Hace cien años, del 26 al 31 de julio de 1909, se produjo en Barcelona la, denominada por la burguesía, "Semana Trágica". La historia oficial relata una insurrección anarquista motivada por la guerra en Marruecos que derivó en el incendio y saqueo de decenas de iglesias y conventos y en la profanación de tumbas.  Sin embargo, los círculos obreros de la época la llamaron "Revolución de julio" e incluso "Semana Gloriosa". Los acontecimientos de aquellos días, producidos al calor del desastre colonial de 1898 y del impacto que entre los obreros causó la revolución rusa de 1905, demostraron el potencial revolucionario del proletariado catalán, siendo un anticipo de la revolución del 19 del julio de 1936.

La clase obrera en Barcelona

En 1898 en una ignominiosa guerra contra los Estados Unidos, la monarquía española perdía sus últimas colonias de ultramar: Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Fue toda una demostración de la putrefacción y decadencia del imperialismo español, un régimen atrasado, bárbaro, cuya clase dominante era incapaz de llevar adelante la modernización que se producía en otros países del mundo. Fue el punto de partida de un proceso de ascenso revolucionario que, con sus alzas y bajas, terminará provocando la proclamación de la II República y la guerra civil.

A la crisis y descomposición del régimen, se sumó el desastre económico que la derrota provocó. Afectó sobre todo a la industria catalana, especializada en la producción textil y el comercio con las ahora ex colonias (suponían el 95% de sus ventas al extranjero), pero sobre todo reveló cuáles eran sus bases: una industria obsoleta, donde no se hacían inversiones en tecnología, y que obtenía sus beneficios de los privilegios coloniales, la política proteccionista del gobierno, y, sobre todo, la sobreexplotación de la clase obrera.

 

La clase obrera barcelonesa se había nutrido con la llegada de miles de inmigrantes, sobre todo del Levante español, de Aragón y de la Catalunya rural. Sus condiciones de vida eran dramáticas. Más del 40% de la población era analfabeta (el 60% en los barrios obreros). El salario medio de los obreros era de cuatro pesetas al día -siendo de 3, e incluso de 2,5 pesetas en numerosos sectores- y las jornadas laborales se extendían más de 12 horas al día. Los salarios contrastaban con la subida dramática de los precios que la política de aranceles provocaba: el coste medio mínimo de una familia obrera sólo en alimentación y alojamiento era de 112 pesetas al mes.

Como hoy sucede con las favelas latinoamericanas, los barrios obreros eran enormes barriadas chabolistas sin agua corriente o gas. Se calcula que sólo en Barcelona (en aquel momento con 550.000 habitantes) había más de 10.000 prostitutas, fundamentalmente mujeres obreras en el paro y con hijos, o jóvenes del servicio domestico desprestigiadas por sus antiguos señores. Por supuesto, la explotación infantil era una práctica común: en torno a 20.000 menores -excluyendo el servicio domestico y tareas como recaderos, etc.- trabajaban sobre todo en la industria textil. Para colmo, en 1908 los industriales textiles habían enviado al paro al 40% de sus plantillas y algunas empresas practicaron en 1909 el lock-out.

Antes de que comenzara la aventura militar en Marruecos, las condiciones para una huelga general ya estaban dadas en Barcelona.

Solidaridad Obrera, los anarquistas y el PSOE

A pesar de la crudeza de la represión y la persecución policial a la que el movimiento obrero se veía sometido, desde finales del siglo XIX la clase obrera trata de crear sus primeros sindicatos. En 1903 en solidaridad con los obreros metalúrgicos, la clase obrera barcelonesa protagoniza su primera huelga general, que durará toda una semana. Sin embargo, sin una dirección centralizada y sin objetivos concretos, la huelga se extinguió por agotamiento. La represión fue terrible y la mayoría de los nacientes sindicatos fueron destruidos.

No será hasta 1907 cuando el movimiento obrero muestre los primeros síntomas de recuperación. Será con la formación de Solidaridad Obrera, el primer intento serio de unificar los distintos sindicatos gremiales y de fábrica en una sola central sindical, primero de ámbito local y posteriormente de toda Catalunya. Su manifiesto fundacional fue suscrito por 35 de las 70 sociedades obreras existentes en ese momento en Barcelona. En mayo de 1909 el sindicato contará con 15.000 afilados en toda Catalunya, fundamentalmente en Barcelona y las localidades cercanas.

Aunque tradicionalmente se considera que Solidaridad Obrera era de inspiración anarquista, lo cierto es que en su interior, los anarquistas no dejaban de ser una minoría y además muy dividida. La mayoría del sindicato estaba compuesto por sociedades obreras sin una filiación política e ideológica clara.

Los viejos anarquistas bakuninistas habían dirigido una oleada de atentados terroristas en la última década del siglo XIX de la que no se habían recuperado, diezmados por la represión policial y por la visible inutilidad de sus acciones. Además muchos de estos viejos anarquistas se habían pasado a las filas republicanas. Pero  también habían sufrido el impacto de la revolución rusa de 1905: la práctica clásica del anarquismo de la "propaganda por el hecho" había demostrado su ineficacia en contraste con el movimiento de masas revolucionario de la clase obrera rusa. Sería el origen de los "anarcosindicalistas" y "sindicalistas".

Por otro lado, el PSOE y la UGT jugaban un importante papel dentro de Solidaridad Obrera, hasta el punto de que uno de sus principales dirigentes, Fabra Ribas, era el portavoz del PSOE en Catalunya.

La UGT, que había nacido precisamente en Barcelona, no había logrado desarrollarse como en otros lugares del Estado fundamentalmente por el papel que jugó en la huelga de 1903, oponiéndose frontal y violentamente a la huelga general considerándola aventurera e inadecuada.

En ese momento, la política de la dirección socialista se caracterizaba por el rechazo frontal a la política de huelgas generales por considerarlas desviaciones anarquistas. Además, tenía una posición sectaria hacia las reivindicaciones democráticas (caracterizándolos de pequeño-burgueses) y centraba toda su acción en potenciar el Instituto de Reforma Social, creado por el gobierno, para conseguir mejoras económicas. De esta manera, lejos de debilitar a los republicanos pequeño-burgueses, el PSOE les entregaba el monopolio de la lucha contra algunos aspectos que realmente preocupaban a los trabajadores como era el anticlericalismo o la lucha por una educación pública laica. Esta política por un lado sectaria y a la vez conciliadora con el gobierno llevó al movimiento socialista a una crisis importante y a desafiliaciones masivas.

Esa crisis y, una vez más, el impacto de la Revolución rusa y, en ella, el uso de la huelga general revolucionaria, provocaría un giro dentro del PSOE. Sin embargo, la dirección socialista no sacaría todas las conclusiones de 1905. Aunque formalmente aceptaron el uso de la huelga general, limitaban su uso a demostraciones pacíficas. En Catalunya finalmente optarían por orientarse a Solidaridad Obrera entrando en el nuevo sindicato. Pero además, también adoptaron una política de colaboración con los republicanos pequeño-burgueses que tendría nefastas consecuencias.

El Partido Radical

En 1909 el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux era una fuerza con gran influencia en el panorama político catalán. La mayoría de la clase obrera con derecho a voto lo hacía a este partido pequeño-burgués, hasta el punto que en las elecciones municipales de mayo de 1909 fue el partido ganador en Barcelona, a un concejal de la mayoría absoluta, con más de 35.000 votos [1]. Se cree que de los cuales en torno a 20.000 eran votantes obreros.

Alejandro Lerroux, el "emperador del Paralelo" y futuro presidente del gobierno republicano durante el Bienio Negro, llegó a Barcelona en 1901 con la cartera llena de dinero del gobierno central. Su objetivo era formar un partido que, por un lado limitara la influencia de los regionalistas burgueses catalanes, pero que, sobre todo, lograra captar la atención de un movimiento obrero en ascenso para apartarlo de la senda revolucionaria.

El Partido Radical fundó la primera Casa del Pueblo en la Península Ibérica imitando las desarrolladas por los socialistas en Bélgica (modelo que posteriormente adoptaría el PSOE), creó redes sociales de alimentos, protección social y educación orientadas a los trabajadores más precarios. Contaba con una organización juvenil compuesta de milicias armadas, los Jóvenes Bárbaros, que defendían los mítines del partido -las llamadas "meriendas radicales" y atacaban los de los demás grupos políticos. También con dos organizaciones femeninas, las Damas Rojas, de extracción obrera, que combinaba acciones reivindicativas con asistenciales, y las Damas Radicales, donde se agrupaban las mujeres pequeño-burguesas que sobre todo realizaban una acción cultural.

Sin embargo, tras esa red social sólo había un intento de desviar la energía revolucionaria de la clase obrera hacia la arena del parlamentarismo. Lerroux, aunque hacía demagógicos llamamientos a la revolución social, centraba su discurso en denunciar el catalanismo -utilizado por la burguesía catalana para dividir a los trabajadores entre catalanoparlantes y emigrantes- y, sobre todo, en un violento anticlericalismo: "alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres", exhortaba Lerroux a los Jóvenes Bárbaros.

El surgimiento de Solidaridad Obrera supuso un duro golpe para las aspiraciones de los radicales. Desde el primer momento la táctica de Lerroux fue tratar de controlar el sindicato o destruirlo.: "He destruido Solidaridad Catalana -en referencia a la coalición electoral catalanista- y destruiré Solidaridad Obrera" - explicaba el líder radical. Desde octubre de 1908 hasta la Semana Trágica, se produjeron constantes enfrentamientos entre anarquistas, socialistas y sindicalistas por un lado, y radicales por otro, por el control del sindicato.

"La guerra de los banqueros"

En este contexto se produce la guerra en Marruecos. Tras la pérdida de las colonias de Ultramar, la burguesía española necesitaba un nuevo campo de acción y nuevos mercados. La burguesía catalana era precisamente de los sectores más interesados en la guerra en Marruecos. Asociados al conde de Romanones, el marqués de Comillas y el empresario Eusebi Güell eran propietarios de una sociedad minera que operaba cerca de Melilla. Además el propio Comillas era dueño de la compañía marítima encargada de transportar las tropas desde la península hasta Marruecos (por eso el transporte de tropas se hacía desde Barcelona), entre otros negocios.

A esto se sumaba la propia situación en el mando militar, humillado en la guerra contra Estados Unidos, que exigía un nuevo conflicto en el que poder recuperar el honor perdido. Los Borbones habían recuperado el trono en 1874 gracias a los militares, así que para Alfonso XIII era prioritario mantener contento al generalato.

Francia había utilizado a la monarquía española en el juego colonial para asentar su poder en Marruecos frente a las aspiraciones de Alemania y las cautelas del Reino Unido. Así se había llegado al acuerdo de dividir Marruecos en dos áreas de influencia: una francesa (con la mayoría del territorio) y otra española, con la costa mediterránea y algún que otro enclave. Sin embargo, aunque el sultán de Marruecos era un títere del imperialismo, las distintas tribus no aceptaron el dominio colonial. El gobierno español era incapaz de garantizar el orden en su zona de influencia y las presiones del imperialismo francés para una intervención militar se sumaron a las causas antes citadas.

Finalmente el gobierno, presidido por el conservador Antonio Maura, preparó los planes militares. El 4 de junio cerró el parlamento y días después amplió el presupuesto dedicado a gastos militares comenzando el envío de tropas a Melilla. El 9 de julio los rifeños atacan las minas españolas dando la escusa perfecta para comenzar la guerra. El gobierno movilizó inmediatamente a los reservistas del ejército.

Los reservistas eran en su mayor parte obreros que ya habían terminado su servicio militar pero que en caso de guerra podían ser movilizados por el ejército. Se trataba por tanto de cabezas de familia de las que dependían mujeres y niños y que en muchos casos no contaban con ninguna otra fuente de ingresos. El gobierno no daba ninguna ayuda a las familias afectadas. Pero además la propia formación del ejército era profundamente clasista. Los burgueses podían librarse de ingresar en el ejército pagando 1.500 pesetas o enviando un sustituto. Desde antes de su inicio, la guerra fue conocida popularmente como "la guerra de los banqueros".

Hacia la huelga general

La orden de movilizar a los reservistas radicalizó aún más el ambiente, no sólo en Barcelona sino en todo el Estado. A partir del 25 de junio, el PSOE iniciará una campaña pública de denuncia de los planes bélicos del gobierno. El 18 de julio, con la guerra ya en marcha, Pablo Iglesias en un mitin en Madrid para denunciar el carácter imperialista de la guerra plantea, por primera vez, la idea de una huelga general para detener la guerra. Sin embargo, los acontecimientos se acelerarían.

Ese mismo día se producía en Barcelona el embarque de los regimientos compuestos por reservistas. A la ceremonia acudieron numerosas mujeres de la burguesía que tenían por costumbre despedir a los soldados entregándoles tabaco y escapularios. Para las mujeres de los reservistas la actitud de las damas burguesas fue inaceptable. Era insultante que aquellas acaudaladas señoras acudieran a despedir a sus maridos, padres e hijos cuando los de su clase se libraban del ejército. Las mujeres improvisaron una protesta que marcó el inicio de las movilizaciones callejeras contra la guerra. A duras penas pudieron embarcar a los reservistas en los barcos, pero los escapularios y el tabaco acabaron arrojados en el mar. Durante toda la tarde se sucedieron manifestaciones callejeras por el centro de la ciudad encabezadas por las mujeres.

Toda la semana estuvo marcada por manifestaciones callejeras, no sólo en Barcelona, sino también en Madrid y otras localidades. El martes llegan las noticias de los primeros enfrentamientos bélicos en Marruecos y la muerte de los primeros reservistas, lo que enciende aún más los ánimos. Al día siguiente, un mitin del PSOE en Tarrasa con 4.000 obreros aprueba una resolución a favor de la convocatoria de una huelga general. Finalmente, la enorme presión obligará a la dirección de UGT a convocar huelga general en todo el Estado para el 2 de agosto.

Sin embargo, el sábado llegará una nueva noticia desde Marruecos: el ejército español había sido derrotado por los rifeños en Ait Aixa. 26 soldados habían muerto y otros 230 estaban heridos. Las masas no podían esperar al 2 de agosto para luchar contra la guerra. Presionados por el ambiente, los dirigentes de Solidaridad Obrera se ven obligados a conformar un Comité Central de Huelga y a lanzar la movilización para ese mismo lunes en Barcelona. La dirección del Comité estaría conformada por un representante socialista (Fabra Ribas), un representante sindicalista y un representante anarquista. El domingo, la decisión sería ratificada en una asamblea con 250 delegados fabriles de toda la comarca de Barcelona.


Aunque se calcula que en ese momento vivían en Barcelona más de 150.000 obreros, excluidos de esta cifra el servicio domestico y las profesiones "informales", de los 550.000 habitantes de Barcelona sólo 140.000 tenían derecho a voto. La mayoría de los inmigrantes, o los que vivían en chabolas no podían votar.

II PARTE


window.dataLayer = window.dataLayer || []; function gtag(){dataLayer.push(arguments);} gtag('js', new Date()); gtag('config', 'G-CWV853JR04');