicatos revolucionarios y con el movimiento de los oprimidos kurdos y turcos; si da el protagonismo a la lucha en la calle, continuando el hilo de la huelga general de octubre y respondiendo con la movilización masiva a la represión; y si se dota de un programa anticapitalista, será capaz de fortalecerse y de sentar las bases para acabar con el gobierno de Erdogan y conseguir una Turquía, un Kurdistán y un Oriente Medio socialista.


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